5.8.14

Ni qué niño muerto

"Poco después, su mirada se posó en una cajita de
cristal que había debajo de la mesa.
La abrió y encontró dentro un diminuto
pastelillo, en que se leía la
palabra «CÓMEME», deliciosamente escrita con
grosella. «Bueno, me lo comeré», se dijo Alicia, «y si me
hace crecer, podré coger la llave, y, si me hace toda-
vía más pequeña, podré deslizarme por debajo de la
puerta."
L. Carroll, Alicia en el País de las Maravillas, cap. 1.



 
ace siglos que meriendo galletas, cuando meriendo. Mis preferidas son las galletas María Fontaneda. Cual no sería mi sorpresa hoy al ver que cambiaron el relieve característico que rezaba "La buena MARÍA Fontaneda" y ahora, aunque se ha mantenido la cenefa de grecas exterior se lee: "Cada día María para todos". Y la palabra María aparece dentro de la silueta de una hoja. Parece que con la moda de las galletas decoradas abundan todo tipo de extravagancias que la verdad es que no conseguin ni sorprenderme ni interesarme. El grabado de la nueva María parece toda una declaración de principios, más hoy en que hay tanta hambre en el mundo y tanto niño muerto. No está mal, pero una hubiera preferido que se mantuviera lo de toda la vida, incluso solo "María", a secas.
Sobre el origen de la expresión "ni qué niño muerto" leo:
"Para hallar su origen hemos de echar hacia atrás varios siglos y encontraremos que se trata de la transformación de una expresión en la que, por aquel entonces, no se mencionaba a ningún ‘niño muerto’ sino a un ‘niño envuelto’ siendo un término utilizado para referirse a los bebés que morían a las pocas horas de nacer.
La expresión/interjección ‘ni qué niño envuelto’ (que como tal ya figura en el ‘Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina é italiana’ de Esteban Terreros y Pando publicado el 1 de enero de 1787 y donde podemos encontrar que su significado ya era: ‘frase despreciativa, que se dice rechazando alguna cosa’) proviene de la discusión que se mantuvo siglos atrás sobre la conveniencia de incluir (o no) en el censo de población a los niños fallecidos antes de haber sido bautizados. Según el credo no se podía catalogar como ciudadano con derechos a aquellos que no estaban bautizados, por lo que a un niño que naciese y muriese (niño envuelto) antes de haber podido recibir el sacramento del bautizo no se le podía considerar persona.
Esas discusiones en las que se mantuvo el tira y afloja de si incluir o no a los pequeños, llevó a que surgieran múltiples disputas en las que, dentro del contexto, se utilizase la expresión ‘ni qué niño envuelto’ que con el transcurrir de los años se transformó en la interjección ‘ni qué niño muerto’" (¿De dónde proviene la macabra expresión ‘ni qué niño muerto’?)
La explicación, con ser satisfactoria, aún nos produce mayor zozobra que la que nos producía la expresión en sí misma. En los tiempos nuestros la discusión sobre la condición de persona se ha trasladado al embrión porque atañe a los abortos, otro tema que no es para tratar durante la merienda, claro está. Pero lo de Gaza está consiguiendo empeorar lo que no podía parecer empeorable.
Me quejaba hoy (es un decir) de que en estos tiempos nuestros todo parece desvanecerse rápidamente y el tiempo cae marcando un paso imposible de seguir si no es con mansedumbre e incondicionalmente. El decorado de mi entorno se ha derrumbado o desvelado y los días se han tragado los años y los años a los días como si no fueran nada, bagatelas. La perspectiva que he obtenido de la vida de los que me rodean (es un decir) no es ni una suma, ni una resta, ni una lección. Todo adquiere la consistencia que tendrían nuestras pisadas en la arena, las sombras, un reflejo de sol que se deshace sobre las olas de la niñez, las adivinanzas, el grito en el patio. En mi hospital, con una plantilla de unas 7.000 personas -sin que entremos a valorar quienes tienen esa condición a quienes no- pasan contingentes de jóvenes que trabajan 4, 5 años y después se tienen que ir. Son como tropas o contingentes. "Todos somos contingentes".  Esa especie de desarraigo y aquel del que habló Simone Weil, esas como puertas rotatorias de reemplazos, no tendrían porqué hacernos más inhumanos de lo que ya somos a veces.
Y no acabo de entender o justificar este quehacer mío -la palabra en el tiempo- como un intento de retener en las manos agua, hacer señales de humo, tan débiles, encontrar las migas de pan que no se comieron los pájaros para intentar reconstruir el trazo de un camino.


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