14.2.13

La

"La inteligibilidad mutua con el resto de las variedades de lenguas de señas empleadas en España, incluso con la lengua gestual portuguesa, es generalmente aceptable, debido a su gran semejanza léxica. No obstante, la lengua de signos catalana (LSC), la lengua de signos valenciana (LSCV), así como las variedades andaluza oriental (Granada), canaria, gallega y vasca son las más diferenciadas léxicamente (entre el 10% y el 30% de diferencia en el uso de los sustantivos, según cada caso). Únicamente la LSC y la LSCV tienen una semejanza por debajo del 75% de media con el resto las variantes españolas, lo que las sitúa en dialectos especialmente diferentes o, incluso, se podrían considerar como lenguas, según el método filológico que se emplee." (Lengua de signos española, Wikipedia)




s sabido que hay dos tipos de cerumen, el seco (oscurito)  y el húmedo (clarito), dicho así para el público general. Desde que yo observé que mi cerumen era del mismo color que el de mi padre y no el de mi madre, me di cuenta de que tenía muchos números para padecer sus deficiencias auditivas. Seguramente esto no tendrá para ustedes -además de interés- ninguna consistencia científica, pero cuando les diga que el color del cerumen tiene una base genética y que incluso ha merecido estudios paleontológicos, entonces tal vez me concederán más crédito. Y, siempre según la Wikipedia,  es posible determinar la edad de una ballena por el número de capas de cera, de manera similar a lo que ocurren en la dendrocronología con los anillos de los árboles.
Como sé lo que es una torsión ovárica (que me imagino que debe de ser lo más parecido a una torsión testicular), como sé lo que es una extracción de un molar accidentada, como un par de veces me golpearon las espinillas sin querer con attachées Samsonite y como una vez me quemé con leche hirviendo, puedo decir que eso todo incluso a la vez no es nada comparado con un buen dolor de oídos. Un dolor de oídos es enloquecedor. Tuve un dolor de oídos a mis 6-7 años y el único que parecía entenderme fue mi padre. Lo que no sé es si era porque por su natural le resultaba más fácil compadecerse por el sufrimiento ajeno o porque lo conocía en propia carne. Nunca lo sabré.
La verdad también de la buena es que no me volvieron a doler los oídos, pero desde hace unos días les advierto que no oigo el tono del teléfono si pongo la oreja izquierda. Tengo entendido que el tono siempre es un La y me figuro que esa nota, por sus características cromáticas, estará en un punto de la escala que por sus características será más clara que otras. Otra cosa que no sé. Con la oreja derecha aún oigo el La, pero es como chisporroteante, lleno  de crepitaciones que además se me acoplan en la concha del pabellón y resultan desagradables. Si alguien me habla, lo más posible es que oiga mejor lo que se dice en el espacio que está dos puertas más al fondo, aunque más bien debería decir que lo distingo, que lo oigo, pero no lo entiendo. Es decir, que oigo voces, pero no como las que creo que les hablan a los enfermos esquizofrénicos. La música grabada me suena mucho peor de lo que ya me venía sonando (pero ahora por cuestiones físicas) porque estoy en un umbral auditivo en el que percibo vayan ustedes a saber qué. Lo de las psicofonías de mi lavadora ya es viejo. Las voces de mis seres queridos también me llegan mal y esto me apena mucho porque debe de ser un umbral más bajo y entonces lo que me llega parece en un tono menor, más triste, más apagado y hueco. Es decir que más que de música callada podría hablar de soledad sonora.
La relación del sonido y el espacio es tan disociable que incluso una vez la experimenté con tanta nitidez, al oír un canario en el patio de mi casa, que me dio la medida exacta del hueco del bloque. Dicen que los mirlos se apostan a intervalos equidistantes y que se van repitiendo un mismo mensaje que trata sobre el alimento y la comida de la zona cubierta. Y es cierto, su canto es además de bonito, útil, como debería ser. Y cuando yo tenía el oído más fino llegué a distinguir ese quehacer, de mirlo en mirlo, de ir cantando "aquí no hay agua", "hay una mujer que me está haciendo una foto", "viento no hace" o cosas así que yo me figuro y aventuro.
Entre mi deterioro auditivo y que parece que este verano tampoco vamos a cobrar los funcionarios la paguita doble, que no extraordinaria, veo más claro que nunca que tengo que dedicarme a aquello que sí puedo hacer. Mal comparado: de la misma manera que María Moliner se dedicó a su DUE, yo también me he de dedicar a aquello para lo que aún sirvo y que no cuenta con grandes impedimentos. Lo bueno, porque siempre todo tiene un lado bueno, es que las orejas me van bien para soportar las gafas. Y que a lo mejor es un simple catarro.

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