18.6.17

En un día

"Cuando leo libros de historia, la seguridad
impertérrita con que sus autores establecen lo ocurrido hace
milenios me produce una invencible sensación
de incredulidad. ¿Cómo es posible reconstituir un pasado remoto si
incluso el más reciente aparece sembrado de tantas
incertidumbres y dudas?
La opacidad  del destino de una buena parte de mi familia
es una perfecta ilustración para mí de la impotencia
en descubrir y exhumar al cabo de pocos años la realidad tangible de lo que
ha sido"
Juan Goytisolo, Coto vedado

uando en el año 1985 apareció la primera autobiografía de Juan Goytisolo se decía que no dejaba espacio ni para la hipocresía ni para el exhibicionismo, cualidades que a mitad de su lectura ya puede certificar. Sorprende, al lado de la ausencia de algo tan habitual en las autobiografías -algo que se confunde con lo característico de tanto como abunda- la ausencia también total de alguna alegría. La única caricia es la del abuelo pedófilo, Ricardo Gay. Aunque discurrían los años de la guerra y la postguerra para Coto vedado, aunque la madre fuera víctima de un bombardeo y el padre estuviera encamado por pleuresía, extraña no encontrar ni un resquicio para algo cómico. Y aunque estoy a mitad del libro ya sé que no lo encontraré. No hay concesión alguna a la piedad, ni se castiga ni se justifica ni por supuesto se perdona. El ángulo desde el que Juan Goytisolo aprecia su vida es de una gran seriedad, casi huraño. 
Tan acostumbrados estamos al abuelismo de la literatura y la política de los últimos 40 años que resulta excéntrico que un autor nos hable en la reconstitución de su historia vital de un abuelo negrero y de otro pedófilo, y de cómo su núcleo familiar se acomodó al franquismo. Además lo fácil o lo socorrido hubiera sido regodearse en los episodios de la cría de covayas en los días de más penuria, o en la pena por la pérdida brutal de su madre, Julia Gay, o en los abusos sexuales de Ricardo Gay.
Un poema de Rafael Calero cuenta la historia de Julia Gay, madre de los Goytisolo, que murió el día 17 de marzo de 1938 en uno de los múltiples bombardeos que la aviación italiana hizo sobre la ciudad de Barcelona en aquellos días: 
Este poema nace en marzo
de 1999.
Viajamos en tren hacia Granada.
La radio anuncia la muerte del Poeta.
La poesía es una autopista de peaje.
Algunos días más tarde
leo estos versos suyos
Donde tú no estarías
si una hermosa mañana con música de flores
los dioses no te hubiesen olvidado.

