5.11.11

Post 734: Palos y sombrajos



A mis desamores
Somos un sueño imposible que busca la noche
Mario Clavell, "Somos" (*)

Combustión
Es curioso que cuando decimos "se me cayeron los palos del sombrajo" más bien lo que decimos es  que por el disgusto o el escarmiento o el chasco nos quedamos como cuando perdemos pie y las orejas se nos quedan como un palmo más arriba de lo que estaban y el corazón se nos sale por la boca pero sentimos, más que un susto, que nos abandonan las fuerzas. El bolero, género inmortal del que algún día tendríamos que hablar, tiene muchos palos y muchos sombrajos. Aquel que empieza con unas campanas tocando a muerto, "Espérame en el cielo", ya arranca de un escalofrío y sin embargo es un escalofrío que las maracas consiguen fundir como lo haría un beso. "Ansiedad", el bolero del venezolano José Enrique "Chelique" Sarabia Rodríguez, es más uniforme y mantiene su clímax alto, no es un drama resumido como lo son muchas coplas con su principio, nudo y desenlace. "La barca", del mexicano Roberto Cantoral, es mi preferido precisamente porque va pasando por un pleamar y bajamar de emociones oxitocínicas. Cuando se llega al motivo "cuando la luz del sol se esté apagando yyyyyyyyyy te sientas cansada de vagar" se juntan el vibrato y el falsete, para romper el tono, y marcar el giro en el baile, sin duda. Si se abusa, se cae en extravagancias, que no son lo propio, como no es lo propio en el flamenco el gipío desfasado. El reproche está o suele estar presente en el bolero, como el juramento y el escarmiento lo están en la copla. "Si tú me dices bien todo cambiará" (Oscar D'León) es una promesa que no inspira mucha confianza pero que es toda una declaración de intenciones característica del formato, sobre todo después del estribillo "perdida, sin rumbo y en el lodo" que sitúa las posiciones con claridad.  Los libretos operísticos tampoco resistirían el más somero análisis sobre los usos y costumbres amorosos, bien pensado.

Fulgor
He estado mirando un vídeo de cómo se hacen las canicas, las que se hacen con las escorias del vidrio y  las que se hacen deliberadamente hermosas y con formas y colores caprichosos en su interior, en un proceso largo y paciente de superposiciones en donde el fuego tiene un papel dominante. Una de las imágenes que más me impresionaron en mi niñez era la de los bloques de hielo cuando yo iba a comprar con 4 años con mi cubo de zinc. Para la nevera. El hielo me habla mucho de mi naturaleza híbrida entre el agua y el fuego y, porque parece que el agua fría quema, el hielo -sin que flote en un vaso de whisky- cuando se derrite es mucho más atractivo que las cenizas mojadas. La otra de las imágenes más vivas que conservo es la del horno de vidrio del Pueblo Español. El Pueblo Español explicado rápido es una especie como de parque temático con España en pequeñito -que no en miniatura- donde hay cada vez menos tiendas de artesanos y cada vez más restaurantes. Fue impulsado por Puig i Cadafalch cuando la Exposición Universal. Subiendo por las gradas barrocas de Santiago de Compostela queda el pazo de los Fefiñanes a la izquierda pero las Carmelitas de Alcañiz (Teruel) delante, en la esquina con la Torre Utebo de Zaragoza, que no recuerdo cómo desemboca en un patio cordobés. Aunque les parezca un batiburrillo todo está muy armonizado y, como ya habrán adivinado, las proporciones están todas subordinadas al plan general, de manera que las gradas de la Catedral Compostelana están disminuidas y amoldadas pero conservan su aire original.
Cuando yo tenía 10 años por lo menos entré en la tienda del vidriero. Si hubiera entrado en una fragua no me hubiera impresionado más. Porque si mal no recuerdo, además del horno el vidriero empleaba su boca para soplar y formar burbujas o darle forma de recipiente al material. Pero esto está disuelto en mi memoria alquímicamente transmutado.
Cuando hablamos del vidrio pensamos en las obras de los maestros vidrieros en las catedrales, que no han podido ser ni siquiera imitadas más que pálidamente. También pensamos en su frialdad, a veces, solo corregida por los pegotes del carmín o el vaho y la monótona lluvia tras los cristales. Deberíamos pensar además en René Lalique, a quien mencioné en el anterior post. Sus trabajos de orfebrería son aún hoy día muy apreciados y en "Hoy no" recurrimos a un broche de ranas (grenouilles parece que aún suena mejor) para preceder la foto del Buick, que tenía un biselado broncíneo y otoñal y ese negro obsidiana tan romántico como una carroza fúnebre pero no tan macabro. La obsidiana por cierto se conoce también como "vidrio volcánico", porque lo es. Durante mucho tiempo estuve como obsesionada por la obsidiana (si se me permite el juego de palabras), después de haber visto una enorme en la Feria de Minerales de Barcelona, el año 2007. Creo, no estoy segura, que la obsidiana ya no se emplea como hoja de escalpelo en la cirugía más fina, porque la tendencia ha virado al láser. Y sin embargo yo preferiría la cicatriz quirúrgica que puede dejar una lasca de obsidiana que el bisturí más sofisticado y pijocientífico.

