28.8.12

Fraden, Pavlov y Ludovico

engo de leer en Las cuatro esquinas del mundo un cuento encantador de Goslum sobre un apócrifo sistema Fraden de una no menos apócrifa Fundación Ricardo Ostelach por el cual durante la lactancia materna se induce a los niños a desarrollar determinados talentos al sumergirlos en derminados ambientes. Por ejemplo, si llevamos al lactante al Liceu de l'Òpera conseguiremos hacer de él un tenor o de ella una soprano. Ahora ya no queda ningún castrato, creo. Pero no hagamos bromas fáciles y ni tan siquiera bromas. Tampoco quisiera hacer de  spoiler y chafarles el cuento. 
Encontrar madres que tengan buena leche y estén por la labor ya es un tanto. Luego que una obtenga un permiso de lactancia consecuente para poder amamantar a su hijo en el Liceu o en el Mercat de la Boqueria, ya es otro asunto. También estos días se habla de la Técnica Ludovico, que aparece en "La naranja mecánica" y que en realidad nunca se llegó a realizar, al menos a las claras, claro, porque una estuvo muchos años trabajando en un hospital donde sin saberlo se hacía electrochoque, también conocido como terapia electroconvulsiva, una de las terapias más desalmadas que hay, y tampoco es que hicieran gala de ello. La técnica Ludovico se basa en la insensatez de que si sometemos a un monstruo como ese supuesto padre que calcinó supuestamente a sus hijos en Córdoba (España) al horror, se le acabará sensibilizando y por lo tanto abominará de toda la crueldad y demás. Creo que en la película también usaban la Séptima de Beethoven para inducir a no sé qué tipo de reacción, pero como esa supuesta película no la vi ni la veré, para el caso me es lo mismo. Si  bien lo pensamos, en los años 50 o así algunos psiquiatras empleaban terapias bastante traumatizantes para dejar de fumar y para abandonar las inclinaciones homosexuales, pero eso no sé si sirve como técnica Ludovico.
El conocido efecto Pavlov sí que no es apócrifo, sino que fue ensayado y probado y es bien conocido de la mayor parte de las personas que tienen su cultura general. Tiene que ver con la relación respuesta-estímulo. Pues bien, como mi hermano tiene un perro, Tor, y yo le compro unas chucherías para cuando van a ver a mi madre, más que nada porque a ella le satisface lo de alimentar a todo quisque, le tengo dicho que cuando le de el chiclé de buey que le diga "Marta". Así se supone que aunque no me ve, cuando yo sí veo al perro le diré "Marta" y pienso que identificará las chuches conmigo. Bueno, pues resulta que el otro día descubrí que le dio a beber de mi horchata, que se sentó en mi sofá (que era el de mi padre) y que en vez de decirle "Marta" cuando le dio las chuches, le dijo "esto te lo ha comprado la tieta". Es decir, todo el experimento se ha ido a freír espárragos. Es un Golden Retriever, pesa cosa de 34 kilos, así que lo de ponerse en el sofá tampoco es como para pasarlo por alto.
Lo que sí tengo claro de esto de los efectos, es que no hay nada tan efectivo como imponer algo para que se haga aborrecible. Y lo que también tengo claro es que hay muchos psicólogos que aún no lo saben. De  hecho, yo estoy convencida de que muchas terapias que ahora se ven como lo más normal dentro de unos años -no muchos- se considerarán auténticas estupideces degradantes y de daños irreversibles. Como bibliotecaria lo que me queda por añadir es que la gente que ha hecho psicoterapia y ya no digamos psicoanálisis, es la que más informal resulta para devolver el material prestado. Es evidente que ya no sufren.
Elliott Erwitt (Mikonos, 1976)

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