12.8.17

La luna en un charco






al vez los únicos días del año en que me es posible disfrutar de algo parecido al completo silencio son las fechas centrales de agosto. Si no fuera por el frigorífico, claro, que zumba entre estertores pero que va a sobrevivir otro verano. Temprano advertí el reflejo de la luna en un charco del patio. Su brillo mortecino dejaba caer un temblor blanco sobre las rasillas de abajo y mi terraza. Los reflejos de la luna solo los vemos algunas personas. No porque seamos mejores ni peores.
Ayer escribí un post que me salió largo y eso habiéndolo recortado, esquilmando de aquí y de allí todo lo que a otros ojos pudiera ser secundario. Pero había como una sinfonía de elementos que reclamaba la anchura y el sosiego de una novela. Mientras me dedicaba a evitar tocar una infinidad de temas pero salvar el principal, el de la repoblación y orwellización del Turó de la Peira, le tenía puesto a Pepe -mi canario- un vídeo con más de una hora de trinos. Y es que lleva cosa de 3 meses que no canta. Lo normal en cualquier otra ocasión hubiera sido que respondiera al estímulo. Y sin embargo incluso podría decirse que ni lo oyó. Él no lo oyó pero yo me movía con ese fondo entre los datos que me acuciaban desde internet y la necesidad de acabar el post para abandonarlo por otras tareas. 

También acudía a mi recuerdo la decisión de no perder más tiempo en Instagram. Por la mañana advertí que uno de mis escasos seguidores me había plagiado una idea. Lo malo es que además él tiene muchos seguidores y su fotografía pronto se cobró 141 me-gusta, mientras que la mía (la original) apenas había cobrado 12. Tendré más ideas, pero no las dejaré por ahí para que el primer desaprensivo se aproveche. De vez en cuando me enojo al pensar que mi trabajo no obtiene fruto alguno o, si soy justa, muy poco. Podría admitir que el hombre tiene su mérito al haber ido conquistando su audiencia, que eso es trabajo también, pero de momento me siento frustrada.


De la misma manera que me abismé esta mañana en la contemplación de la luna en su reflejo, pienso en cómo al ver "Viceroy's House" (Gurinder Chadha, 2017) de alguna manera podía tener disponible un buen trozo de la historia de la India, Pakistán y el imperio británico cómodamente sentada en la butaca de un cine. En mi post de ayer tuve que elegir unos elementos muy determinados para lograr un resultado algo caótico, por lo tanto me hago cargo de las dificultades de la cineasta inglesa para situarnos su trama. Se sirve de alguna manera del mismo recurso que "Upstairs, downstairs", serie setentera sobre los “felices 20” que transcurría a dos niveles, el del servicio y el de los amos. En nuestra televisión se emitió como "Arriba y abajo". Este eje vertebra un poco la historia de manera que la actividad de la planta baja, con 500 criados hindús, musulmanes y sijs, contrasta con la de la planta noble, donde residen Louis Mountbatten, el último virrey de la India, su esposa Edwina y su hija. Las visitas de Gandhi, Nehru y Muhammad Ali Jinnah, fundador de Pakistán saben a poco, pero consiguen situar el conflicto que supuso la independencia de India.
"Un fetichismo colonial con el membrete de exquisitez de una megaproducción de la BBC –cada pieza de cubertería parece elegida con la obsesiva precisión de un comisario de museo- envuelve, pero no camufla, las ingenuidades de una simplificación del juego de tensiones a través de las voces de la servidumbre y el desaforado sentimentalismo de un clímax que confunde intensidad con aspaviento. Levantada sobre una paradoja ideológica esencial, El último virrey de la India ofrece un generoso material para psicoanalizar la herencia de amor/odio que el Imperio británico dejó en la psique de una cineasta procedente de una familia golpeada por la cesión de territorio indio a Pakistán."
"En la que es de lejos la película más ambiciosa de su filmografía, Gurinder Chadha acierta con el tono didáctico en la narración de los hechos (añadiendo, incluso, terribles imágenes de archivo), facilitando que hasta el más lego en la materia entienda perfectamente lo que sucedió en aquel convulso 1947 y dejando que sea el propio espectador el que juzgue las actitudes de Nehru y Jinnah, principales artífices de la división del país. Pero, si como lección de historia el filme funciona impecablemente, no lo hace tanto en su vertiente dramática, centrada en una especie de trasunto de Romeo y Julieta entre un criado hindú y una criada musulmana que no podría ser más tópico y que resulta perfectamente prescindible."
La más ajustada me parece la de Luchini. Podremos verle muchos defectos a la película, pero no podemos olvidar la dificultad de referirse a un día, el 15 de agosto de 1947, en el que confluyeron tantos factores -entre los cuales no fue el menor el maquiavelismo de Churchill, para salvaguardar los intereses de Gran Bretaña tras tres siglos de dominación del subcontinente indio. La India no es un "tema" fácil. En la India se hablan cosa de 500 lenguas y no me refiero a lenguas cuya distancia es la que hay entre el español y el catalán o el gallego. Lenguas. En muchas localidades en vez de palomas hay pavos reales. En el último Majā kumbhamela de Praiag (Allahabad), ciudad en la que por cierto nació Nehru, esta peregrinación al Ganges congregó 71 millones de personas. No sé como comprobar fácilmente lo que voy a escribir, pero dudo que ni las peregrinaciones a La Meca ni a Santiago de Compostela, ni a Roma ni a Jerusalén atraigan ni una ridiculísima parte de lo que atrae cada doce años el kumbhamela mayor, el que cierra cada 12 años el ciclo de peregrinaciones menores.
Gurinder Chadha, tal y como apunta Luchini acertadamente, procede de una de las familias que se tuvo que movilizar a consecuencia de la extravagante frontera que trazó Churchill en el Indostán, para dividir el subcontinente en dos naciones, una de mayoría musulmana y otra de mayoría hindú. 14 millones de personas abandonaron sus hogares a ambos lados de la raya. Y yo que me puedo ahogar en un día como el 20 de septiembre de 1977, cuando murió en un atentado a "El Papus" el portero, que vivía en mi barrio, ¿cómo no voy a ser clemente con el estrambote de Chadha?
Es cierto que la historia de amor entre Aalia (musulmana) y Jeet (hindú), a quien ya conocíamos por su papel en "Un viaje de diez metros" (Lasse Hallström, 2014), está cargada de tópicos, y que distrae un poco del tono al que podría haber aspirado la película. Al final, si se me permite la comparación gastronómica, queda como una pizza capricciosa, en que hay un gran atractivo visual pero nos sabe a poco cada elemento por separado. La luna no cabe en un charco.
Lo que más me gustó de la película si debo ser sincera fue la BSO.


 "Viceroy's House" (G. Chadha, 2017) 

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