1938, diecisiete de marzo.
Julia vive en Viladrau
pero hoy se encuentra en Barcelona,
donde ha ido a comprar unos regalos
–un libro, un caballo de madera,
quizá unos caramelos–
para la festividad de San José.
Es mediodía de un día
que se despoja poco a poco del invierno,
que se llena de luz mediterránea.
Julia está junto al cine Coliseum,
en el Paseo de Gracia.
Las calles hierven de vida.
A lo lejos se oye el ruido siniestro
de los aviones fascistas,
cada vez más cerca.
De repente, el estruendo mortal
de las bombas asesinas.
Los regalos quedan en el suelo,
teñidos de rojo y tristeza,
y la tarde da paso a la noche
que es oscura y silenciosa y terrible.
Pienso en la mujer, en la madre.
Trato de comprender la angustia del marido,
el miedo del niño,
el odio del poeta.
Pero no lo consigo.
Imagino el último beso de sus labios,
el color de sus ojos
en las tardes de otoño.
Huelo su piel: agua fresca y jabón.
Leo en mi libro
tu figura erguida contra el cielo y la espuma
y anoto al margen
el dolor habita en el rincón más oscuro de la memoria.
Y cierro el libro
El poema de Calero toma unas palabras del que escribió José Agustín Goytisolo, "Cercada por la vida: "Donde tú no estarías si una hermosa mañana con música de flores los dioses no te hubiesen olvidado". 
El marido tomó al acabar la guerra una interna aragonesa y como se llamaba Julia le dijo que a partir de ese momento se llamaría Eulalia, medida que es fuera de toda duda comprensible, como comprensible es que el hermano de Juan Goytisolo le pusiera Julia a su hija y escribiera "Palabras para Julia", que es un final más feliz y no es "abuelista".
Los historiadores, especialmente los que no aman la precisión como Juan Goytisolo, se imponen incluso sin aceptarlo la posibilidad de silenciar lo que no les gusta o les incomoda (cosas que asimilamos a lo de llamar a la Julia minyona "Eulalia") o bien conducirnos a la confusión por liarnos con nombres parecidos o idénticos para asimilar disparidades y refinamientos del tiempo y presentismos. Creo que en Barcelona es más característica la hipocresía que el exhibicionismo.
*
La autobiografía de Marguerite Yourcenar, que dedica un 30% del total a sus ancestros, página arriba o página abajo, y retrocede al siglo XIII si no recuerdo mal, elude muchos temas y figuras, pero también tiene el sabor de la autenticidad que rezuma Coto vedado. Pienso que la excursión de la escritora por la Baja Edad Media hasta el momento de su nacimiento es un elemento muy llamativo porque ocupa muchas páginas. Tal vez su genealogía había sido objeto de estudio mucho tiempo, habida cuenta de que -otra vez "si no recuerdo mal"- la madre de la escritora murió en el alumbramiento o tras el alumbramiento. Pero pretender buscar respuestas en el pasado (la historia) es tan disparatado o difícil como pretender aclarar las cosas aquí y ahora. Requiere una honestidad intachable, la modestia de reconocer que nuestros recursos son insuficientes, el reconocimiento de que solo podemos participar añadiendo algo más de confusión con nuestra supuesta claridad. Las peores autobiografías de mi biblioteca son las que pretenden cristalizarse en una versión de los hechos, la que da una imagen conveniente del autor. Y eso es una mezcla de hipocresía y exhibicionismo.
Cuando hemos sido testigos de algún suceso que luego aparece en la prensa nos sorprende lo alterada que está no ya la verdad sino la realidad. He leído críticas de cine que me han hecho pensar en que era imposible que el autor y yo hubiéramos visto la misma película. Algo que en el teatro se podría justificar en las morcillas, pero muy difícilmente, en el cine es imposible: siempre veremos la misma proyección  a no ser en casos excepcionales.
*
Recuerdo estos días un átlas de geografía, gran formato, que mirábamos incansablemente mi hermano y yo. En aquellas grandes hojas se extendían mapas de todo el mundo, banderas y hasta algunas cifras. Las cartas náuticas me resultan apasionantes, aunque no entienda en ellas gran cosa aparte de la silueta del litoral. La costa a veces yo la veía al revés, como quien contempla un ajedrezado alternativamente desde el lado negro lleno de blanco y no desde el lado blanco, lleno de negro. Yo veía la tierra como lo que era el espacio secundario, siendo los mares y los océanos, los ríos también, el agua en general, lo que realmente definía la geo-grafía. 
