29.12.11

La segunda o tercera opinión

Se puede contar con dos dedos de una mano las veces que yo he dado consejo sin que nadie me lo pidiera. La primera vez fue sobre mi propia sobrina, que tenía ya 3 años y aún no hablaba. Me armé de valor y le dije a mi hermano y a mi cuñada que a los 3 años tenía que hablar aunque fuera mal. Era de las pocas cosas de neurolingüística que nos habían enseñado en la Facultad. La profesora Maria Antònia Martí Antonín, que luego se ha dedicado más a la Lingüística computacional, nos explicó que las estructuras mentales y los órganos que intervienen en la fonación se preparan para el lenguaje hacia esa edad límite, y que después de los 3 años es muy difícil que se produzcan las condiciones para que se pueda desarrollar el lenguaje porque a todo lo que tenía que estar formado ya se le habría pasado el arroz. Como es natural (?) no me hicieron caso. Dos años después hubo que recurrir a un muy buen foniatra, etcétera. Además de constatar lo que ya me habían enseñado pude ver que los efectos de no hablar con soltura produjeron en la temprana edad de mi sobrina problemas de adecuación o adaptación y de sociabilidad que luego ha superado totalmente. 
A toro pasado le comenté el caso a mi tía pequeña y me dijo "los padres son los últimos en ver los defectos de sus hijos". Y me acordé de la película de Visconti que junto con "Senso" es la que más me gusta, "Bellissima" (1951). El papel de Anna Magnani, su personaje y su interpretación habría que decir, llenan toda la cinta y consiguen trasladar al celuloide la indesmayable intención de una madre de llevar su hija al estrellato. Visconti tuve el acierto de darle el personaje de la hija a una niña que no es guapa pero que tampoco es fea. Es normal. Cuando la lleva a hacer danza clásica ni siquiera le llegan las piernas a la primera barra. De esa escena proviene el fotograma de hoy.
Dejando de un lado mi complejo de Casandra, no soy dada a dar consejos por dos razones: una porque no me los piden y otra  porque normalmente mucha gente que se interesa por una segunda opinión lo hace para reforzarse en sus trece, sea por oposición, sea por aprobación. Creo no ser injusta cuando digo que mi opinión no cuenta para nadie. Tal vez alguna vez me gustaría saber qué sería sentir que mi opinión cuenta de verdad para alguien, aunque solo fuera por un corto espacio de tiempo. En el caso de mi sobrina no se trataba de opinión, porque yo tenía un criterio sobre el tema, y por la gravedad que revestía el asunto a mi entender me decidí a plantearlo. Y aunque no sirvió de nada (estoy segura de que incluso, aunque el tiempo me dio la razón, cayó en el olvido), no me arrepiento de haber prevenido a mi familia de que la niña tenía una dislexia como una catedral. Y sí, mi tía tenía razón, los padres son los últimos en ver los defectos de sus hijos. O los tapan, eso no lo sé. Proyectan tal vez en sus críos sus frustraciones o sus veleidades. En mi caso como hija si es que alguna vez me vieron alguna habilidad nunca la reconocieron ni en público ni en privado. En público no lo hicieron, y lo sé positivamente, a sabiendas de que por ejemplo la gente a quien los hijos no sacaban buenas notas se podían sentir humillados. En privado, porque mis padres partían de la base de que mi obligación era hacer las cosas lo mejor posible y sin tonterías. De manera que me acostumbré a vivir sin halagos y sin vituperios, en esa "escuela" espartana durísima que no prepara para las envidias pero sí para trabajar.


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