21.7.13

Las sorpresas (1)

A Salvador Albanell

na no es muy de sorpresas. Me resultan, como la de aquel andante de Haydn, sustos. La primera vez que oí el Paukenschlag de la sinfonía 94 de Haydn, como no estaba advertida, me dio un sobresalto mayúsculo. Y para mí las sorpresas suelen ser eso, sobresaltos.  Pero admitamos que hay sorpresas agradables.
A veces lo que recordamos de un museo es algo que escapa totalmente a las expectativas de sus conservadores. Y aunque parece que el silencio se ha conseguido imponer, de aquella manera, en las exposiciones, aún se deja oír algún comentario no menos antológico. Me referí hace tiempo a una anécdota en el Museo antropológico estambulino. Nos seguían como quien dice pisándonos los talones dos señoras maduras y entradas en carnes, italianas, con sendos visones y sendos bigotes, porque por aquel entonces las italianas tenían cosa de dos visones y aún no se depilaban el vello facial. Para hablar con propiedad habría que decir que lo del vello era un eufemismo para cerdas y que las italianas por aquel entonces tenían estadísticamente hablando 0,87 abrigos de visón per capita. De vez en cuando ya saben que me gusta hacerle una concesión a los que buscan aquí preguntas a sus respuestas y otras recreaciones sobre la exactitud, la opinión, los datos. Pero siempre para volver a nuestras divagaciones sin objeto, a lo que es propiamente una bitácora, naderías, pasar el rato.
Una de las italianas, cuando llegó a las vinagreras opalinas de ágata verdes, rubíes y oro trabajado, exclamó: Guarda, è comme la mia oliera ("Mira, es como mi aceitera". Con aquella capacidad para la declamación que en Italia hay y que creo que en las escuelas aún se cultiva. No había en su observación sombra de ironía ni socarronería ni nada que pudiera hacernos pensar que no fuera en realidad tal cual lo decía.
Y aunque, como digo, cada vez es más raro pillar comentarios al vuelo de esos que tanto nos retratan, aún se deja caer alguno. A pesar de que los eluda, mi experiencia artística en las exposiciones siempre suele verse sorprendida o estropeada por alguna interferencia. Estos días estuve en Madrid y aproveché para ir a ver las exposiciones del fotógrafo Rafael Sanz Lobato (en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) y otras de pintura: de Dalí (en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía), de Pissarro (en el Museo Thyssen-Bornemisza), de "La belleza encerrada" en el Museo del Prado y la exposición permanente de la Casa-Museo Sorolla.
La sorpresa del Museo Sorolla fue que había sido su casa, cosa que yo desconocía hasta que llegué. Está la casa y su jardín en pleno barrio de Salamanca o muy cerca, en el Paseo del General Martínez Campos, en el número 37, entre edificios más altos y mucho más modernos. La casa de los Sorolla se construyó el año 1910 y fueron allí a vivir el 1911. De manera que su jardín es un respiro y también una invitación a la pausa, al color, al disfrute de materiales que "respiran" como botijos, esto es, el mármol, el barro cocido, la cerámica de los azulejos, la tierra de los tiestos, el enlosado esmaltado, con elogios repartidos por igual a la penumbra y a la luz.
Las pinturas allí expuestas no me parecieron tan luminosas como yo había visto en las abundantes reproducciones que tenemos por todas partes, desde la planta de accesorios de El Corte Inglés, en la sección de pañuelos para el cuello, hasta los fondos de escritorio al uso. Tal vez algunos cuadros han perdido parte de su transparencia porque necesitan una limpieza somera. Tal vez ya son así, más mate de los que yo los tenía preconcebidos.
Al dejar la casa de Sorolla ayer sábado fui hacia el Paseo de la Castellana, donde prácticamente no había un alma. Bajé por el Paseo de Recoletos hasta la Cibeles y allí fui andando por el Paseo del Prado hacia la Carrera de San Jerónimo. todo ese Paseo, aunque era uno de los días más calurosos de la canícula lo pude hacer al amparo de la buena sombra de plátanos esplendorosos, magnolios en menor medida, que no faltan en todo el trayecto y que hacen de ese recorrido una delicia. No tengo la menor duda de que ese paseo tan agradable fue de alguna manera la consecuencia de haber visitado la casa de Joaquín Sorolla, que me inspiró o me guió por el mejor camino. Todo fue tan rodado que cuando llegué a la Plaza de las Cortes me pude tomar un té frío y disfrutar del carillón del edificio de la compañía Plus Ultra, al lado del Hotel Palace. Aunque la maquinaria es holandesa (Real Fábrica de Eijsbouts), las figuras son de Mingote. Representan a Goya, la duquesa de Alba de la época de Goya, Carlos III, una manola que se abanica y Curro Romero. Se ve que el reloj puede tocar hasta 500 melodías diferentes. El viernes tocó "El bello Danubio azul" y ayer tocó al ángelus la Sonata de Primavera de Antonio Vivaldi, lo cual no deja de ser una broma y al mismo tiempo una sorpresa.

Carillón de la Plaza de las Cortes en Madrid 
Fotografía de Manuel Martín Vicente



Carillón de Mingote

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A veces, en los viajes sobre todo, nos damos cuenta de lo oportunamente que van discurriendo nuestras necesidades y su satisfacción, como en un buen vals, donde todo parece desenvolverse con facilidad, sin tropiezos ni dudas. Cuando viajamos y no traba nada nuestra receptividad, los lugares nos abren sus puertas y todo se desliza puntualmente, como en un mecanismo de relojería.


La letra inicial de hoy corresponde a una litografía de Lovis Corinth.

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