6.3.13

La naturalidad

"That one may smile, and smile, and be a villain" (*)
William Shakespeare, Hamlet

"Dientes, dientes, eso es lo que les jode"
(Isabel Pantoja)


a BBC ofrece un test para determinar nuestra habilidad para distinguir una sonrisa falsa de una sonrisa verdadera. La mayor parte de la prueba es visual, la constituyen pequeños vídeos donde solo hay que elegir entre dos botones ("genuine" o "fake"). Ahí tuve solo 12 aciertos, teniendo en cuenta que me determina mucho mi prejuicio o mi manía de que una sonrisa que acaba abruptamente no puede ser más que pura apariencia o engaño. También consideré la mirada y si se movía la cabeza o no. De manera que tuve muchos falsos positivos. Retomamos aquí una frase de Marguerite Yourcenar que trajimos aquí el día 23: "Exageráis la hipocresía de los hombres. La mayoría piensa demasiado poco para permitirse el lujo de poder pensar doble". Normalmente me pasa con M. Yourcenar lo mismo que con Goethe, tardaré más o menos en ver el acierto de sus frases, pero sé que lo puedo dar por garantizado. Por lo tanto, aplicado el cuento a lo de las falsas sonrisas, podríamos afirmar que están condicionadas socialmente o que tienen un propósito que se puede considerar hasta legítimo, de mostrarse como una persona conciliadora y -horrible palabra- "positiva".
Antes de acabar formando un lío descomunal entre lo falso, lo positivo y sus combinaciones, seguimos adelante con el principio, las sonrisas. Lo curioso de la fotografía de hoy es que tradicionalmente China, como el Japón, son países en que la mujer de una cierta clase social no debía mostrar sus dientes. La sonrisa de las geishas y de las cortesanas es una sonrisa labial que suele mitigarse u ocultarse tras un abanico para mostrar recato, discreción y distinción, todo junto. En los juegos olímpicos de Pequín fue cuando al parecer se abrió la veda y la imagen de hoy ilustraría las perfectas sonrisas que ya se les enseñó el año 2008 o en los años preparatorios a las azafatas. Se podían mostrar 8 dientes, los anteriores. El entrenamiento se realizaba con palillos como los que los orientales usan para llevarse la comida a la boca. Nuestro inefable Eduard Punset, magufo de cabecera, recomendaba usar un lápiz en el año 2010: "El lápiz que atenazan los dientes obliga al intérprete a hacer gestos similares a los que adopta cuando se ríe. A base de pasearse por la vida riendo, se acaba disfrutando de la risa y se siente uno más feliz". Pero si nos deslizamos del pensamiento mágico a la educación pura y dura, iremos a parar a los recursos ortopédicos para conseguir una perfecta sonrisa. Así que me figuro que tal vez ya hay trazas en el Pigmalión de George Bernard Shaw, que por ser irlandés estaría al caso de los métodos anglosajones para educar a una mujer y convertirla en una buena compañía, refinada y hasta sofisticada. Para vocalizar y sonreír adecuadamente, un lápiz; para mantenerse derecha y erguida, un libro sobre la coronilla. Escribir ni pensarlo.
Pero es mucho suponer y no recuerdo bien la obra ni la película que hicieron con ella, My fair lady, cuyo papel protagonista desempeñó Audrey Hepburn, de origen aristocrático. Aunque de una familia dramáticamente venida a menos entre las dos guerras mundiales, pudo adquirir aquella formación de danza y saber estar correspondiente a su clase social y sexo. Pero yo no recuerdo a ninguna actriz que como Victoria Abril en "El Lute: camina o revienta" (Vicente Aranda, 1987), por el que le dieron una Concha de plata en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, se hiciera la llamada higiene íntima con una naturalidad  que ya quisiera la que les dije. Y es que la naturalidad es lo más difícil del mundo. De hecho, incluso podríamos añadir que la buena educación está para la gente que no tiene una buena naturalidad y entonces hay que darles unas pautas para que no  metan la pata ni nada más.
Cuando de niña iba con mi hermano a la sesión continua del cine de al lado de casa, veíamos una película de romanos, una españolada y otra del oeste. Yo aprovechaba la españolada para comer el bocadillo de tortilla y sorber la Coca-cola que nos daban para pasar la tarde. Mis padres decían que si iban a otro cine, pero ahora que pienso eso me parece más que improbable. Creo que nos colocaban en el cine para disponer de una tarde libre. ¿Por qué no atendía a la españolada? Pues simplemente porque no la podía oír. Había entonces unas señoras en el cine que reían las gracias de Alfredo Landa, Rafaela Aparicio, José Sacristán, Tony Leblanc, José Luis López Vázquez, Florinda Chico, Andrés Pajares, Antonio Ozores, Concha Velasco  y un largo etcétera. Las reían *ostentóreamente, neologismo que se ha impuesto como mezcla entre ostentoso y estentóreo, que son las voces correctas. Creo que no entendía nada porque las señoras se reían *ostentóreamente incluso antes de que los actores dijeran lo que hacía gracia. Cosa que es totalmente comprensible por los nervios y la ilusión del fin de semana, que entonces era más corto. En algunas películas de terror también hay gente que chilla antes de tiempo, lo cual es muy anticlimático y mueve a risa.
Hay un colaborador de Onda Cero Radio, Carlos Rodríguez Braun, que ríe *ostentóreamente pero con una risa que me resulta bien poco natural. Aunque he dejado de escuchar todos los programas radiofónicos que no emiten solo música, hoy le oí un ratito en la tertulia y yo era capaz de predecir cuando iba a lanzar su risotada, que parece una eyaculación precoz por lo inoportuna. Me suena no tanto como esas risas enlatadas que aún ponen en alguna teleserie norteamericana, que nos dictan en qué momento preciso nos tiene que hacer gracia una escena o un diálogo, sino a aquella grabación que llevaban hace años algunos muñecos, que cuando los girabas boca abajo hacías desencadenar una especie de mecanismo de cuerda que era un llanto o una frase como "Tengo pipí", "Mama mama". Esas pequeñas grabaciones no tienen crescendo, porque son resortes. La risotada de Carlos Rodríguez Brown, quien siempre es muy brillante en sus comentarios sobre economía, es una carcajada tic. No tiene aquella alegría contagiosa que todos sabemos apreciar.
Las carcajadas son todo un mundo, como ustedes bien saben. Yo sólo sé de una persona que se ríe con la "o" (jo jo jo, etc.), pero creo que la mayor parte de las personas nos reímos con la "a" y todo lo más hay variantes con alguna vocal más cerrada (que los son todas, al lado de la "a") alternada con rebuznos o como pedorretas y hasta lágrimas y aspavientos. Había un loro en Finisterre que imitaba muy bien la risa de mi tía, que es muy parecida a la mía. La imitación le causaba risa a ella y aquello solía acabar con una pequeña distensión de la vejiga urinaria. Servidora alguna vez se ha tenido que echar al suelo para prevenir la estrangulación de alguna víscera hueca al agitárseme las entretelas de puro regocijo sobre todo ante situaciones incompatibles con la verosimilitud, que son las que más hilaridad me producen. También me tengo reído mucho en el agua del mar, porque me hace como cosquillas, pero no siempre. Pero les prometo por la gloria de mi canario que prefiero antes un gesto adusto que una sonrisa falsa. Consiguen conmigo todo lo opuesto a lo que persiguen. Se me hacen odiosas.

Azafatas practicando la sonrisa para el Festival de Primavera de Chengdu (6 de enero de 2012)  (CCTV)

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(*) Trad.: Puede uno sonreír y sonreír y ser un bellaco.


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