19.2.13

El respetable público

e habló del Gangnam style, del Harlem Style o Harlem shake, y yo voy hoy a partir del HDR style, el estilo fotográfico de alto rango dinámico (high dynamic range style), tan abusado. Pero no porque vaya a escribir sobre él, sino porque últimamente cada vez que veo una foto de Antonio Muñoz Molina, parece retocada con HDR style. Pero el otro día lo vi un momento en la TV y seguía pareciendo que lo habían retocado y eso ya no me parecía propio de ese medio, sobre todo porque  su entorno todo parecía difuminado y no por el efecto reflex. Leí ayer a salto de mata, en el metro, una entrevista que le hicieron en "El País". Si siguen el enlace verán que la fotografía es verdaderamente muy contundente, como les vengo diciendo, de tono un poco subido (al menos a mi entender). 
Siempre que leo algo de Muñoz me parece que es un señor muy sensato, de quien por ahora no hemos recibido ningún sobresalto, más allá de su nominación para la u minúscula de la Real Academia. La entrevista trata sobre su último libro, que es sobre la "memoria de lo inmediato", sobre aquellas cuestiones que un día fueron "impensables" y han pasado a ser "imperceptibles", como por ejemplo determinados roles masculinos como el de asumir que otros (otras) recogerán la mesa, los matrimonios homosexuales, etcétera. Para ello, si no entendí mal, ha hecho un acopio de noticias de "El País" mismo de unos pocos años atrás, muchas. Y da fe de esa época, "atestigua" dice. El libro se titula Todo lo que era sólido, supongo que en referencia a que en la actualidad abunda lo líquido y ya no digamos el relativismo.
No creo que lea el libro, aunque no me cabe ninguna duda de que está documentadísimo y de que la idea en sí está bien. También se podría escribir un buen libro con los pedacitos de recuerdos de viejas que de vez en cuando tiran a la basura cuando se muere una de ellas.  Todo puede ser material literario, hasta las noticias de "El País", otra cosa es que su metabolización adquiera consistencia literaria. Me acuerdo de Viatge pels grans magatzems Josep Maria Espinàs, 1993) un libro que podría haber resultado hasta trepidante -aunque no tanto como la avalancha en un vomitorio de una macrofiesta- siempre que el autor se lo hubiera propuesto. Pero está claro que lo que Espinàs logró es reunir una serie de notas de una remarcada y deliberada irrelevancia que ni siquiera tienen ni tendrán valor antropológico. El interés de Pla por la vida común también muchas veces dejaba caer todo el peso de una especie de sorna sobre la anodina y gris existencia de la mayoría de los mortales, pero la prosa de Pla reposa sobre las mezquindades y las calles estrechas formando un piadoso buen hojaldre y, según mi modesta opinión, la displicencia con la que a veces -si se me permite la ridiculez- pacían las ovejas de sus palabras tenía que ver con esa avara y taimada ruralidad de la que nunca se tuvo que despegar.  Espinàs no. Un tema tan bonito como puede ser el de los grandes almacenes lo dejó apagado, sin la menor traza de vida o la más mínima señal de animación. Cualquier lista de la compra, hasta la de un supermercado,  tiene mucho mayor interés que todo lo que ha escrito este hombre, que es mucho, junto. Pues algo de lo que me ocurre con Espinàs me ocurre también con Muñoz Molina. Aunque debo añadir que prefiero sin ningún género de dudas al andaluz al fenotipo de escritor diametralmente opuesto, al que recurre -como decía el otro día- a su flora intestinal y a sus gónadas, para épater al respetable público.
Hoy, antes de ir a mi clase de dibujo semanal, elegí tres galletitas-snacks que le llevo al perro del profesor. Como no estaba convencida de que le gustasen, probé una de ellas, como si mi criterio sirviera para adivinar qué le gusta a un perro, que no. A mí no me gustó gran cosa y además creo que como el perro ya es viejo tal vez tendrá dificultades para hincarles el diente, ya que muy crujientes no son. Yo sé que hay algunas personas que leen algunos de mis posts y que a veces lo que reciben no tiene mucho que ver con lo que yo de alguna manera perseguía hacer llegar. Pero de la misma manera que no me puedo poner en el lugar de un perro, no me quiero poner en el lugar de un lector. Solo algunas veces pienso, mira, esto le gustará a Zutanita. Pero doy fe de lo que se me antoja cuando es el momento. "El momento es supremo", dijo Schubert. Y es verdad. 
El material diverso del álbum, que lo hace un scrapbook, de esos a los que tanta afición tienen los anglosajones, es todo lo intencionadamente dispar que ustedes imaginan y un recurso para darle la misma importancia a una piedra, a una noticia, a una calumnia, a un sello. Esto, se dirá, es muy femenino. Lo admito, aunque también hay que reconocer que las poetas del detalle todas sin falta han sido unas grandes metafísicas, de manera que lo que en realidad hacían era reorganizar el mundo bajo el prisma con el que supuestamente lo haría la naturaleza. La jerigonza de que si "impensable" e "imperceptible", esa manera de girar sobre el eje de las dualidades y quedarse ahí zarandeado como por una puerta giratoria, me produce unos bostezos tan descomunales que temo luxarme la articulación temporomandibular. Eso por un lado, por otro también se podría decir que lo impensable ha pasado a disfrutar de una fase de entronización y moda, que no ha pasado a ser "imperceptible", aunque tal vez lo será pero debido a la insensibilización por saturación. Por mi condición femenina y por no haber podido ser dominada por ninguna universidad, ando más interesada por ejemplo en contraponer la idea de inocencia a la de ingenuidad, y no tanto a la de culpabilidad. Y así con todo. Y aunque ya sé que este es uno de esos posts que no le gustarán a nadie, es lo que hay.


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