20.3.13

El tránsito

oda la imaginería religiosa que hay, en monoteístas y politeístas y hasta en las religiones sin Dios alguno, es -como diríamos en Barcelona- brutal, esto es numerosa. Probablemente si descartaramos del arte todo cuanto es de tema religioso quedaría menos de la mitad, pero antes tendríamos que determinar qué es artístico y qué no y qué es tema religioso, y cualquiera de esos preliminares me sume en una mezcla de pereza, aburrimiento y desesperación. Viniendo como venimos del asco que inspira una hormiga reina de 30 años de vida, se dirá que la tarea no es tan tediosa como en principio se podría presentar, pero ¿a quién favorecería?
Aquí tenemos colgado algún cuadro religioso. Me acuerdo de Ganesha, el dios con cabeza de elefante que tiene un ratón que le acompaña, talmente como el ratón Timoteo acompañaba a Dumbo. Se suele decir que los elefantes temen a los ratones porque saben que pueden devorar como un manjar preciadísimo que lo es el mullido tejido conectivo o grasa que rodea sus patas y que amortigua su peso y les permite caminar sigilosamente y en puntillas.  Un mordisquito puede acabar no ya como una noche toledana pero sí en una infección necrotizante y gangrena, posibilidades todas ellas en las que no quiero ni pensar. De ahí ese temor de un animal tan grande ante un animalito en apariencia tan inofensivo, y de ahí el emparentamiento iconográfico de Dumbo y Ganesha, entre Walt Disney y el Panchatantra. Ganesha es un dios muy invocado para los principios y para las dificultades. En India tiene tantos seguidores como podría tener Messi, o tal vez algunos menos.
También tenemos colgado un cuadro de Velázquez -su reproducción, claro está-, el titulado "Cristo en casa de Marta y María" (1618-1620), que se encuentra en realidad en la National Gallery de Londres. Allí reparamos a mi solaz en el lienzo, y en como todo contribuye a que el rostro de Marta sea el que tiene la mayor expresividad y donde incluso se dirimen sentimientos encontrados: el enojo, la frustración y la vergüenza o la rabia después de haber sido reconvenida por protestar de estar siempre preparándoles la merienda (por un decir) a Jesús de Nazaret y a María, su hermana, de Betania. María siempre rezando y Marta siempre fregoteando y entre cebollas son las dos formas de beatitud femeninas cristianas. La hermana Forcades es un caso excepcional, que puede cundir, no digo que no, pero que es algo oportunista. Los hostiles o los gentiles o los laicos, los ateos si quieren, los que nada quieren saber de la historia sagrada, no interpretarán nada piadoso en la escena de la que iba a ser santa y hasta mártir. Y entre los que tienen algún fervor religioso a lo mejor tampoco se verán satisfechos. Sobre todo los supersticiosos con apetencias idolátricas. Así que bien podría decirse que el cuadro va dirigido a los que nos movemos entre la iconoclastia y la idolatría, que seguimos siendo muchos. Y seguramente yo con lo mío tampoco voy a obtener más que antipatías, pero hay que saber estar tal cual.
Hoy cuelgo un cuadro de Goya, uno de mis pintores españoles preferidos, que tampoco es que tenga muchos cuadros de temática religiosa que digamos. El boceto de El Tránsito de San José es uno de los tres lienzos que se conservan en Castilla y León del genio. Se encuentra en el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, en Valladolid, cosa de la que por lo menos da fe la Wikipedia, que tampoco es que sea la Biblia pero casi. El cuadro es además un boceto, pero ya están en él todos los elementos que nos hacen reconocer las pinceladas de Goya. La expresión de San José, central, senil, traspasado, algo asustado, no se aleja de aquellos magníficos cuadros sobre los horrores de la guerra y demás. Y sin embargo nos habla del hombre viejo (que ya lo era al parecer cuando nació Jesús), al que siempre hemos visto representado con los atributos de la pureza putativa, de su paciencia y su discreción. A mí, que soy devota de San José desde hace unos cuantos años, me conmovió mucho esta pintura porque me recordó la indefensión del viejo, que en su decrepitud se vuelve tan rígido como tierno y que se vuelve en parte como un niño. Aquí los vemos en los papeles cambiados, no como en el Belén, derecho, pendiente del Niño. Aquí está pendiente pero sabiendo lo que pende y depende. Lo malo es que a todos nos hace mucha gracia cuando un niño se hace caca, pero no nos hace tanta gracia cuando un anciano se hace caca. Hay que tener un humor en el umbral estratosférico de una triple A para sobrellevar el tirón. Se acostumbra uno a todo. A San José se le puede confiar el deseo de una buena muerte, figura o cliché que lo es como lo es en otras religiones la reencarnación o el abandono a la sabiduría celeste o el tao. Ay, el tao.
Una de las primeras cosas que supe del cardenal Bergoglio fue la de su devoción a San José, santo al que ha encomendado muchos fieles. Verdaderamente, si me dejan que les diga, la Virgen es más efectiva, pero en estas lides nunca se sabe que es mejor y no lo sabremos ni nuestro último día. Además, si Dios no quiere los santos no pueden. Hoy bromeábamos en un frente social virtual sobre lo empalagosillo y palabreador que es el Papa Paco y lo hipertímico que está, tan entregado a la imagen caritativa y buenrollística que no cuidaron tanto sus predecesores, los cuales estuvieron más por los misterios de la fe (Ratzinger) y la esperanza (Wojtila). Pero esto de los pastores, como casi todo, es una cuestión de gustos y no le concedería más importancia. Como dirían los hindúes, todo es maya, ilusión.

Boceto de La Muerte de San José (Francisco de Goya, 1787)

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