1.10.11

Yo ya

"El hombre es un animal que habla. Así pues, comprender
el lenguaje es la clave para comprender al hombre; y controlar el lenguaje,
para controlar al hombre.
De ahí que los hombres no luchen sólo por cuestión de territorios,
alimentos y materias primas, sino que hoy en día quizá luchen principalmente
por cuestión de lenguaje. Porque controlar la Palabra es
ser el Definidor: Dios, rey, Papa, Presidente, legislador, científico,
psiquiatra, loco... usted y yo. Dios lo define todo y a todos. El líder 
totalitario aspira a una grandeza parecida. La persona normal y corriente
define algunos aspectos de sí misma y de unas cuantas otras personas. Pero
incluso el hombre más modesto y con menos poder define algo que 
nadie más puede definir: sus propios sueños"
Thomas S. Szazs, El segundo pecado




omo avanzaba ayer, el libro de Szazs hay que leerlo con detenimiento, aunque se lee fácilmente, de corrido. El párrafo que he copiado merece además ser glosado, para no dejarlo en sus aparentes límites de lo explícito. Y eso porque cuando hablamos de lenguaje también debemos recordar además del lenguaje del diagnóstico o de los juicios, el de las justificaciones, la paremiología, las confidencias, las excusas, la maledicencia, el halago y el de las supuestas (o no) bromas. El poder del lenguaje es tan abrumador que llega a poder contradecir los propios actos sin que nos alarme. Es decir, nos estamos acostumbrado a oír una cosa y ver la contraria. Capítulo aparte merecen los mentirosos compulsivos, pero una de las condiciones que a mí me llama más la atención es lo descolocado que está el perdón verbal. Es decir, a veces parece que cuando nos piden perdón lo que nos están "pidiendo" es permiso y casi carta blanca y, en los casos más inveterados, una cierta complicidad. Todo está bien en su medida, si es por comprensión y por estar lo mejor posible dentro del corral.
Sin dudar de los beneficios de la catarsis y hasta del chismorreo -mantenidos bajo una pauta higiénica y preventivista- pienso que hay mucha verborrea y, como es natural, ese fenómeno convive con el hecho de que la palabra dada va devaluándose. Me atrevo a decir incluso que me parece que esas terapias donde se consume mucha energía en hacer un streptease o evacuación oral, tal vez no llevan a ningún lado más que al de vestirse con otras ideaciones y fórmulas mentales. Qué melíflua es sin embargo la vocecilla de algunas psicólogas, por lo menos la de las que salen por la radio dictándonos cual es la conducta adecuada en cada uno de los conflictos que repetitivamente nos rodean. Por todo ello cada día estoy más cerca de entender en toda su plenitud la determinación de San Agustín de Hipona, quien a pesar de haber dominado la Retórica todo lo buenamente que podríamos concebir abandonó su elocuencia y -sea por santidad, sea por inteligencia- se despojó de todo su aparato verbal y a partir de un momento dado buscó la sobriedad en la palabra.



Uno de los 600 sabios que asesoraron a José Luis Rodríguez Zapatero en su primera legislatura al menos, que estaban en esa nómina de los lujos "asiáticos" que nos hemos dado, Steven Pinker, tiene un libro que -ya que estos días hablábamos de subtítulos- se subtituló Cómo crea el lenguaje la mente. A poco que pensemos a ese subtítulo le podemos dar por lo menos una vuelta y ver que no sabemos si es el lenguaje el que crea el pensamiento y las estructuras mentales y hasta cerebrales o si por el contrario son las estructuras mentales las que producen lenguaje. Esto no es como aquello de que no es lo mismo decir "ya abro yo" que "yo abro ya", cuyo eje es filológicamente hablando más divertido. Más bien es como lo de la gallina y el huevo. Así que me voy a desayunar. Adiós muy buenas.

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