16.12.11

Pobre barquilla mía

La alegoría de Lope de Vega que empieza "Pobre barquilla mía" y acaba "muriendo, todo sobra", supongo que ya no está en los planes educativos porque cato una cierta animadversión hacia nuestro más prolífico dramaturgo que solo puede aparejarse a la que se tiene a Camilo José Cela y por lo mismo. Y sin embargo yo voy a leer esos autores y otros cada vez que veo que flaquea mi competencia del español, sobre todo cuando me acucian dudas del sistema de las preposiciones y no sé si me contaminé de la jerga de la prensa, que lleva muchos calcos globalizados y es léxicamente pobrísima. Como no me gusta la literatura romántica ni el realismo y solo disfruto de una pequeña parte de la Generación del 98, no tengo más remedio que acudir siempre a los siglos de oro, el XVIII y algo del medievo.  Me sirven como de diapasón.
La pobre barquilla de Lope no sé si sería una alegoría sostenida fácilmente apreciable para sus lectores coetáneos, como lo es ahora -por un decir- el karma o equilibrio. Poco sé sobre el karma y aunque tiene alguna noción que subscribo, como la de que la vida es un aprendizaje, otras son inadmisibles. El otro día, por ejemplo, me vi casi entera una conferencia que le grabaron a Suzanne Powell, sobre el Karma, y en su transcurso afirma en un determinado momento que los que tienen asma es porque en otra vida "ahogaron" a sus congéneres exigiéndoles dinero y más dinero. Pienso que Suzanne Powell es una persona valiosa, bienintencionada y honesta, no tengo la menor duda. Pero ese tipo de afirmaciones son las que a mí me alejan de toda esa filosofía y me impiden acabar de aceptarla. Y, no se crean, lo del aprendizaje me parece razonable pero cuando me lo hago mío y pienso que nuestra vida es como una superación de pruebas, también quiero pensar que es como una obra de arte.
El día 14 alguien dijo en la blogosfera de sí mismo que era corriente y moliente. Quitando que yo no creo que sea corriente encontrar un hombre normal, vine a pensar en qué es lo que nos define a cada persona, cual es la pulsión o lo que nos mueve, lo que nos hiere, lo que nos gusta. Aunque no creo que tenga el menor interés hablar de quien soy yo, sí diré que hay dos tropiezos que siempre he ido encontrando a lo largo de la vida que son, bien mirado, complementarios. Uno es el de los tramposos o gente en general que engaña, género en el que incluiríamos a los hipócritas. Otro menos abundante, al menos en mi camino, pero que me consigue alterar  mucho, y es el de la gente que por estar bastante desocupada se dedica como un juez de línea a esperar los fallos de los que sí trabajan. Decía una jefa que tuve hace años, "el que no trabaja no se equivoca", y es verdad. Hasta cuando hablan bien de alguien es por jactancia.
¿Por qué digo que son tropiezos complementarios? Pues porque en el fondo las personas que recurren al engaño o a delatar las debilidades de los demás pienso que se tienen por poco. Tanto el hipócrita como el chivatillo necesitan otra gente para ser alguien, sea el colchón social que los arropa o justifica, sea víctimas puras y duras para realzarse a la menor ocasión. En el mar parece que no hay artimañas ni traiciones ("ni velas de mentiras,| ni remos de lisonjas") y, si acaso, nos engañamos nosotros mismos con nuestro insuficiente conocimiento de sus alteraciones o por nuestra desaprensión o descuido o arrogancia.
CABALAR (EFE) - La Coruña, Bahía de Vizcaya

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