18.12.14

Churros, palancas, colas y ganchos

na parte por determinar de personas supuestamente iniciadas en la Filología defienden que no hay que decir churros sino chiringos. Se basan en que el frito está mejor representado por una palabra que recuerda el utensilio con el que se fabrican, que viene siendo como una jeringa. Yo soy partidaria, cuando elijo serlo, de que la gente llame a las cosas como mejor le parezca siempre que no nos salgamos de lo razonable y de poder entendernos. Los detractores de la palabra churro también alegan que es un madrileñismo, como si eso fuera per se algo malo y por lo tanto tuviéramos que correr a buscar alguna denominación de enjundia localista y centrífuga, única en el mundo. El caso es que yo diría que churro hasta podría tener procedencia portuguesa. Nuestros vecinos son muy golosos y suelen comer una especie de churros, que llaman churros y que aunque son más grandes y están rellenos de chocolate, se suelen elaborar también en puestos ambulantes o callejeros y en ferias o acontecimientos festivos. 
Mi amigo Pepe, descanse en paz, solía explicar un anécdota sobre la Guerra Civil que yo le pedía que la dejara para ocasiones muy contadas. Decía que cerca de un campo de Valladolid donde iban a fusilar a los de no sé qué bando vieron la oportunidad de poner un puesto de churros, porque al frío de la madrugada sentaba muy bien, en especial después de haber asistido a un fusilamiento. 
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El dibujo de Leunig, como tantos otros de él, algunos de los cuales ya se han recogido aquí, son tan esquemáticos como concisos. No seré yo quien pretenda completar (!) su sentido, quien venga a quejarme de los maliciosos, que consiguen girar el buen orden de las cosas, tergiversar, confundir. ¿Quién no ha visto que le devolvían sus propias palabras para mal? Es fácil, solo hay que desplazar un poco el eje en el que giran las palabras como en carrusel  y de alguna manera hacer algo peor que mentir. Porque una mentira se puede llegar a delatar, incluso sin que la señalemos, pero un lío no.
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A vueltas con la decisión pedagógica en Finlandia de suprimir las clases de caligrafía para que los niños, de acuerdo con la actualidad, se ejerciten solo con la letra de palo, ha merecido algunos comentarios. El otro día le dedicaron un espacio en la tertulia de un programa radiofónico en "La noche en vela", más o menos a partir del minuto 16. Una educadora, que me pareció que fue la más proclive o comprensiva a esa novedad, argumentaba que con quitar tiempo a la caligrafía se le daba más tiempo a la ortografía u otras materias. Un tertuliano, que no veo ahora como identificar sin perder el mío, mi tiempo, defendía la idea -nada descabellada, bien fundamentada por la Pedagogía- de que la escritura permitía desarrollar habilidades como la manipulación fina y precisa. En el instante en que oí este argumento me vino a mi pobre cabeza lo ideal que también debe ser para ejercitar la habilidad de los dedos tocar un instrumento musical tañido o bien trasplantarle intestinos a las ratas. No se asusten: ratas de laboratorio, bajo anestesia. A los niños también se les puede enseñar a pilotar aviones con un simulador de vuelo, cualquier cosa. Y sin embargo parece que la escritura es más baratita, no implica el sacrificio de vidas (aunque sean clónicas) y es inocua. Es decir, es casi imposible que un niño se lesione por escribir, mientras que con las wiis y demás me temo que sí es muy posible dejarse la espalda, los hombros, las manos. 

