26.11.11

Centrar la pelota

oy es sábado, como dijo Vinicius de Moraes, y mañana es domingo. Si alguien quiere arruinarse la tarde del domingo, se escucha "Ne me quitte pas", "La llorona" y el Adagio de Albinoni y se queda para los restos. Pero la tarde del sábado uno puede oír "¿Y tú qué has hecho"? (*), aquel bolero de Eusebio Delfín que Ry Cooder rescató del olvido con Buenavista Social Club, y quedarse igual de bien.
Alguien en Youtube se me ha adelantado y ha subido un disco que yo conseguí hace 20 años en París, de sextetos cubanos de los años 30, cuando Machín era un pimpollo y corría la droga en La Habana sin que por ello los músicos perdieran el compás ni el tono ni por supuesto el son. El son, una maravilla por la que -parafraseando a Belén Esteban, pero al revés- yo sería capaz de vivir. Las canciones cenizas de Jacques Brel que le colocan a una en un estado de melancolía del que no le puede sacar ni una grúa de basura espacial, no tienen más razón que el más tonto de los sones. Una es más amiga del pathos o pasión en que le puede poner una canción como la que enlacé hoy en mi otro blog, "El pañuelito blanco":
El pañuelito blanco
que te ofrecí,
bordado con mi pelo,
fue para ti;
lo has despreciado
y en llanto empapado
lo tengo ante mí"
El pañuelito. Tango, 1920 (Música: Juan de Dios Filiberto; Letra: Gabino Coria Peñaloza).
¿Quién no se acuerda del príncipe Rainero de Mónaco llorando lágrimas como garbanzos ante el cuerpo presente de Grace Kelly? Pero es que no se podía menos que llorar todo el mundo con una ceremonia tan bonita, tan patética y sonando el Adagio de Albinoni. Cuando el órgano rasgó después de la comunión el templo lloraban hasta las piedras. Que conste que no tengo nada pero que nada contra Albinoni ni los adagios ni mucho menos contra la familia real monegasca, pero hay que reconocer que la música bien elegida puede ayudar mucho en la dirección de una solemnidad.
No todo el mundo es capaz de crear un medio ambientazo, de captar el sentir general como lo haría un DJ y de llevarlo al clímax aquel en el que nadie se siente extraño sin recurrir a la volatilidad del alcohol, que todo lo disuelve en una masa uniforme y cuantificada de camaradería empalagosa. Por muchas velas que se pongan, si no hay romanticismo, no hay romanticismo. Por muchos goles que se metan, siempre hay unos que tienen algo especial, inolvidable. Y siempre hay quien sabe centrar la pelota.
Hace un tiempo que me vengo quejando o habría que decir "protestando" de que las clases de yoga o de taichi en las que he participado en los últimos años no me han resultado tan satisfactorias como las de mis primeros tiempos. Yo empecé a hacer yoga en el año 1990 o 1991 y empiezo a pensar -una de dos- o que la Marta que era ya no existe o que aquellas clases ya no las encontraré. Cada vez los profesores hablan más y más. Y me doy cuenta de que la energía del lenguaje o de la cháchara, como la del dinero, la del sexo, la del chi, es algo diferenciado y que interfiere con cualquier otra cosa. De hecho yo ni siquiera gusto de hablar de lo que escribo por la misma razón que no escribo casi nunca de lo que hablo. Por no decir que cada día hablo menos.
Sin embargo en algunas clases en que se supone que reinará el chi he visto que se impone el trato reverencial a la sala, que les hacen a los alumnos despojarse de los anillos o los relojes, y una serie de externeces que en realidad poco tienen que ver con las disciplinas taoistas más que en las formas y las apariencias. Todo eso se disipa como humo cuando se trabaja de verdad. Además luego, en plena sesión, te llega un tufarada de "L'air du temps" de Nina Ricci y se te va todo el chi a hacer puñetas a no ser que se tenga una disciplina muy firme y se tenga, como les digo, la pelota bien centrada.
A veces la gente está muy preocupada en las posturitas y en las acrobacias, e incluso en lo que hacen los demás. Y nada de eso tiene que ver con mis primeros y pienso que ciertos pasos en el yoga, que tanto me ayudaron a saber que podía alimentarme y calmarme con mi propia respiración sin acudir a mucho más. Las clases de yoga habladas me temo que han adquirido esa necia costumbre de las clases de aerobic y demás. De manera que entre que mi horario laboral no da para mucho (porque trabajo de tarde) y que no he encontrado un grupo con el que verdaderamente me encuentre a gusto, me he tenido que montar mis propios sadhanas o sesiones y prescindir de la despreocupación que da tener alguien que te vaya diciendo "haz esto", "haz lo otro".
