15.1.15

A la primera

"No había sido lanzado adentro de  La queja de Portnoy,
ni a ninguna otra novela, si hemos de ser fieles a la
 verdad. Había sido proyectado a un antiguo
 libro de texto, Español para principiantes,
y corría para salvar la vida por un terreno
 estéril y rocoso mientras la palabra tener ("tener") -un
 enorme y peludo verbo irregular- lo perseguía
con sus patas largas y delgadas"
Woody Allen, El episodio Kugelmass


Empecé a leer por segunda vez Pedro Páramo, libro que se dice que hay que leer tres veces para que nos llegue su contenido en toda su plenitud. O porque hay que meterse en él. Por lo que sea. Tres veces. Yo a la segunda vez ya voy viendo que disfruto más que en la primera, ya lejana, pero eso ocurre con cualquier libro cuando sobre todo no se depende de lo enzarzada que sea la trama ni de trucos de suspense y demás. Hay libros que ya sabemos que no resisten una segunda lectura, además de los que no resisten ni la primera. 
Lo de meterse en el libro es de las mejores cosas que nos pueden ocurrir en la lectura, y de las más cómodas. Siempre que no se trate, como en El episodio de Kugelmass, de que le metan a uno en un sitio como el Español para principiantes y ya no digamos en la gramática del subjuntivo o su casuística. Claro que según para quien aún sería peor pasar una tarde con Madame Bovary o el Conde Drácula o uno de esos personajes sin carácter que tanto abundan. O ser una de aquellas protagonistas femeninas de las novelas románticas. Te meten desengañada de casi todo en un crucero del que no estás poco ni muy convencida, allí conoces un señor ideal, sin problemas económicos ni de ningún tipo, que sabe bailar y que tiene un buen ver. Danielle Steel, Nora Roberts y otras escritoras de novelas románticas yo creo que están infravaloradas. De hecho, a mí si me dieran a elegir entre una novela histórica, aunque fuera de romanos (mucho mejores que las medievales), y una novela romántica, elegiría una novela romántica. Pero no del tipo Jane Austen ni Corin Tellado sino ya directamente de esas que, como les digo, le arreglan la vida como providencialmente a la mujer más irrehabilitable o irrealizable. Tengo entendido que surge algún problema en la novela, por hacerla dudar, por supuesto, pero siempre acaba todo de bien a muy bien y sin perjudicar a nadie, como si aún en el caso de que -por decir algo- una mujer interfiriera en las vidas de una pareja, incluso así sería a plena satisfacción de todos. 
Algunas de esas novelas las están echando en la TV en el horario aquel en que yo ya no sirvo para otra cosa que para estar echada en el sofá planchando alternativamente la oreja derecha y la izquierda. Por eso sé que además hay unos paisajes inolvidables, unos restaurantes muy bonitos, el mar luce en todo su esplendor, hay acantilados, progreso pero no mucho, y la gente es ni muy gorda ni muy delgada. Novelas con entornos sórdidos, siniestros o cutres, con establecimientos sospechosos y paraderos depauperados o castigados por todos los horrores medioambientales, también las hay. Si además todo son desencuentros entre sus personajes ya es como para irse a la conjugación del verbo tener sin pensarlo.
Me acostumbré a hacerme como "peliculillas" de las lecturas que hago cuando leía informes clínicos que luego codificaba, porque tenía que tener bien situado cada caso y sus incidencias. Es como levantar un plano. Hay autores de ficción que no consiguen levantar ante nuestros ojos lectores ni un solo escenario, o se van sucediendo textos que se ensartan de forma muy visible, como si no los soportara un único impulso creativo y sí un ritmo deposicional de jornada de trabajo. Hubo temporadas que era leer por ejemplo Cortázar y contar el número de cigarrillos que se fumaban. No sé qué diría Fernando de Rojas o Miguel de Cervantes de algo así, un cigarrillo cada 750 palabras. Quien dice un cigarrillo dice un cubalibre o una cerveza. En una película, cuando la gente fumaba, hasta le daba una cierta verosimilitud. Y el humo tiene su encanto. En una novela, un cigarrillo cada 750 palabras, no sirve ni para leit motiv a no ser que se lo proponga el autor y eso con sentido y no por impresionarnos con un recurso reiterativo nihilista sino que se creciera en la narración.
Por lo demás, a la vista de lo que llevo leído, yo diría que cualquier tema es literario. Y la literatura no la hace el tema. La novela de Flaubert me parece una de las mejores que he leído pero no me metería en ella más allá de ser el péndulo del reloj o un miosotis en el prado.

Fotografía de Juan Rulfo

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