26.3.15

Los sueños baratos (1)

“There is a sacredness in tears. They are not a mark of weakness, but of power. They speak more eloquently than ten thousand tongues. They are the messengers of overwhelming grief, of deep contrition and of unspeakable love.” 
Washington Irving (*)
"Una de les anècdotes més entranyables de la seva vida artística [de Charlie Rivel] es va produir quan va entrar a la pista del circ i encara no havia començat l'actuació quan un nen va començar a plorar desesperadament (probablement era la primera vegada que veia un pallasso). Rivel no podia començar a actuar, ja que el públic estava més pendent del plor del nen que del pallasso. Es va apropar a poc a poc cap al nen per fer-li una carícia i intentar-lo calmar, però l'efecte va ser el contrari i el nen va començar a plorar encara amb més força. Rivel es va retirar cap al centre de la pista i va començar també a plorar, desconsoladament, en solidaritat amb la criatura. Amb això n'hi va haver prou. El nen va callar immediatament, amb uns ulls oberts com unes taronges per la sorpresa d'haver descobert que aquell ésser vermell i amenaçador se sabia expressar també amb el seu mateix llenguatge tan transparent i directe: el plor. I Rivel va continuar plorant. Quan, encara amb llàgrimes als ulls, es va tornar a apropar al nen, que ja estava totalment calmat i el mirava bocabadat, la criatura es va treure el xumet de la boca i el va donar a Rivel, en un acte de solidaritat. El plor del pallasso es va acabar i el públic va arrencar a aplaudir. El pallasso va acceptar l'oferiment del nen i, avui, aquell xumet històric es conserva entre les vitrines del Museu Charlie Rivel de Cubelles" (Viquipèdia) (**)

o deja de sorprenderme la campaña de La Primitiva "No tenemos sueños baratos", de Publicis Comunicación España. El uso de los diminutivos acude a los tópicos de la riqueza: un viajecito, una casita, un deportivito, un barquito,  un avioncito, una motito, una piscinita, una fuentecita, un campito de fútbol, un atiquito, un diamantito, un parquecito de atraccioncitas, una mansioncita, un globito aerostatiquito, una vueltecita al mundito. La voz del anuncio es de un hombre que alguien por la red ha definido como de "vacilón", pero un "vacilón" es mucho más simpático que un cínico, por favor. En cualquier caso casi todo el mundo sabe que por mucho viaje, mucha casa, mucho deportivo y mucho globito aerostatiquito que uno ponga en su vida ahí no reside la felicidad o la alegría.  Los de la agencia Publicis -que por cierto no incluyen ninguno de de los anuncios de su campaña para Loterías y Apuestas del Estado en su haber- han tenido un éxito incuestionable con "No tenemos sueños baratos" y la prueba es que se hable. Y sin embargo, a poco que pensemos, es un poco regurgitante el mensaje que se trasmite. 
Hace unos días recordé a mi amiga Rosaura, que murió en diciembre. La última vez que la vi me sorprendió porque en un momento dado usó una campanita para llamar a su cuidadora y le recordó algo que le recordaría cada semana, que fuera a hacer su apuesta de La Primitiva. Siempre al mismo número. De sorpresa en sorpresa va una. Y es que Rosaura apenas podía caminar un poquito, escribir con dificultad ayudada por una tabletita con sintetizadorcito de voz, respirar apenas, hablar y comer nada, respirar poquito. Pero ella hacía años que apostaba a la misma serie de números con la ilusión de que le tocara un buen premio. Tal vez nuestra necesidad de contar con mucho dinero para garantizar nuestro bienestar y un futuro sin privaciones ni sobresaltos es algo tan vital como lo es, por ponernos en lo más necesario, la sed.
Podría arropar el hilo de mi pensamiento con cantidades ingentes de argumentos, pero me quedo -por la rudeza y simplicidad del razonamiento con uno que oí una vez y que reúne y condensa cuanto pretendo denunciar: "Sin dinero no hay cultura". Y donde va la palabra "cultura" podíamos poner "salud", "felicidad" y el clásico: "rockandroll". Por favor, que alguien me diga cómo hicimos para llegar a ese constructo asqueroso.
*
De todo esto me acordaba ayer porque vi unas fotografías de una sala de TAC (Tomografía Axial Computarizada) adecuada para pacientes menores. La "boca" en que se introduce la camilla del niño lleva pintada un timón y todo hace pensar en un barco, desde el suelo y las paredes hasta el aparato propiamente dicho, el cual inspira casi siempre sentimientos muy adversos y gran temor. Estos aparatos suelen estar por razones de seguridad en sótanos, sin ventanas y todo ello, sin descartar el ruido que se deja sonar durante el análisis, produce en muchos pacientes algo parecido a la claustrofobia. Los técnicos están preparados para incidentes de angustia o ansiedad y su comportamiento ayuda a pasar el trance, para el que a ves ofrecen un simple antifaz que -por mucho que les extrañe- hace mucho. El TAC también puede convertirse en un submarino. En general, todos los espacios clínicos pueden ser adaptados para que el clima no resulte tan hostil, añadiendo elementos llenos de color, personajes de la ficción y todo aquello que tradicionalmente asociamos a los juguetes.
Hace casi dos años me referí en "El jardín de Babel" a "El Jardín de mi Hospi" del Hospital de la Paz (Madrid), que vino a ofrecer una alternativa a los parques de plástico que tanto les gusta a los niños. Seguramente les gustaría más un jardín de verdad, pero eso no es factible. En algunos hospitales se conserva algún pequeño espacio exterior de vegetación, pero dentro de los hospitales no se pueden permitir plantas, especialmente si tienen tierra, por cuestiones elementales de higiene y prevención de plagas. Alguien habrá estudiado los benéficos efectos del aire libre, el sol, un paseo entre árboles en los que están hospitalizados durante largas temporadas. Incluso no queda tan lejos aquella época en que los médicos aconsejaban a sus pacientes, especialmente a los que podían, acercarse al mar o a sanatorios de montaña donde los enfermos tomaban baños de sol, de agua, tranquilidad y buenos alimentos.
Seguramente tiene que ver con mi punto de vista que fui una niña que me divertía más jugando con piedras y clavos herrumbrosos que con juguetes. Me gustaba mucho correr, saltar o "picar" los cromos, jugar a las tiendas y en las raras ocasiones en que las niñas nos mezclábamos con los niños, al churro-mediamanga-mangotero. Solo estuve una vez en el Hospital de Sant Pau después de un accidente de tráfico y en cuanto recuperé el conocimiento y me dieron unas puntadas en la barbilla me devolvieron a mi casa. Siempre gocé de buena salud, por suerte (y porque me he cuidado). Por muchos elementos de distracción, festivos y lúdicos que se amontonen en los hospitales infantiles, me temo que el factor humano sigue siendo lo más importante. Y que en cualquier caso esos elementos no justifican más gasto. O mucho más gasto añadido.


