8.7.13

Los libros gordos

so sí, para libros gordos los de la señera Enciclopedia Espasa. Pero tenía su qué, o lo tiene aún, tener en las manos un mamotreto cuya tangibilidad nos da exacta proporción de su alcance. Con la virtualización de los contenidos, para advertir su alcance, tenemos que hacer otras pruebas. Aparte de que hay mucho refrito de "difusión cultural" que no indica las fuentes (se las apropia directamente) y no anda muy interesado en asentar si una frase se la debemos a Freud o a Shakespeare, ya que cualquiera sirve.
Desde el sábado la Real Academia Española cuenta con una página en Facebook. La de Twitter lleva ya tiempo. Casi simultáneamente, su director, José Manuel Blecua, advierte de que la vigésimo tercera edición del Diccionario tendrá 60.000 modificaciones respecto a la edición previa, sea por la eliminación de entradas obsoletas como por la incorporación de americanismos, tecnicismos o la renovación de descripciones. Esos cambios representan -en un cuerpo de 90.000 entradas- dos terceras partes de su contenido. 
Continuamente sin embargo se tiene una que acordar del DRAE porque tiene una legión de adoradores que lo usan como si se tratara del Código Civil o el de la circulación, cuando la lengua -aparte de que es más cosas que un léxico representado convencionalmente en orden alfabético- no necesita ese tipo de gendarmes. Me ocurre con los aficionados a la lexicografía exactamente lo mismo que le ocurría a Marguerite Yourcenar con los aficionados a la heráldica (¿o era a la genealogía?), ocupaciones todas ellas para gente con una curiosidad muy limitada y que se ha decidido por algún campo que no exija otra cosa que tiempo. Al lado de los adoradores del DRAE y otros productos lexicográficos se ha amparado una legión no por menor menos perniciosa de prescriptivistas y neologistas, que consensuadamente deciden qué palabra es correcta y cual no. Son los intervencionistas lingüísticos. Aquí nos referimos hace poco a los obtentores de palabras y en concreto a la voz "sinologia" que en catalán, en oposición al resto de las lenguas comunes se ha adoptado -en vez de senologia-  para referirse al estudio de las mamas, aunque sinologia era un término que se avenía mejor al panorama internacional y tradicional y designaba el estudio de la cultura china. 
Los aficionados a la heráldica, la genealogía y la lexicografía en un momento dado, cuando menos se les espera, deciden abrir más nuestros ojos y nos señalan por ejemplo que la palabra "evidencia" no es equivalente a la del mundo anglófono, donde se adoptó para designar una especie de escuela médica que basa sus hallazgos en datos contrastadísimos. Los aficionados a la Filología proponen entonces la expresión "medicina basada en pruebas", y eso a pesar de que "prueba" en español es tan polisémico que lo mismo significa evidencia que intento. Los aspavientos que hace un maníaco del diccionario ante lo que consideran un error vienen a substituir los gestos de escándalo y bochorno de otras épocas ante costumbres indecorosas. Consideren que la mayor parte de las veces es gente que no puede aportar mucho más allá de lo que pone el diccionario.
Los aficionados a la verbografía corrieron a condenar la voz "escrache", cuando lo que tenían que haber visto es que la palabra no tenía equivalente en el español europeo oficial contemporáneo porque tampoco lo tenía la práctica en sí, que vino o la trajeron de donde les diré. De hecho lo que tenían que haber apreciado es que los escraches se habían venido desde la Argentina. Yo me traje la palabra en agosto de 2009 al blog pero porque me la había sugerido Liliana Costa Staksrud por aquel entonces. Sin embargo me libraré mucho de adoptar una palabra como "ingresar", que los argentinos usan para referirse a la acción de introducir datos en un formulario. O "menúes", palabra que advertí hace poco en una guía traducida del inglés.
Yo diría que consulto más en su formato en papel el María Moliner que el diccionario de la RAE, pero lo que sí creo que tengo que hacer de tanto en vez es leer algún libro de Cervantes o Quevedo o Cela para no perder de vista, como si fueran diapasones, el ritmo cierto de mi lengua, el régimen de los verbos y el uso correcto de las preposiciones. 
Debo admitir que me divierte terrriblemente imaginar el desconcierto de aquellos de quienes les dije que siempre están empuñando el DRAE, cuando vean que dos de cada tres palabras ya no son lo que eran. Se tendrán que buscar otro entretenimiento.


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