9.4.17

Los mustangs

ecientemente se ha otorgado a Wolf Erlbruch, uno de mis ilustradores preferidos, el Premio Astrid Lindgren de Literatura infantil. A lo mejor el nombre de la sueca no suena mucho, pero si añadimos que fue la autora de los relatos de Pippi Calzaslargas, se hará más reconocible. Yo diría que el premio de Literatura infantil más importante es el Hans Christian Andersen, el cual tiene cuatro modalidades: de 0 a 6 años, de 6 a 9, etcétera. Astrid Lindgren a su vez obtuvo el premio Andersen, de manera que se mantiene una especie de línea sucesoria poque por supuesto ni Andersen obtendrá el premio Erlbruch ni tampoco Lindgren. Lo raro es que no haya alguien que quiera revertir esta tendencia que nos parece hasta natural y conceder premios "hacia atrás", retrospectivos.
También nos parece lo más natural que los premios se otorguen a los mejores trabajos o a quienes han obtenido una ristra de éxitos consecutivos, como reconocimiento a su trabajo. Aunque se hacen certámenes para animar a los jóvenes, son premios pequeños y tienen algo de simulacro. Alguna vez aquí he cuestionado la valía de premios como el Princesa de Asturias que más sirve para promocionar el principado que para enaltecer a nadie, en mi opinión. De hecho yo había llegado a defender que si la  cantidad de dinero que se da a los condecorados se dedicara a potenciar las áreas en las que se les dan los premios, ese dinero tendría mayor rendimiento. Pero estoy equivocada. La dotación es de 50.000 euros y si el premio se concede a dos personas, la dotación se reparte a partes iguales. Bien mirado no da para mucho, no da por ejemplo para pagar varios profesores de música en un centro municipal o para impulsar una investigación científica. Apenas da para unos ratones y un par de reactivos más dos becarios y poco más. Así que la dotación de los premios ya es lo que es, una dádiva y una forma de agasajo y de acontecimiento social que perpetua un orden dado.
Este post sobre los reconocimientos, si lo llevara a cabo, sería la pareja ideal para el de Las expectativas, que eran los deseos cuando los cargamos de compromisos, obligaciones y deudores.
Hace unos años un fotógrafo me comentó que se había instalado en un rol de público. Había renunciado al papel tan exigente de guía visual que podía haber asumido engañosamente y se había retirado a las filas de quienes observan el espectáculo, no se dejan ver (están en la penumbra de la fila 14) y además disfrutan cómodamente de lo que hacen los demás o de lo que se encuentran a su paso. Conquistó la perfecta discreción con no poca dignidad viril y la densidad moral del renunciante. convencido. Deponer el yo, como si se tratara de una piel muerta, puede acercarnos más a la autenticidad y a lo que es la vida. Menos individualismo.
No estoy demasiado convencida de que el sistema de expectativas y reconocimientos nos lleve muy lejos. De hecho, me explico mal, sí que nos ha llevado demasiado lejos. Desde la más tierna infancia se les exige a los niños tanto que no es de extrañar que muchos padezcan una crisis en la pubertad y cesen en sus actividades. Que no quieran hacer nada. Muchos consideran que es porque se les protege demasiado y tienen demasiadas oportunidades. Yo empiezo a pensar que se les protege por un lado pero también se les exige por otro. Se espera demasiado de ellos. Eso es enloquecedor. Eso es lo que de alguna manera les pasa a algunos caballos en la doma convencional, que reciben instrucciones paradójicas y que por un lado son sujetados pero por otro lado son azuzados. No sé si me explico. 


"Vladimirka" (Isaak Levitan, 1892)

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