9.9.14

El sentido, hip, de la vida

"Hallándome desmontado, me dirigí a buscar un puesto entre las escoltas de la artillería o en el servicio de municiones que se hacía precipitadamente por los temblores entre los carros y las piezas. Al dar los primeros pasos, advertí el extraordinario decaimiento de mis fuerzas físicas; no podía tenerme en pie, y el ardor de mi sangre llegado a su último extremo, me paralizaba cual si estuviese enfermo. No es propio decir que hacía calor, porque esta frase común al verano de todos los países europeos es inexpresiva para indicar la espantosa inflamación de aquella atmósfera de Andalucía en el día infernal que presenció la batalla de Bailén. El efecto que hacía en nuestros cuerpos era el de una llamarada que los azotaba por todos lados: la cara se nos abrasaba como cuando nos asomamos a un horno encendido, y deshechos en sudor, nuestros cuerpos hervían, descomponiéndose la economía entera, desde el instante en que fuertes excitaciones del espíritu dejaban de sostenerla.
Cuando me encontré a pie y a alguna distancia del combate, que seguía con ventaja para los españoles, empecé a sentir vivamente y de un modo irresistible el aguijón candente de la sed que horadaba mi lengua, y la corriente de fuego que envolvía mi cuerpo."
Benito Pérez Galdós, Bailén, cap. XXVI 
Cuentan que la batalla de Bailén (18-22 de julio de 1808) la perdieron los franceses a causa del calor que hubo. Algo también tendría que ver la táctica del General Castaños y su tropa, pero es verdad que hizo un calor abrasador y que la sed machacó a los franceses. El mismo calor había para los dos contrincantes, se dirá, de la misma manera que el mismo frío había para los los dos bandos cuando las invasiones napoleónicas rusas. Se dirá que, claro, que los españoles estaban más avezados al calor, o los rusos al frío, cosa que no deja de ser cierta. Pero lo que llegó a ser determinante es que las bailenenses o baeculenses les llevaron agua a los caballos, a los hombres y a los cañones.
Hay dos imperativos físicos que es muy difícil, por no decir imposible, vencer: el sueño y las ganas de orinar y hacer caca. La sed es más manejable hasta cierto punto. Por eso cuando se dice "sed de justicia" y "sed de venganza", dos cosas muy diferentes por cierto, los que hemos pasado sed y alguna injusticia que otra, sabemos muy bien que esas expresiones son tremendamente logradas. Cuando se tiene sueño se nos ponen los ojos en blanco y se nos cae todo, pero te viene siendo como un desmayo, como un desvanecimiento. Las funciones excretoras en momento dado se pueden liberar y todo lo más que puede pasar es que pasemos un mal ratito y que nos pongamos a nosotros y a los allí presentes en una situación embarazosa. Pero la sed es acuciante, domina nuestros sentidos y hasta la razón, y si no encuentra remedio acaba en un sobresalto metabólico bastante desagradable. 
La sed de conocimiento es acuciante, sí, como también lo son las de justicia y la de venganza, pero todos sabemos que la de venganza puede ser dañina incluso para quien la persigue, o sobre todo (a veces) para quien la persigue.
Estos días de amantes despechadas (Victòria Álvarez, Valérie Trierweiler, María José "B."), se han acumulado tantas amantes vengadoras que me pregunto si esto no tendrá un carácter epidémico.
Hubo un tiempo en que a las que aún estábamos de buen ver nos salió la competencia desleal de las complacientes y bien temperadas sudamericanas y centroamericanas, por no decir nada de las Erasmus, cuya sed de conocimiento se combinaba con la otra sed, la de cerveza y demás, con lo que en resumen también rivalizaban con la oferta local. Fue horrible. Pero, no nos engañemos, cada cual encuentra más o menos lo que busca. Y si la Trierweiler se sintió ultrajada en algún momento podía habérselo esperado puesto que ella había ocupado el lugar aún caliente de otra mujer ultrajada. Así explicado es sórdido y trasnochado, antediluviano casi, de un retrógrado sainetero que apenas resistiría un mero análisis. Pero ateniéndonos a la forma más común de sentir, esto va así.
Y, como en los timos, el engañado es en parte cómplice de su victimización, especialmente si la prolonga con venganzas y demás ¿O no se estaba aprovechando de alguna manera también la vidente Adelina de su situación? ¿No sabía Victòria Álvarez que Jordi Pujol Ferrusola era un poco cantamañanas y una especie fanfarrón? ¿Desconocía Emma, el inmortal personaje de Flaubert, que Charles Bovary era un hombre corriente y sin veleidades ni raras aspiraciones? ¿Esperaba la Trierweiler cambiar a Hollande?
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Perdonen si mezclo la realidad con la ficción, pero es que las amantes despechadas y las videntes desengañadas van a dejar a los novelistas sin trabajo. 

Augusto Ferrer-Dalmau


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