18.5.17

Eau d'aquarelle


eneralmente nos pueden atraer andróminas que son más pequeñas que al natural de lo normal, o que son más grandes. También nos pueden atraer las cosas complicadas y, por el contrario, las cosas simples, de líneas sucintas pero muy expresivas. La ilustración de hoy nos hablaría más de cursilería que de complicación, a no ser que pensemos que lo cursi es complicado. Son términos de sectores diferentes. Ambos refieren a lo retorcido. Y si lo cursi se quintaesencia en el lacito y en la gasa rosada, lo complicado huele a cuerno quemado,  o a heráldica para veganos, y es intragable. Luego hay hallazgos basados en la cercanía de sus elementos, como lo es lo de la acuarela de agua de colonia, ocurrencia que además nos da ganas de probar, aunque no con los pigmentos más caros de Winsor and Newton ni papel Hahnemühle de la serie Tiepolo. 
Muy elocuente es la puerta que se abre al fondo de la escena, a la izquierda del retrato de Picasso. Establece el nivel real (la calle, el sol, el suelo) añadido al nivel del arte establecido (la entelequia del continuum) y al del arte en su ejecución. Cualquiera de los tres elementos tiene su fondo de misterio. La cita de Hipócrates ("Ars longa vita brevis") es un elemento extraño a esas tres entidades, si acaso tendría relación con el agua de Colonia.
El agua de colonia es tonificante, pero no he sabido encontrarle otras propiedades, y me resulta más agradable el agua de lavanda, cuyo olor parece en vez de tonificante calmante. El año 1990 si no recuerdo mal, en un viaje de trabajo a Montpellier nos acercamos a Saint Rémy-de-Provence, que era un pueblecillo donde decidió pasar la princesa Carolina de Mónaco una buena parte de su viudedad. Se diría que era una alternativa campestre y floral a la moda ad-lib ibicenca, de túnicas blancas y discotecas. Naturalmente la princesa pudo recuperarse en la Provenza con aquella tranquilidad y aquellos buenos alimentos, aunque su unión con Ernesto de Hannover creo que volvió a perturbar su equilibrio emocional. La cuestión no es esa, la cuestión es que los campos de lavanda que preceden la entrada al pueblo es un éxtasis para la vista y para el olfato. Aún con las ventanillas del coche en que viajábamos bajadas, el aroma era abrumadoramente pleno, esencial, casi espeso. Algo más cercano al óleo que a la acuarela, si se me permite seguir con la broma.
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El agua de rosas consuela, tanto o más que un buen cocido. Esta tarde de regreso a casa vi muy crecidas las rosas de la Parroquia de San Francisco Javier. Las plantaron hace unos 9 años. Como estos días atrás hubo lluvias y luego ha habido calor (tanto que ya florecieron las jacarandas de la plaza Virrei Amat), además de que las matas estaban altas, había muchas flores. Estaba a punto de subir una foto a Instagram, de la escena, cuando se interpuso una mujer en mi encuadre para arrancar una rama de la que salían como en un bouquet 7 u 8 rosas. Le dije "no" con un suave movimiento e la cabeza, pero ella siguió adelante y dijo "para mi marido". Me dio la impresión de que en realidad se acababa de arrepentir, pero que había decidido seguir. Me esperé inmóvil a que acabara, cosa que tardó porque el tallo se resistía y al final fue despojándolo rosa por rosa por las ramificaciones más tiernas. Un horror. Cuando finalmente acabó hice la fotografía, en la que es cierto que no se puede percibir la falta, que al fin y al cabo no tiene tanta importancia. Más que nada nos habla de lo aberrante que nos resulta para algunas personas que se arranquen las rosas.

Saul Steinberg ("Le diré, señora, que para mis acuarelas uso agua de Colonia") 


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