29.9.13

Post 1050: El último desconcierto

yer vi "El último concierto" (Yaron Zilberman, 2012). "Tras 25 años cosechando éxitos y gozar de fama mundial, y en plena preparación de un concierto para celebrar su cuarto de siglo profesional, el futuro de un cuarteto de cuerda de Nueva York recibe un duro golpe que puede poner en entredicho su supervivencia. El violonchelista de la formación está padeciendo los primeros síntomas del Parkinson, una enfermedad que en poco tiempo pondrá fin a su carrera como intérprete. La incertidumbre sobre su futuro se apoderará del cuarteto, dando rienda suelta a emociones reprimidas, egoísmos y reproches que pondrán en entredicho años de amistad y colaboración profesional" (FILMAFFINITY). Los cuatro actores principales son propiamente el cuarteto: Philip Seymour Hoffman es Robert, el segundo violín. Christopher Walken es el violonchelista. La viola y esposa de Robert, Juliette, es interpretada por Catherine Keener. El perfeccionista primer violín, Daniel, es Mark Ivanir. 
La enfermedad de Peter crea la inestabilidad y, si se me permite la broma fácil, el desconcierto. De manera que la película nos muestra las reacciones de cada cual y una situación de crisis como grupo, tanto en lo musical como en sus relaciones. Robert por ejemplo pretende que el papel de primer violín y segundo violín se puedan alternar y el planteamiento nos permite conocer sus complejos y a los que no conocemos la distribución de los instrumentos en los cuartetos de cuerda o en las orquestas, nos permite saber un poco más de cómo se apoyan. Tal vez la película sobre el cuarteto La Fuga se inspiró en lo musical en el Cuarteto Guarneri, que también se despidió en el Grace Rainey Hall del Metropolitan Museum de Nueva York.
Con las notables excepciones de algunos divos y famosos, que abundan entre cantantes, solistas y hasta directores de orquesta, la mayor parte de las veces no conocemos individualmente los miembros de una orquesta sinfónica e incluso los de un grupo que ejecuta música de cámara, mucho más reducido. 
La obra que ensayan y finalmente tocan es el Cuarteto para cuerda número 14, opus 131, de Beethoven. Entre sus dificultades la menor no es que se toca de una vez, a pesar de contar con 7 movimientos, cuestiones ambas que se salen de los cánones de lo que es la música para un cuarteto de cuerda. Hay una guía de audición en internet que explica maravillosamente bien el diálogo entre los instrumentos. El principio, por ejemplo, también tiene la rareza de que empieza por una fuga en la que se van incorporando a cada cuatro compases los cuatro instrumentos, desde el primer violín, después el segundo violín, hasta el violonchelo. El segundo movimiento se distingue porque empieza con un recitativo barroco y en fin se va desenvolviendo el diálogo entre los instrumentos.
Es poco conocido que Franz Schubert fue uno de los hombres que portó sobre un hombro el féretro de Beethoven en su funeral. En "El último concierto" se nos recuerda que Schubert además quiso que durante su propia agonía, un año después, le tocaran este cuarteto. En el Zentralfriedhof vienés hay un cenotafio (monumento funerario, en inglés memorial) a Mozart, a su izquierda se encuentra la tumba de Beethoven y a su derecha la de Schubert (Fotografía). Pasa lo mismo con los escritores y con los pintores o los cineastas, hay un continuum, aunque cada cual conserve su propia personalidad. Y quien ignore lo que han hecho sus predecesores o sus coetáneos está condenado a no permitir que avance el arte. No hay originalidad sin tradición.Ya lo dijo Eugenio D'Ors, "todo lo que no es tradición es plagio".
Más allá de la morbidez de los datos fúnebres, centrémonos en el hecho de que también los compositores son un grupo, aunque habrá unos de mayor calidad y originalidad que otros. Por lo demás, el dato que apuntábamos sobre la muerte de Schubert se lo da el primer violín a la hija del segundo violín para que situara la emoción que tiene que recorrer los siete movimientos. Que se toquen de una vez y no fragmentadamente provoca a mi entender que la música pierda ese racionalismo que a veces la desangela y la muestra como algo excesivamente reglado, imitativo. Al final de la actuación incluso los intérpretes se dejarán llevar por lo más importante, la pieza, aunque no les explico cómo para no chafarles la película como una spoiler.
La unidad de los siete movimientos, el que se deba interpretar de una vez, me recuerda aquella película, "El arca rusa" (Alexandr Sokurov, 2002) que fue rodada de una vez, en el Ermitage, en San Petersburgo. Si tenemos en cuenta que al final hay un baile imperial, con la participación de un gran número de personas, tal vez nos resultará más "fácil" darnos cuenta de lo "difícil" que es poner de acuerdo tanta gente. Si mal no recuerdo parece que "El arca rusa" apenas padeció el proceso de montaje final, donde se recorta y ordenan secuencias y generalmente se descarta material. Probablemente no seré imprudente si les señalo que tal vez Beethoven veía su concierto número 14 como un solo impulso. Y esto me lo permite decir no solo los escasos datos que les he juntado para el caso, sino mi propia experiencia de la pieza y, con las debidas distancias, de este blog. Parece que todo lo que no se siente como un único impulso, aunque se pueda desmontar en fragmentos, no se aguanta, es inconsistente.
 
Más allá de las peripecias personales y amorosas del cuarteto,  al final -aunque no sé si de forma verosímil o no- los instrumentistas sacrifican sus debilidades y excesos personales por el bien del cuarteto. Y esta cuestión, tan vibrante, podría trasladarse a cualquier ámbito de nuestra vida. En el cuarteto no sabemos que haya un "jefe" visible, aunque se podría decir que el violonchelista por su edad o por sus valores, podría serlo de forma fáctica. Pero, ¿cuántas veces no vemos que hay jefes por un tubo y hay tan poco liderazgo o solo están empeñados en su propio medre y en tener a la gente cabreada y a la greña?

Fotografía de Dave Pape (Wikimedia Commons)

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