En Cuerpo extraño en el lejano 2007 ya me prevenía contra el abuso del dedo pulgar, aunque sea el más vital y tal vez por ello el más privilegiado por el sistema arterial de cada tal y cual. He visto jóvenes que ya lo tienen deformado, que les ha adquirido una forma especial, entre palanca, cola y gancho. De la misma manera que la bipedestación condujo a la especialización de las manos y al nacimiento del lenguaje, es probable que el fin de la escritura manual también incida en las funciones superiores más superiores y en la postura corporal. De momento veo, no sin preocupación, que nos sentamos no sobre el culo sino apoyando más la zona lumbar y que las cabezas nos caen dramáticamente en un ángulo cerrado sobre los hombros. Esa postura es una llave energética, que dirían los maestros del taichi y los del yoga a la primera de cambio. Es decir, es una postura que no es conveniente mantener mucho tiempo porque impide que fluya bien la circulación sanguínea, etcétera. Si no recuerdo mal la cabeza pesa unos 8 kilos, desplazarlos hacia un punto que soporte demasiada presión no veo que pueda ser sostenible ni saludable.
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Me resulta curioso que los nativos digitales nos vean a los de la llamada generación T o tapón como unos hostiles a las tecnologías de la información. Olvidan que las desarrollamos nosotros, claro. Y será por eso por lo que alguna vez veo o me parece notar que los nativos digitales me miran como con condescendencia y una sonrisita de desdén si me descubren anotando a mano algo. Uso una libretita como la que podría haber usado Sherlock Holmes. La mínima expresión, algo mucho más fino y ligero que un IPhone 6 pero que me permite localizar en un instante anotaciones que a veces escribo hasta sin gafas. Porque puedo escribir a ciegas, siempre que lo haga a mano. 

Una libretita me solía durar un año hasta hace poco, porque ahora también la uso para cuando tengo que enviar un whatsap o un mensaje que tiene más de una frase y que me pilla en la calle o así. Escribo la nota, hago fotografía con el móvil y la envío, de manera que así me evito lidiar con el teclado táctil del teléfono. Genéticamente estaba predispuesta a tener las manos grandes y sin embargo habilidosas, pero más allá de la dificultad de que las yemas de mis dedos apunten bien, está la de cuidar mis ya perjudicadas cervicales. De momento nadie se me ha quejado, y eso que supongo que el mensaje llano economiza en transferencia de datos. Me es igual.
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Sabemos poco de los finlandeses. El prestigio de las nodrizas y las niñeras finlandesas sería de lo primero que se abrió paso hace más de 150 años. Y sin embargo apenas hay músicos o pintores, y con ello me refiero a los que entrarían en la categoría o en la anécdota de "genios". Aparte de Sibelius ahora mismo, dentro de mi ignorancia, no se me ocurre nadie más. Uno de los tristes récords fineses es el de las enfermedades mentales y el suicidio, en cualquier caso en las desgracias que tienen que ver con la soledad. El clima no debe de ayudar mucho, cosa que justificaría -como entre los rusos- la falta de pintores y de autores plásticos en general. Pero eso es pura especulación al lado de mi segunda y última anécdota de hoy. Fue en una clase de "Español como lengua extranjera" en la UIMP de Santander, en los cursos de verano. Un profesor finlandés se coló en la clase que nos daba un catedrático de la Universidad de Salamanca, José Jesús Gómez Asencio, una auténtica delicia. El profesor finlandés se asomó el último día de diez que tuvimos de curso. Había entre nosotros una alumna finlandesa, que daba clases de español en la Universidad de Helsinki, pero el profesor era su jefe y además participaba en los cursos de la UIMP impartiendo algún curso. El profesor pidió la palabra e hizo una breve observación que solo al cabo de tres días advertí que era un chiste. Nadie se rió, los 3 finlandeses que había en el aula porque ellos no se ríen "ostentoriamente" y los demás porque no nos habíamos dado cuenta de que aquello era una broma. Si sería fina la ocurrencia, que aunque me parta un rayo dudo que pueda acordarme de cómo iba.
Veo que en la Universidad de Helsinki los estudios propiamente filológicos son un departamento o dos de la Facultad de Artes. Pero que en en organigrama el estudio de una lengua esté más gráficamente indentado no significa que sea inferior su carga docente a la que tendríamos aquí, está claro. Estamos aquí acostumbrados a ver, como nuestro querido dibujante australiano, las cosas al revés de lo que parecen. Invertidas.

Michael Leunig

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