"Por aquel entonces poseíame la afición al teatro,
afición platónica, porque mis padres nunca
me habían dejado ir, y se me representaban
de un modo tan inexacto los placeres
que procuraba, que casi llegué a creer que cada
expectador miraba, lo mismo que en un estereoscopio,
una decoración que era para él solo, aunque igual a las
otras mil que se ofrecían, una a cada uno,
el resto de los espectadores"
Marcel Proust, Por el camino de Swan
Hoy, a cambio, hemos visto una de esas películas de la historia sagrada, "In the beginning" (Kevin Connor, 2000). Cuando se llega a la escena de Putifar y José, hijo de Isaac y Raquel, mi madre ya hacía rato que había perdido el hilo y no es de extrañar y se pensaba que Isaac aún era Abraham. Pues bien, cuando Moisés se despierta y ve la zarza en llamas, mi única madre me dice: "Se le incendió el único árbol que tenían". Estas películas la verdad es que ganan mucho con estas observaciones porque ya no me impresiona ni el éxodo del pueblo elegido por el Mar Rojo ni las siete plagas ni nada. Reparo como mucho en el tocado del faraón, o el parecido de un general con Falete y en las plumas de avestruz que portan los esclavos; todo lo demás ya me aburre.
A estas alturas de la vida una ya está un poco cansada o aburrida, la verdad, de oír siempre los mismos argumentos tan desgastados, abusados e irrecuperables. Además llega un momento en que todas las personas que no nos hemos conformado con la indigencia cultural, que nos hemos resistido un poco a la pereza mental y demás, descubrimos que hay gente que se supone que tiene su formación universitaria o casi confunde no ya los chinos con los japoneses, sino incluso a los indios con los magrebíes y ya no digamos la velocidad con el tocino y el culo con las témporas. Además del punto de vista hay más cuestiones, la de la "petrificación", palabra que reencontré hoy en mi relectura de Proust.
Uno de nuestros autores preferidos franceses acabaría sabiendo qué era el teatro. Y a pesar de las comedias de errores o de alguna escenografía vanguardista o experimental, de las que eliminan paredes o por el contrario las añaden donde no las habían, el teatro sigue ofreciendo un punto de vista dominante que pretende atraer y magnetizar la atención del espectador. La libertad de los sentidos en la calle es tan abrumadora que aunque estemos pendientes de que no nos atropelle ningún ciclista o no nos roben los descuideros, o de lo que oímos en el MP4, siempre recibiremos muchísimos estímulos. De ahí que me parece imposible que desaparezcan las procesiones. Entre otros motivos, por su eficacia dramática.
Hoy me pareció ver en un edificio en la Avenida del Paralelo un señor que desde su balcón hacía fotos. Para tener la certeza le he hecho una foto al edificio y luego al magnificarla he comprobado que efectivamente estaba haciendo una foto. No a mí, ahí está el asunto. No comprendo cual era su punto de vista y si hacía fotos de la calle porqué las hacía tan abiertamente. O, mejor dicho, su punto de vista sí está claro, pero no su objetivo, que eso en materia de opiniones (volviendo al principio del cuento) también tiene su aquel. ¿Por qué se adopta un punto de vista y no otro? La mayor parte de las veces es cierto lo que dice la sabiduría popular de que se critica aquello de lo que se adolece. No es fácil.
Algo que me tiene totalmente desconcertada es lo de las direcciones de las calles. No me refiero a si son de subida o de bajada, a cómo van los números o la ruta de los autobuses y demás. Me refiero a que, por ejemplo, cambia mucho hacer las Ramblas desde la Plaza de Cataluña hasta las Atarazanas o hacerlas al revés. Aparte de que en la última opción hay una ligera subida, cambia la luz, cambia la afluencia de la gente, e incluso el tipo de gente que sube o baja. No sé si sirve por toda explicación una foto que tomé este mediodía desde el mismo punto de la Gran Vía. Es decir, parecería que tendría que parecerse más lo que dejaba atrás a lo que pasaba adelante. Pues algo sí, la verdad, pero la sensación es tan distinta que sobrecogida opté por tomar el metro.