Los ejercicios que he preparado para mis sesiones de este invierno serán, con ligeras variantes, los que se muestran en la presentación. Tengo presentes las nociones que he ido adquiriendo con el tiempo a través de mi práctica con buenos profesores (Julián Peragón, Cristina Mata, Maja Drnda): la elegancia, el rigor, la modestia, la presencia, el cuidado de las articulaciones, la preparación respiratoria, la creación de un espacio, el respeto por la tradición.
Como es natural, el asana del niño o balasana lo hago sin un canguro, pero me gustó la imagen y sirve para recordar que hacer yoga en pareja ayuda mucho en las pinzas y estiramientos y para autorregularse. Si miramos la imagen del ananda balasana, que es de un niño, vemos su espalda perfectamente apoyada de principio a fin, casi como si fuera una tortilla francesa, a diferencia de la del adulto del pavanamuktasana, asana que a pesar de que busca una cierta curvatura de la espalda (para eliminar gas y aire impuro) invita a plegarse y extender los órganos internos. Así poco más o menos tuve que dormir yo una vez en un desafortunado viaje en tren de Oporto a Lisboa, lleno de reclutas borrachos y pendencieros. Pero de lado. Y no se estaba mal. Siempre hay que buscar en la postura o asana ese punto entre la comodidad y un esfuerzo que no puede ser superior al de nuestras posibilidades. Detrás de todo esfuerzo hay un tesoro.
Otra desafortunadísima tendencia a mi entender de los últimos tiempos es la de segregar a la gente por niveles o edades o condiciones. Hacer clases para embarazadas, orientadas al parto, no me parece mal, pero hacer clases exclusivamente para ancianos sí. En mi primer contacto con el yoga recuerdo que había una vieja de 83 años que prácticamente lo podía hacer todo menos las inversiones (ponerse cabeza abajo). No pasaba nada, siempre hay posturas alternativas a las más difíciles y de las cuales se obtienen idénticos resultados sin necesidad de extremarlos. He aprendido mucho taichi de los enfermos que conocí en un taller en el que hice de voluntaria en Toronto (Canadá). Eran enfermos de esclerosis múltiple, fibromialgia, enfermos con secuelas de ictus o de accidentes anestésicos muy invalidantes. Yo nunca me he considerado ni totalmente válida o -como se dice en lenguaje políticamente correcto- capaz. Ya no soy joven, tampoco soy vieja. Mi cuerpo tiene tendencia a la rigidez, si lo abandono. Puede haber alguien que se estire mucho, que demuestre mucho equilibrio en una postura especialmente difícil, pero que no tenga presencia, que no esté presente verdaderamente. Explicar los efectos y las sensaciones de una buena sesión de yoga es tan difícil como explicar a alguien lo que es planchar sin que lo haya podido ver nunca hacer o lo haya hecho.
La otra cuestión que quería remarcar aquí es algo que al menos tiene realidad en mi propia experiencia y es la de que los profesores de yoga están más predispuestos al tai chi y a cualquier otra disciplina oriental, o no, e incluso las conocen, mientras que los profesores de tai chi y otras disciplinas chinas son más cerrados a aceptar cualquier otro conocimiento que no sea el suyo. Su preparación en general es inferior.
Para acabar solo tengo que añadir que la sesión que me he preparado está pensada para contrarrestar la sobrecarga lumbar que suelo padecer y les prometo por la salud de mi canario que funciona, pero que es mejor que no practiquen sin tener una iniciación mínima.
Sesión de asanas de yoga (invierno de 2011-2012)



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(*) "En el tronco de un árbol una niña | Grabó su nombre henchida de placer | Y el árbol conmovido allá en su seno | A la niña una flor dejó caer. || Yo soy el árbol conmovido y triste | Tu eres la niña que mi tronco hirió | Yo guardo siempre tu querido nombre | ¿Y tú, qué has hecho de mi pobre flor?"

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