7.4.15

Empeoradores

Leo un post de Salvador Sostres en "El Mundo" titulado "La bibliotecaria" y veo que bajo su nombre ostenta la divisa "Escribir es meterse en problemas", que ya es toda una declaración de intenciones. No suelo leer este diario pero me ha llevado a él un mensaje que he recibido de la SEDIC (Asociación Española de Información y Documentación), en donde la presidenta nos informa de que han dado una respuesta oficial al cúmulo de despropósitos que aparecen en ese post, que en la versión digital a eso de las 4 había obtenido 26 comentarios, la mayoría desaprobadores. El número y la calidad de los vituperios que lanza Sostres desde su tribuna me hacen pensar en aquello de que lo que más puede desacreditar un texto es el propio texto. Más allá de los apelativos socorridos de los machistas cuando están sacudidos por una tormenta de testosterona desatada, no veo mucho más, aunque admito que no he leído el post más que por encima. Es curioso que la mayor parte de los hombres de su clase llegados a un punto de una discusión tienen que referirse irremediablemente al contenido de sus testículos y a que tienen una hija. Una hija que probablemente no tiene mérito alguno en haber traído al mundo (o muy poco, ya que no pondremos en duda su paternidad), porque un hijo lo hace cualquiera, no hace falta que les diga cómo. 
La verdad es que el texto no me sugiere más comentarios, aunque es de lamentar que haya gente que se gane la vida así y que sin saber qué es una biblioteca trabaje en un diario. En internet es fácil encontrar perlas de Sostres a montones, aunque siempre sobre lo mismo. Me sirve el post sin embargo como introducción para volver a un viejo tema, el de la responsabilidad del que escribe. El mismo texto por su transversalidad me hubiera podido servir para referirme a las vacunas antirrábicas o a que hace unas semanas mataron a palos al perro de una conocida, un perro que siempre había demostrado ser bueno y nada difícil. Escribe S. S. textos de trazo muy grueso.
La responsabilidad del que escribe viene siendo lo que hace unos años era el "compromiso", pero no tiene mucho que ver. Ahora vendría siendo un conjunto de ideas (no muchas pero sí firmes) que se adoptan y que a poder ser se mantienen para defender dignamente una posición que se cree justa, útil o constructiva. Por difícil y contrariada que lo sea. Y lo de "dignamente" no es un adorno literario, es que es preciso que sea así porque si una idea no se defiende con una cierta elegancia y ejemplaridad, pierde mucho y desacredita. Y si se hace uno pesado también.
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Estos días de Pascua he determinado dedicarle en adelante menos horas a la prensa y a los medios de información general, de manera que hoy apenas me asomé a "El País" digital y eso a mediodía, bien comida. El mensaje de la presidencia de la SEDIC, que me llevó a "El Mundo" me ha reforzado en mi propósito. Todo el tiempo que se dedique a según que lecturas es tiempo perdido. Y a comentarlas aún peor. Y eso que las puertas giratorias de "El País" y "El Mundo" se merecían más que una mención.
El miércoles de Pasión recordábamos una cita de Proust: "Lo que a mí me parece mal en los periódicos es que soliciten todos los días nuestra atención para cosas insignificantes[...]".
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Aunque todos sabemos que el alcohol y en general los paraísos y los infiernos artificiales han producido miríadas de obras de arte, difícilmente se puede ejecutar una pieza musical en un estado etílico o cuando el alcoholismo es ya una enfermedad avanzada. El néctar se convierte en veneno y la inspiración en desatino o en un ridículo grosero embarazoso para todos. Aunque los genios a veces son groseros y desconsiderados, la grosería y la desconsideración, una cierta desinhibición histriónica, no garantizan la genialidad.
Creen los músicos que su oficio es el más elevado y el que requiere una preparación física mejor, en lo que no andan muy desencaminados en el sentido en que su capacidad queda más expuesta en cuanto abandonan su entrenamiento. El escritor necesita de un cierto vigor mental que tiene mucho de mecánico, pero que se puede ver menoscabado si no está en buena forma. Cualquier hijo de vecino sabe en qué estado está el día después de una noche en que se durmió poco o mal, viéndolo todo negro o cuando menos marrón o grisáceo. Un gris no precisamente irisado. Embotado. Por higiene, un escritor no debería leer cosas como las que escribe Sostres, "un padre feliz" pero malapático.



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