30.10.13

La F mayúscula


olía leer con una fe que ya quisiera recobrar ahora aunque fuera para cualquier otro tema que no fuera propiamente la lectura. A veces me acuerdo de un tiempo en que en el metro era fácil encontrar a muchas personas con un libro sobre las piernas. Hasta había gente que leía en pie. Y no se leían novelones históricos o histéricos, gruesísimos, pero se leía El capital o el Manifiesto comunista, o libros de historia moderna, clásicos, incluso alguna gramática griega. No puedo demostrarlo porque por aquel entonces no había smartphones con los que poder robar inadvertidamente una imagen como la que les pretendo sugerir. Pero lo prometo por la gloria de mi canario y eso les tiene que bastar ¿O es que alguna vez les he mentido?
Dejaré de lado el manido tema de los pros y los contras de los libros electrónicos y otros artefactos de lectura, como lo van siendo las tabletas. Les tengo dicho, y con ello no les pretendo reprender, que para mí el libro como lo fue durante toda la galaxia Gutenberg, desde finales del siglo XV hasta prácticamente hace 20 años, es un objeto que llegó a su excelencia en muchos casos. Por manejable, por legible, por tratarse de un objeto personal
Ya hace un tiempo que algunos profesores universitarios y de la secundaria empezaron a prevenir a sus alumnos del uso indiscriminado de fuentes poco fiables. Bastaría añadir que ese temor, totalmente justificado, es risible ante las fuentes que además de poco fiables son deliberadamente mendaces. De todas cuantas he tenido noticia he venido dando cuenta en este pobre blog. No por desenmascarar a nadie sino por pura difusión, para que quien quiera sepa de cómo se difunden memes, fakes y leyendas urbanas que no soportan el menor análisis. Un maestro taoísta les diría, o tal vez ni siquiera les llegaría a decir, que no hay mucha diferencia entre lo que creemos que es verdad y lo que es mendaz ya que el tao en su perfecta insondabilidad lo trata todo poco más o menos igual.
Los primeros libros que vieron la imprenta salieron de talleres donde se sabían fundir tipos y donde había conocimientos hasta de joyería, por lo que los llamados incunables eran como joyas y las planas eran armoniosas, las letras una delicia para los sentidos y la composición un buen trabajo hasta en las planchas más burdas. Algún librillo estoy leyendo yo en mi artefacto electrónico donde aparecen caracteres extraños, líneas viudas, huérfanas y de todo. Y, por regla general, la gran parte de las páginas web se han confiado a diseñadores gráficos con una formación muy limitada, sin apenas preparación sobre los contenidos que presentan, sobre fotografía, sobre tipografía o sobre todo cuanto conocían sus predecesores, los impresores. 
El mayor experto mundial en las llamadas interficies gráficas weberas, Jakob Nielsen, ya ha advertido a quien lo quisiera leer u oír que el público, cuando se asoma a una página web lee de forma que el camino que recorre su mirada se podría representar como una "F". Esto es, lee el banner y un poquitín del principio de la página y luego baja un tirón hasta una línea a media pantalla, que no acaba de consumir, hasta que llega finalmente y siempre por el lado izquierdo del monitor hasta donde Dios le da a entender. Una "F". En mi experiencia puedo asentir con las conclusiones de Nielsen. En las fotografías la mirada hace otro camino, pero en los textos el lector acostumbra a echar su vistazo como les dije. Si además la pantalla está cargada de zarandajas dinámicas y de enlaces, es casi imposible que se haga una lectura sosegada, atenta y lineal, al menos tal y como la veníamos considerando hasta hoy en día. La lectura de canales de información que se actualizan cada nada, como Twitter, hacen de algo que siempre había requerido concentración, un trance trepidante.
Se diría que la niña de la fotografía de hoy tiene sobre su regazo una Biblia, el libro por antonomasia. Lo digo no ya por el tamaño del volumen, las páginas redondeadas y el formato a dos columnas. Es que parece adivinarse la típica disposición de los versículos, los cuales están pensados para ser leídos en esa "dosificación". Claro está que esa distribución del texto puede empujar a leer el Libro per sortes virgilianae, esto es a la manera bibliomántica, abriéndo su ejemplar por cualquier sitio en búsqueda de una respuesta a una determinada pregunta. De hecho el I Ching, el libro de las adinaciones, se basa en este principio, en que el azar tiene la facultad de ir derecho al quid de la cuestión. Las galletitas chinas, los baci con cuartetos de Petrarca y los adoquines con jotas aragonesas se fundamentan en parte en el principio del azar y en parte en hacer llegar microcápsulas de lectura a los que no tienen tiempo o recursos. Y tal vez una de las cosas buenas de mi trabajo es que la agenda lleva el santoral, las añadas mejores de nuestros vinos y una frase sabia diaria.

Hoy he desinstalado el whatsapp de mi móvil. He enviado una "difusión" a las personas de mi agenda que alguna vez me habían enviado algún mensaje diciéndoles que hoy era mi último día de guasap. Todas sin excepción, menos una, me han contestado "y eso?", "Y ESO?" o "y esooo?. La que no es porque me ha escrito "Porque?".  Algunos han sobreentendido que era por la pasta, y es cierto que no quiero pagar ni un céntimo por ese invento infernal. Sin embargo mi principal razón es que me molesta lo indecible. Es un incordio. Y que contestar a un mensaje a través del teclado minúsculo de la minúscula pantallita del engendro solo de pensarlo me produce contracturas tan inextricables como inútiles. En lo que llevo de "nuevas tecnologías" no aprecio que haya mejorado la comunicación en mi entorno. Incluso diría que algunas veces han dado pie a malentendidos y a situaciones comprometedoras que solo deseo eludir y olvidar.
En aquellos asientos del metro donde hace 25 años o más se veía a algún barbudo leer sesudamente El capital, en la actualidad es fácil ver a todo el mundo consultando el smartphone o leyendo la prensa gratuita o también la subvencionada que sube en los trasbordos de viajeros que provienen de Cercanías. Ya les diré que dijo el maestro taoísta de este frenesí, esas sombras, esa ficción. Ver El abanico de Lady Windermere hecho pedazos en fragmentos powerpointificados a lo mejor lo hará bueno lo que está por venir. Los libros están gravados con un 4% de IVA en nuestro país, mientras que el cine o los servicios de peluquería pueden llegar al 21%. Es un problema de enseñanza. Como lo acaba siendo todo.


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