Por aquel tiempo coleccionamos otro tipo de álbum, de cromos, que se llamaba "Vida y color", con imágenes de anatomía, fauna, flora y razas del mundo. Era un bonito conjunto de ilustraciones en las que se desplegaba solo una pequeña parte del reino natural y antropológico, pero suficiente para respaldar la maravilla y lo plural de lo singular.
*
Según las cifras oficiales de la Generalitat de Catalunya en los bombardeos de Barcelona entre el 16 y el 18 de marzo hubieron 875 muertos ¿Por qué se arriesgó Julia Gay a ir a ver a sus padres con lo que había? Podia haber esperado en Viladrau a que pasaran los peores días: 
"La mañana del diecisiete de marzo de 1938, mi madre emprendió el viaje como de costumbre. Salió de casa al romper el alba y, aunque conozco las trampas de la memoria y sus reconstrucciones ficticias, conservo el vivo recuerdo de haberme asomado a la ventana de mi cuarto mientras ella, la mujer en adelante desconocida, caminaba con su abrigo, sombrero, bolso, hacia la ausencia definitiva de nosotros y de ella misma: la abolición, el vacío, la nada. Resulta sin duda sospechoso que me hubiera despertado precisamente aquel día y prevenido de la partida de mi madre por sus pasos o el ruido de la puerta, me hubiese levantado de la cama para seguirla con la vista. Sin embargo, la imagen es real y me llenó por algún tiempo de un amargo remordimiento: no haberla llamado a gritos, exigido que renunciara al viaje. Probablemente fue fruto de un posterior mecanismo de culpa: una manera indirecta de reprocharme mi inercia, no haberle advertido del inminente peligro, no haber esbozado el gesto que, en mi imaginación, habría podido salvarla.
La evocación de la espera frustrada de su regreso, la creciente ansiedad de mi padres, nuestras idas y venidas, en busca de noticias, a casa de los tíos o la parada de autocar del pueblo es mucho más fiable. Dos días de tensión, angustia premonitoria, insoportable silencio, visitas a los tíos, sollozos de Lolita Soler, sucesivas versiones musitadas en la habitación de mi padre hasta aquella triste festividad de San José en la que, reunidos los cuatro hermanos en la escalera exterior que descargaba en el jardín, tía Rosario, interrumpida a veces, débilmente, por Lolita Soler, nos habló del bombardeo, sus víctimas, ella, sorprendida también, heridas seguramente graves, conduciéndonos poco a poco, como a ese toro recién estoqueado por el diestro al que la cuadrilla empuja hábilmente a arrodillarse para que aquél culmine su faena con un limpio y eficaz remate, al momento en que, con voz ahogada por las lágrimas, sin hacer caso de las protestas piadosas de la otra, soltó la inconcebible palabra, dejándonos aturdidos menos a causa de un dolor exteriorizado inmediatamente en llanto y pucheros qu por la incapacidad de asumir brutalmente la verdad, ajenos aún al significado escueto del hecho y, sobre todo, su carácter definitivo e irrevocable
Cómo ocurrió su muerte, en qué lugar exacto cayó, adónde fue trasladada, en qué momento y circunstancias la reconocieron sus padres es algo que no he sabido nunca ni sabré jamás. La desconocida que desaparecía de golpe de mi vida, lo hizo de forma discreta, lejos de nosotros, como para amortiguar con delicadeza el efecto que inevitablemente ocasionaría su marcha, pero adensando al mismo tiempo la oscuridad que en lo futuro la envolvería y haría de ella una extraña: objeto de cábalas y conjeturas, explicaciones incompletas, hipótesis dudosas, indemostrables. Había ido de compras al centro de la ciudad y allí le pilló la llegada de los aviones, cerca del cruce de la Gran Vía con el Paseo de Gracia. Una extraña también para quienes, pasada la alerta, recogieron del suelo a aquella mujer ya eternamente joven en la memoria de cuantos la conocieron, la señora que, con abrigo, sombrero, zapatos de tacón se aferrraba al bolso en el que guardaba los regalos destinados a sus hijos y que días después, éstos, con trajes teñidos de negro como imponía entonces la costumbre, recibirían en silencio de manos de tía Rosario: una novela rosa para Marta; obras de Doc Savage y la Sombra para José Agustín; un libro de cuentos ilustrados para mí; unos muñecos de madera para Luis, que permanecerían tirados en la buhardilla, sin que mi hermano los tocara."
Dipòsit digital de documents de la UAB. Familia Goytisolo-Gay

"La Vanguardia" (17-3-1938)
"La Vanguardia" (18-3-1938)


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