1.7.17

Casos y cosas

a hacía tiempo que no había visto una película de Fritz Lang. Ayer proyectaron en la Filmoteca de Catalunya, "Más allá de la duda" ("Beyond a reasonable doubt"), del año 1957. Hoy se hubiera traducido más literalmente como "Más allá de la duda razonable", que es una frase que aparece en un diálogo al principio de la película. Esa expresión, que ahora está incorporada junto con otras muchas a nuestro caudal léxico, hace unos años hubiera chirriado. En el guion un escritor se deja convencer por su suegro, el editor de un periódico, para que se haga pasar por el sospechoso de un asesinato de una artista de un club nocturno, para luego en su plan dejar en evidencia la debilidad de los argumentos del fiscal para sus condenas a muerte.
Se suele decir que los autores y los directores de cine suelen recrearse siempre en los mismos temas y es una gran verdad. Se dirá que desde "M" (1931), en pleno expresionismo alemán, hasta "Más allá de la duda" hay una fortísima renovación del lenguaje cinematográfico. Cuesta creer que en poco más de 25 años se pueda percibir una evolución tan abrumadora no ya del corte de los trajes y de los vestidos sino también de los planos. Cuando veíamos "El testamento del Dr. Mabuse" (1933), aunque ya se trataba de la segunda película sonora de Lang, nos dábamos cuenta de que las escenas parecían como aquellas cerámicas pintadas de oficios o romances de ciego, con una expresividad muy estática donde cada elemento que había encima de cada mesa o hasta en el fondo de una habitación estaba cuidado. En la película que vimos ayer, todo es más dinámico (sin ser turbulento) y menos denso, como si el protagonismo volviera a los actores principales. Y aunque los espacios son decorados y localizaciones significativas, no parecen llamar nuestra atención como lo hacían tan dramáticamente en el primer cine de Fritz Lang. 
En el principio de la película, ya que hablamos de la atención, se fuma y se bebe mucho, cosa que ahora está prácticamente erradicada del cine, que tanto hizo por la difusión y hasta el prestigio del tabaquismo y el alcoholismo. Después, cuando Dana Andrews en su papel de Tom Garrett el escritor, es recluido y se celebra el juicio, desaparece el humo y el whisky. El fiscal hace encender una pipa a un miembro del jurado, para señalar unas pruebas "circunstanciales" que recogió en la casa del sospechoso, pero si no me equivoco no hay más tabaco. Es como si de alguna manera se contrastara más la transición entre los días previos al juicio y los días siguientes.
El juicio final en "M, el vampiro de Düsseldorf", el que los criminales le hacen al asesino en serie, ya había sido un planteamiento sobre quien tiene la legitimidad para juzgar las malas acciones.  Hay una versión en Youtube traducida al español. La llegada de la policía en pleno "juicio" evita el linchamiento cuando el "abogado defensor" pretende argumentar que es el Estado quien debe proteger la ley y garantizar el cuidado de los pervertidos. Pero en "Beyond a reasonable doubt" se le acaba dejando a la pobre Joan Fontaine en su papel de la prometida del escritor la decisión de acusarlo y, dadas las circunstancias, de condenarlo cuando estaba a punto de firmarse el perdón irrevocable. La acusación y la condena eran consecutivas, y eso nos hace pensar en la enorme cantidad de veces que muchas madres, novias, hermanas habrán tenido que callar ante los actos de otros hombres. O padres, novios y hermanos, porque no es una cuestión de género.
Cuando hace veinte años se produjo el feliz desenlace del secuestro de José Antonio Ortega Lara en manos de ETA, oí a un sacerdote vasco que decía que si las madres de los terroristas hablasen que se acababa con el problema. Naturalmente es difícil creer que en una casa ignoremos que hay un ladrón o un corrupto en serie o un asesino. Y sin embargo estamos dispuestos a comprender que la familia encubra a un criminal, incluso cuando -como se ha visto alguna vez- sus fechorías se hagan dentro de la propia familia, como ocurre en algunos casos de pedofilia. 
En la película de Lang a mi entender no se plantea tanto un argumento contra la pena de muerte como que la condena debe proceder del aparato engranado se supone que asépticamente para asegurar el cumplimiento de la ley. No he visto el remake de 2009, aunque me gustaría verla para comprobar si el desenlace final de la primera versión en que se invierte el caso a cinco minutos de la conclusión, es así de inesperado. Creo que no, porque el guion implica a Michael Douglas como fiscal corrupto e interesado en una carrera política que le lleve a la alcaldía. El fiscal de la versión de 1957 está limpio.
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El fiscal de la película de 1957 en el juicio que se celebra durante el interrogatorio le preguntará al escritor "¿Tiene alguna prueba?" (Do you have any proof?). Y precisamente lo que se discute al principio de la película es el valor de lo que en inglés se conocen como "circumstancial evidences" y que se ha traducido como "pruebas circunstanciales" cuando en realidad parece que deberían traducirse como presunciones o pruebas indirectas, inferencias. Sin embargo, lo que me llama la atención es la frase que da título al post y que muchas veces oímos en los juicios sea a favor del acusado o en contra. Incluso se podría decir que muchas veces la frase viene a advertir de que sin pruebas el caso se cerrará y que se puede abreviar el proceso si directamente descartamos la existencia de pruebas.  Vale la pena remarcar este factor porque prácticamente la mayor parte del cine negro de los últimos años ha tenido un gran contenido en pruebas o en su investigación, aunque últimamente se ha decantado hacia el llamado perfil criminológico. 
En mi opinión el valor concedido a las pruebas obedece tanto a la fascinación por el método científico como a que están implicadas las mutuas y las aseguradoras, que no es que no estén interesadas en conocer la verdad pero sí que estarán interesadas siempre en entorpecer todo cuanto suponga un desembolso.

"Beyond a reasonable doubt" (Fritz Lang, 1957)

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