El lunes me crucé en el Hospital Materno-Infantil de Vall d'Hebron no sé si con los Pallapupas o los Papallassos, pero en cualquier caso eran cuatro pallasos voluntarios y precisamente en el momento en que me había acabado de dar cuenta que no sabía en qué lugar había guardado o dejado mi billetero. En ese momento en que la ropa no me llegaba al cuerpo, aparecieron como un torbellino de colores los cuatro pallasos con sus narizotas, lo que llaman "la máscara más pequeña" pero que es capaz de transfigurar una cara seria en una cara de payaso augusto.  No hacen falta muchos disfraces ni decorados para reconectar con la alegría, teniendo en cuenta que la alegría está adentro de cada cual y solo hay que animarla ¿Hay algo más simple que una pelotita roja?
No pude conocer a Charlie Rivel en persona, pero sí llegue a verlo en TV y siempre me admiró su economía de elementos: el carromato, la nariz roja, la peluca pelirroja, el maquillaje con una enorme sonrisa, una silla vieja de enea, una guitarra, los zapatones y una camiseta larguísima. No hace falta mucho más, porque los sueños son baratos.

Nadie conquistó las lágrimas como Rivel.

Josep Andreu Lassarre "Charlie Rivel" (1896-1983)
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(*) Hay algo sagrado en las lágrimas, no son señal de debilidad sino de poder. Hablan con mayor elocuencia que diez mil lenguas. Son las mensajeras de una pena abrumadora y de un amor para el que no tenemos palabras.

(**) "Una de las anécdotas más entrañables es la de cuando entró en la pista del circo y aún no había empezado su actuación cuando un niño empezó a llorar desesperadamente (probablemente era la primera vez que veía a un payaso). Charlie no podía empezar su actuación pues el público estaba más pendiente del escandoloso llanto del niño que del payaso. Charlie se acercó cautamente hacia el niño para hacerle una caricia e intentar calmarlo, pero el efecto fue el contrario y el niño empezó a llorar aún con más fuerza entre las risas medio divertidas medio enternecidas del público adulto. Rivel, profundamente conocedor de la psicología infantil, se retiró hacia el centro de la pista y empezó también a llorar, desconsoladamente, solidariamente. Con eso bastó. El niño se calló en el acto, con unos ojos abiertos como naranjas por la sorpresa de haber descubierto que aquel ser rojo y amenazador se sabía expresar también con su mismo lenguaje tan transparente y directo: el llanto. Y Rivel continuó llorando. Cuando, todavía lloroso, se volvió a acercar hacia el niño, ya totalmente calmado y mirándolo electrizado, la criatura se sacó el chupete de la boca y se lo dio a Charlie, en un acto de solidaridad primigenia. El llanto de Rivel se agotó y el público arrancó en aplausos. El payaso aceptó el ofrecimiento del niño y, hoy, aquel chupete histórico se conserva entre las vitrinas del Museo Charlie Rivel de Cubellas." (Wikipedia)


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