"Violettes" (R. Lalique, 1921)

Los trabajos en vidrio de Lalique tienen la virtud de la opalescencia cuando trabaja en el blanco y el azul, y el del fulgor cuando trabajaba los colores anaranjados y ambarinos. La opalescencia es el complementario del fulgor, como el vaho lo es del humo. El vidrio tiene unas cualidades que hay que realzar como realza el brillo las del cristal Swarovski o los artesanos y artistas las de Murano y Baccarat. Con todos mis respetos para las lámparas Tiffany, prefiero mil veces a Lalique. Louis Comfort Tiffany, nos dice la Wikipedia, "fue pintor, decorador de interiores, diseñador de ventanas y lámparas en vitral, mosaicos de vidrio, vidrio soplado, cerámica, joyería y trabajos en metal". Y era hijo del propietario de Tiffany & Co., la famosa joyería del Bajo Manhattan que se inmortalizó en "Desayuno con diamantes" (Blake Edwards, 1961) y cuyo color azul corporativo me desagrada. El color azul Tiffany me pone de muy mal humor, casi tanto como los huevos de Fabergé, que odio con todo mi corazón.
Se puede decir a favor de Tiffany que estaba -por lo menos el verano de 2009- igual que en la película. Pero el vestido negro de Audrey Hepburn, sus nociones de danza de aristócrata venida a menos da una piedra, la música de "Moon river", son eternas. LA B.S.O. de Henry Mancini es inmortal. Ese vestido negro que empieza siendo mate y turgente cuando se abre el día en la Quinta Avenida se vuelve tornasolado como pluma de grajo o sotana desgastada o algo peor cuando llega a la segunda localización, que mira por donde con ayuda de IMDB y Trulia he podido situar exactamente en el Upper East Side, en la calle 71 con la 167. Después, según leemos en la Wikipedia: "En 2007 se subastó el vestido que lucía Audrey Hepburn en la película por nada menos que 467.200£ (unos 700.500€), destinando este dinero a dos escuelas en Bengala promoviendo así la iniciativa del escritor Dominique Lapierre". Así que bien, supongo.

El hogar y el caño
Aunque hay dos sistemas universales para medir el frío o el calor, que si los grados centígrados o los Fahrenheit, he intentado hoy ensayar otras magnitudes. Podríamos ir del desaire o desprecio puro y duro, frío como el filo de un cuchillo, hasta el bolero más engatusador y más tórrido pasando por un vaso vacío de Lelique o una copa de cristal de Bohemia con un champagne bien frío. Pero Lelique está en internet mil veces. Mil veces la obsidiana, más de mil veces mil los diamantes, los volcanes, el carbón, la lava y esos niños nórdicos que pasan medio año vestidos de neopreno. Y sin embargo mi trabajo me ha costado, Dios y ayuda, encontrar una sola imagen del pote gallego. Y si la he encontrado es gracias a que la busqué en su correspondiente portugués, "panela de ferro". El pote, donde se hacía antiguamente el caldo, y la senlla, que se usaba para ir a la fuente a por agua, eran dos elementos de uso diario, presentes en todas las casas. Las senllas o sellas (<lat. situla, "vasija"), llevaban algunas incluso las iniciales de la familia. En latón, a juego con los aros que refuerzan el recipiente de madera. No sé de qué madera estaban hechas. Según Martín Sarmiento las había para trasegar vino, con lo cual es muy posible que fueran de roble. También las hubo de zinc. Con el tiempo fueron cayendo en desuso y es frecuente ver un pote en un jardín haciendo de tiesto con geranios u hortensias y ver una senlla de adorno en una esquina o sobre la lareira.
El mero sonido del agua en las fuentes y de los rescoldos en los fuegos reconforta, nos devuelve a nuestra propia naturaleza enfriada o ígnea. Se diría que los televisores y luego los ordenadores han substituido desalmadamente las chimeneas y que los frigoríficos nos han tiranizado o pseudoautotiranizado. Ni idea. Pero... ¡qué mal!


Foto: Manel o da Xurreira, de Barallobre

(*) La versión jazzística del bolero "Somos" de Mayte Martín y Tete Montoliu es muy buena pero no tiene maracas, como pasa -si mal no recuerdo- con las versiones de Martirio. La de Leo Marini es más clásica.

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