4.12.14

La paloma de Kant

La paloma ligera que hiende en su libre vuelo los aires, percibiendo su resistencia,
podría forjarse la representación de que volaría mucho mejor en el vacío. De igual modo
abandonó Platón el mundo sensible, porque éste pone al entendimiento estrechas
limitaciones y se arriesgó más allá, en el espacio vacío del entendimiento puro, llevado
por las alas de las ideas. No notó que no ganaba camino alguno con sus esfuerzos; pues
no tenía, por decirlo así, ningún apoyo, ninguna base sobre que hacer fuerzas y en que
poder emplearlas para poner el entendimiento en movimiento.
Immanuel Kant, Crítica de la razón pura.


André Kertész es un fotógrafo poco conocido. Es decir poco "usado". Y sin embargo está entre los mejores, afirmación que me recuerda la fastidiosa y última (es un decir) moda de introducir toda referencia a un artista o alguna de sus piezas con expresiones como "el excelente artículo de", "el magnífico pintor", etcétera. André Kertész nos ofrece una belleza discreta, con alguna extravagancia como las de sus desnudos femeninos distorsionados y la fascinación por las sombras, pero siempre sin alejarse del enfoque intimista y sentido. Por eso, por el intimismo, no es de extrañar que pusiera su objetivo muchas veces sobre la lectura y que incluso se publicaran sus fotos en el libro conocido como On reading (1971). El libro de Susan Sontag On Photography (1977) tal vez lleva ese título en correspondencia al del fotógrafo, pero no se indica en ninguna parte. Tema menor, en cualquier caso.
La primera instantánea que vi de Kertész era de una flor (¿un tulipán?) pero también me interesaron sus escenas lluviosas, que no abundan en la fotografía. Pero no debe de ser porque la lluvia no sea fotogénica sino tal vez porque en la época a la que nos referimos exponer una cámara a la lluvia era una insensatez. Las fotografías que me salen en Google con la expresión "photography on raining" (!) me lleva a unos resultados que les excuso, más propios de Hallmark que de otras aspiraciones.
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No quisiera convencer a nadie como Enrique Dans de lo bueno y útil que es el arte ni de lo buena y útil que es la naturaleza. Hay que decir en su favor que en lo que publica aunque siempre está con los gadgets y las neomatracas cibernéticas, se ha mejorado su ortografía, no su sintaxis, desde que le leí un libro en abierto hace unos 8 años. Pero seguramente su interés es la virulencia de la artillería tecnológica que nos embarga y que nos quiere, no el deseo de fijar, limpiar ni dar esplendor a su lenguaje. 
De hecho, si nos ponemos a pensar -pero no mucho- la tendencia del lenguaje dominante está poderosamente presionada por los afanes de la publicidad. Si en un futuro hay humanidad, se hablará de nuestro tiempo como el del triunfo casi absoluto de la publicidad. Por eso, cuando el otro día un señor (traductor) ponía en Twitter un texto ofrecido por Steven Pinker como ejemplo de claridad y corrección lingüística, y era de un niño de 10 años, le tuiteé: "Aquest nen es podrà dedicar a la publicitat, si és que no es dedica ja" (Este niño se podrá dedicar a la publicidad si es que no se dedica ya). Pinker está en la pijoneurolingüística y es el relevo mediático a un Noam Chomsky revolucionario pero muy tendinoso, de más difícil lectura que Agustín García Calvo, que ya es decir, y, lo que es definitivo, no está en las redes sociales ni se le espera. Jesús Tusón se deja leer mejor y con gran placer y hasta alivio, si ustedes quieren leer algo revolucionario, divertido, claro y croustillante sin que se le ceda ni un milímetro al populismo ni a la cibergarrulía geek. Tanto a Noam Chomsky como a Jesús Tusón los he podido escuchar en vivo y eso me permite mantenerme en lo dicho.
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Los que cuestionan que se deba aprender caligrafía en el colegio y parece que se regodean ante esa posibilidad, podrían recibir la misma respuesta que les dimos cuando se decía que la fotografía había adelantado tanto que no hacía falta pintar. Y sin embargo creo que nunca había habido tanto hiperrealismo en toda la historia del arte como el que hay ahora, que hasta hay un movimiento que hacen en bolígrafo bic azul vivos retratos. En mi visita al MEAM (Museu Europeu d'Art Modern) ya levanté acta del tremendo virtuosismo de los hiperrealistas para pintar el rubor de la mejilla de un niño, una paloma (ajena a Kant y a Platón) en su alero, el tronco de un plátano hispanica un día nublado de invierno,  el cabello trigueño de la modelo. Pero que Antonio López haya tardado no sé si 20 años en hacer "La familia de Juan Carlos I", que no llega a ser hiperrealista, no es por culpa de la dificultad de la técnica. Sin quitarle mérito al hiperrealismo, que en definitiva lo que se propone es superar en objetividad a la mismísima fotografía, pensemos que no hemos llegado al final. Ni a un nuevo principio. Todo sigue igual.
Aunque las tecnologías pueden y deben ayudarnos mucho en los trabajos más tediosos y voluminosos, o en la difusión e inmediatez, nada puede reemplazar el placer de trabajar con las manos. Y tal vez la escritura, mal que les pese a los pedagogos en boga finlandeses, es una manera de habituar las manos a la precisión, a la ductilidad, a moverse en la página en blanco y por lo tanto a situarse en el espacio e incidir en él. Ya está dicho que la huella de la escritura manual es mucho más duradera en nuestras conexiones cerebrales de lo que lo es el tecleado. También está comprobado, al menos por ahora, que la lectura a través de dispositivos electrónicos es mucho más superficial que la que se hace sobre un formato de papel. Que pueda dejar de serlo es una posibilidad, pero siempre tendremos las personas la necesidad de tocar, palpar, acariciar y modificar visiblemente la materia, un trazo.
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Por lo mismo por lo que Platón pensaba que el vacío o la supresión del mundo sensible era ideal para formar ideas, y por lo mismo que la paloma de Kant se creía que sin aire volaría mejor, los geeks ven la cultura como un horror.

André Kertész, [Sin título: Mujer tomando el sol en un terrado leyendo], 1964

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