28.4.15

Tener sentido

"Descubrí entonces una nueva pista. En mis clases siempre hacía
muchos dibujos de demostración, tratando con ellos de
 explicar a mis alumnos lo que estaba haciendo: en que
 me estaba fijando, por qué dibujaba las cosas
 de cierta manera. Sin embargo, en muchas ocasiones
 dejaba de hablar en mitad de una frase, y me
 quedaba callada, tratando de recordar el resto. Encontrar
 las palabras parecía una tarea terrible, y cuando
 por fin lograba volver a hablar descubría que había
 perdido contacto con el dibujo. Así conseguí
un nuevo dato: podía hablar o podía dibujar, pero
no hacer las dos cosas a la vez.
Betty Edwards. Aprender a dibujar: un método garantizado. 

El título original del libro de Betty Edwards es Drawing on the right side of the brain. En las ediciones posteriores a la primera en español (de 1984) el desfase de títulos se ha compensado con un título de fusión: Aprender a dibujar con el lado derecho del cerebro. Naturalmente se pierde la ambivalencia o el juego de palabras del título en inglés, donde la palabra right tanto nos indica el lado derecho del cerebro como que el lado derecho es el lado "correcto" para dibujar.
Aunque el libro lleva años en danza seguro que podré sacar de él mucho provecho y ya en los preliminares me ha atrapado la cita que reproduzco. A veces he visto algún vídeo donde algún dibujante o algún pintor tiene a bien explicar su técnica y me he dado cuenta de que hablan como en trance. De repente se detienen y reemprenden el hilo del discurso como en un estado que solo se parece si acaso al de los traductores cuando hacen traducción simultánea y emplean un tono que serpentea o planea y que poco tiene que ver con la dicción natural o la más académica e impostada. 
Estos fenómenos supongo que están relacionados con aquel otro por el que algunas personas cuando dibujan o escriben algo que exige esfuerzo y concentración, sacan la lengua ladeándola o bien se mordisquean un labio o aprietan la boca, como si la boca fuera una especie de timón.
Hace 20 años un médico joven en una conversación informal me dijo que un sordociego no tenía sentido que viviera. Defendió su opinión muy vivamente. Yo le dije que sí, que tenía el tacto y que podía llegar a hablar, caminar, ser querido y dar su afecto a los demás, no necesariamente por este orden. El tiempo de alguna manera me ha dado la razón (aunque algunas veces no la necesite o tenga que prescindir de ella otras). Hace unos días pudimos ver en "El País" un reportaje sobre Genet Corcuera, una niña sordociega nacida en Etiopía y adoptada por una española. Genet Corcuera ha culminado sus estudios universitarios en Magisterio en Educación Especial, por lo que podrá ayudar a niños con dificultades sensoriales perfectamente. También tenemos en cartelera, o por lo menos tuvimos hasta hace una semana, "La historia de Marie Heurtin" (Jean-Pierre Améris, 2014), de una niña sordociega que nació en Francia el 1885, pero cuya historia quedó eclipsada por la de Hellen Keller, nacida el 1880 en Estados Unidos, también llevada al cine, al teatro, etcétera.
La verdad es que no me interesa tanto que se demuestre que los discapacitados sensoriales pueden llegar a hacer una vida "provechosa" y admirable o que se demuestre que los que podríamos llevar una vida "provechosa" también tenemos nuestras carencias -por ejemplo no saber dibujar-, como el hecho de que los sentidos se ven compensados. De eso tuve mi mayor certeza un día, una noche mejor dicho, que caminé por el monte sin luz artificial alguna. Incluso fui consciente de que al no usar determinados sentidos (y hay quien dice que no hay 5 sino 27), pero no porque no los tengamos, se atrofian.
Otro día tendría que escribir sobre los discapacitados espirituales y los muertos en vida.

Playboy braille edition (1992)

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