6.4.17

El sayo

tros años por estas fechas ya se había oído hablar quinientas veces del Color del Año. El de éste es el llamado "greenery", uno de los miles de verdes posibles, pero que ha sido fijado por Pantone determinando el tono exacto y dándole un nombre que para unos es como ponerle puertas al campo y para otros servirá para entenderse y de forma unívoca referirse a ese determinado matiz, que recuerda al trapo de la rana Gustavo (Kermit the frog). El rosa cuarzo del año 2016 me pasó totalmente desapercibido, pero del marsala de 2015 me alertó un traje que llevó Doña Letizia y que me hizo pensar que sería del pantone de moda. 
Más allá de la lechuguilla (cuello escarolado), las calzas y la botonadura del jubón del sastre de Moroni, me admira en los colores y en la expresión del rostro, algo moderno. Siempre que alguien se refiere a sus retratos se alaba el naturalismo, la penetración psicológica, una cierta transparencia del carácter. Con razón.
Hay dos detalles llamativos, el primero la pretina de cuero, donde se supone que colgaría su espada el sastre (¿?) y segundo el sello que lleva en el dedo meñique. El significado de los anillos, y más del dedo en el que se llevan, es un terreno abonado para todo tipo de interpretaciones. Lo único que yo digo es que me parece raro que alguien que trabaja con sus manos use anillo porque no deja de ser un tropiezo. Consigue interesarme más tener noticia de que este sastre vestía a la moda española, porque esas calzas abullonadas o gregüescos, los habían impuesto en Europa los militares españoles durante el siglo XVI.
Ya se sabe que prácticamente gran parte de la ropa que usamos habitualmente recibió una gran influencia del vestuario militar, y cosas como las cremalleras primero se usaron en los hombres y en los niños y solo al cabo de bastante tiempo se usaron también en los trajes y complementos femeninos. A nadie se le escapa el sexismo y el clasismo de la moda y cómo pregona cuanto vestimos la pertenencia a un grupo social o a una tendencia ideológica.
Yo he llegado a conocer tres sastres. El primero y su hijo vivían en el piso vecino al que yo viví en los primeros años de mi vida. Era de Tortosa y se llamaba Antoni Domènech. Llevaba la cinta métrica al cuello, como llevan los sacerdotes católicos una estola morada para la unción de los enfermos. Y también llevaba un acerico gris lleno de alfileres. Me gustaba mucho el acerico. Su hijo también fue sastre y trabajó para la Burberry´s, lo que indica que era muy bueno en su oficio.
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Cuando nací me envió mi tía Loli dos pololos de perlé. Dos pololos de ganchillo, sin perneras pero con su volante y sus lazos, uno azul claro y el otro no me acuerdo. A los cinco años aún los llevaba pero como iban pasados por unas gomas y se gastaban, a veces cuando menos lo esperaba, se me caían. Era un poco embarazoso para mí. Excuso decir que en aquella época todas las niñas usábamos falda, así que al caérsete una braga la tragedia que sobrevenía era incomportable.
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Me gusta la expresión "Hice de mi capa un sayo" (como quien dice que hizo lo que le dio la gana) y que a pesar de todo podamos cada cual desempeñar la potencia de elegir en cada momento entre lo bueno y lo mejor o lo malo y lo peor, aunque se diga aquello de que lo mejor es enemigo de lo bueno. A pesar de que yo siempre necesitaré la ayuda de los costureros y los tejedores para vestirme, me gusta pensar que en buena medida puedo valerme por mí misma para muchas cosas. Si me gusta contar con buenos profesionales para cuando hacen falta, también me gusta hacer yo mis cosas aún a sabiendas de que no serán tan perfectas.

"Il sarto" (Giovan Battista Moroni, ¿1565-1570?)

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