30.1.12

Las estrellas de Galicia

A Teresa Oreiro


n cuanto mi madre, que nació en Finisterre/Fisterra, supo de la desgracia en la playa de Orzán, por salvar un Erasmus eslovaco, si no me equivoco, que había bebido más de la cuenta, dijo: "En Finisterre los borrachos nunca se tiraban al mar". Había el viernes mar gruesa, mar de fondo y olas de 7 metros, con lo que estoy en condiciones de afirmar que ni yo me hubiera tirado. Porque además el agua está fría, muy fría, y no hay vino suficiente en el mundo que me haga perder el temor al frío. Dicen que se acerca una ola gélida siberiana a Cataluña y ya estoy buscando mi mejor gorro, mis mejores guantes y hasta mis mejores calcetines, además de un plumón que me hace perder mi estilizada figura, pero a veces hay que sacrificarse por razones de peso, perdón, por razones de salud. Y es que el frío me abotarga y anula, aunque me guste la sensación helada en la cara y que el aire entre salvajemente en los pulmones como un aullido.
La única vez que fui a Galicia en invierno tuve una especie de shock porque en casi todas las casas había productos de la matanza y otros signos explícitos de lo que se había hecho con los cerdos familiares. Don Manuel Fraga Iribarne puso tantos impedimentos a la autosuficiencia tradicional, por razones bromatológicas, que creo que ahora la matanza es furtiva o algo tan higiénico y reglamentado que debe disuadir a cualquiera. Unos amigos tenían un cerdo escondido y les engordó tanto que tuvieron que matarlo en la corte de un tiro, porque no pasaba por la puerta, cosa que es mucho peor y sigue siendo ilegal. Aunque fuera para su propio consumo.
Aquel invierno hizo tanto frío que no recuerdo haber usado dos abrigos a la vez en ninguna otra ocasión excepto en Turquía. Para entrar en calor tuve que meterme en la cama bajo tantas mantas que casi no podía respirar. No me recobré hasta que comí el caldo. El caldo no es ninguna tontería. En primer lugar porque en principio es, como dirían los estupendísimos, "sostenible", de autosuficiencia. Decía el Prof. Basilio Losada precisamente que los americanos habían estudiado el modelo económico de autosuficiencia gallego primitivo, porque si bien es cierto que no daba ocasión a alharacas, tampoco la daba a sustos ni recesiones, y como estaba ajeno a los caprichos y devaneos de las altas finanzas, lo aguantaba todo. A lo que hay que añadir que el caldo ya no es sostenible, que lo era, porque hoy día sale más barato comprar las patatas en el Mercadona que sembrarlas, sacharlas, etcétera. Por no decir nada de cuando la Bayer obsequiosamente y en el momento adecuado apareció con unos productos indicadísimos para las plagas que habían desembarcado ellos mismos. Serían los años ochenta.
Por lo demás el caldo es un plato "combinado", muy completo, que si se pasteuriza y se conserva en fresco se puede conservar bien y durar un par de días. El caldo, además de ser un plato combinado es un plato que al ser hecho en familia supone una distribución según los gustos. Yo suelo cambiar mi trozo de tocino por extra de chorizo y lo que más me gusta es la patata (pero no de Mercadona). Mi tía madrina se hacía un caldo para ella sola y comía cuatro días. Por lo tanto lo comía entero, pero lo normal es que haya esa especie de distribución que cuando falta alguien nos recuerda su ausencia y el valor de los alimentos, su consuelo.
Si no fuera por el frío y las lluvias, sobre todo las lluvias, es casi seguro que yo viviría en Galicia. Una de las últimas veces que fui en tren, el llamado Estrella, me despertó el olor del aire. Era primavera. Entrábamos por los cañones del Sil, en el territorio que ahora se conoce más como Ribeira Sacra. Cada tierra tiene su olor, además. Saqué la cabeza por la ventanilla y para cuando la volví a meter se me habían prendido en el cabello libélulas. Debía parecer una morfinómana art déco o Isadora Duncan y sin embargo una chica que había en mi compartimento me miró con horror y se puso a chillar como si fueran cucarachas. Está claro que son insectos igual, pero yo creo que no podemos comparar una blattodea omnívora cloaquera con una ninfa de las ribas del Sil, que en el peor de los casos se alimenta de moscas y así.


La prueba de que hay sitios recónditos en Galicia es que sigan en pie iglesias como Santa Comba de Bande, en la Baixa Límia (Orense), que se edificó en época visigoda, en el siglo VII. La mala comunicación y el conservadurismo han permitido que se preservaran no solo los castros sino también los miliarios y los puentes romanos como si nada. Santa Comba ha visto rehabilitar su tejado, como el monumental San Estevo, y no hacemos más que desear que el musgo y los líquenes, el tiempo, envejezcan las tejas para que no parezcan tan nuevas y vergonzantes.
Otra de las cosas que quiso impulsar Fraga fue el turismo japonés y las telecomunicaciones. Los tertulianos de mi comunidad autónoma de Onda Cero, en emisión restringida, comentaban lo raro que era que la cobertura alámbrica fuera en Galicia del 50 % mientras que en Cataluña era del 5 % y perdonen si no reproduzco bien los datos. Manía de comparar y siempre odiosamente. Lo que sí no he olvidado ni olvidaré es que uno de los que estaban tan pésimamente informado no hacía más que recalcar la ruralidad de Galicia en contraste con el potencial industrial de Cataluña. Precisamente, y si me equivoco no me equivocaré por mucho, Fraga quiso impulsar las telecomunicaciones (y unas autovías que odio) porque quiso seguir el modelo irlandés de desarrollo. Se podía dejar la economía primaria no solo rural sino también pesquera y mariscadora, potenciar la terciaria y la secundaria irla haciendo pero con fundamento.
Tengo entendido, para acabar, que en cuanto Fernández Laxe abandonó la Presidencia de la Xunta de Galicia y la ocupó Fraga, lo primero que hizo en el Pazo de Raxoi fue hacer cumplir el horario, porque se ve que allí nadie estaba a las 8 tal y como se hubiera esperado. Y que podía estar a las 8 en Compostela, a las 12 en Muros y a las 6 en Cambados. No hay quien le fuera a la zaga, andaba muy rápido, lo vi yo con estos ojos y varias veces.
Es injusto hablar de Galicia, de Fraga, del Sil, del Miño, de Santa Comba, en dos plumazos y sin matices, pero hay cosas peores, como lo que pasaría si hablara de las estrellas sobre Galicia.

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P.S.: Por cierto, el pulpo a la gallega, que no el calamar a la gallega, es un plato de consumo propio en las ferias que nunca se podría haber creado de no ser por la incorporación del pimentón, totalmente andaluza. Así que le pasa un poco como a las espinacas a la catalana (espinacs a la catalana), que en realidad son de origen mozárabe. O el pa amb tomàquet. Sin embargo, Fernando Fernández de Córdoba era de Betanzos.