10.9.17

Ajo y perejil

"Madre dejó el farol en el suelo.
Alargó la mano por detrás de una de las cajas que habían servido de silla y
sacó una caja de cartas, vieja, sucia y estropeada
por las esquinas. Se sentó y la abrió. Dentro había cartas, recortes,
fotografías, unos pendientes, un anillo de sello, de oro, y una cadena de reloj
de cabello trenzado con eslabones de oro. Rozó las
cartas con los dedos, delicadamente, y alisó un recorte
de periódico que contenía la información sobre
el juicio de Tom. Durante
largo rato sostuvo la caja, mirando más allá de ella, desordenando las
cartas con los dedos y volviéndolas
a amontonar
con esmero. Se mordía el labio inferior mientras pensaba y recordaba. 
Al final tomó una decisión. Sacó el anillo,
la cadena, del reloj, los pendientes, escarbó bajo el montón
y encontró un gemelo de oro. Sacó una carta de su sobre 
y guardó en él las baratijas. Luego dobló el sobre
y se lo metió en el bolsillo del vestido. Entonces, con mucho
 cuidado cerró la tapa
con los dedos. Abrió un poco los labios. Después se levantó,
agarró el farol y volvió a la cocina.
Levantó la tapa del fogón y dejó la caja
 con delicadeza entre las brasas.
el calor tiñó el papel de color marrón en un instante.
Una llama creció y cubrió la caja. Dejó caer
la tapa y al momento el fuego suspiró
y envolvió la caja con su aliento"

John Steinbeck, Las uvas de la ira

arsley, sage, rosemary and thime ,"Perejil, salvia, romero y tomillo", dice la canción que popularizó Simon & Garfunkel en 1966. El estribillo al parecer se incorporó en el siglo XIX desde una balada infantil, cuando la canción es mucho más antigua. La frase repetida tiene el poder de crear la sensación de progresión y de crecimiento o ascensión, efecto que es bien curioso porque también recuerda a los cantos de labranza, con un ritmo que se podía seguir en plena labor y la animaba. La canción resulta menos melancólica y cortesana que "Mangas Verdes" (Greensleeves), aunque guarda un parecido, sobre todo para los que no sabemos música. Nuestro anónimo Romance del prisionero no tiene tamaña compañía, o tal vez sí, pero la ignoro.
Una tonada que se ha relegado al cancionero infantil, "Inés, Inesita" y tiene una pureza lírica que conmueve, si acaso consigue solo subir a contracorriente hasta los adultos porque se encuentra en el primer año de aprendizaje de la guitarra o la flauta. Contrasta la sencillez de esas melodías con la de las que nos vienen atormentado desde hace unos años, queramos o no. Ritmos machacones que se enganchan o engranan en nuestras pobres cabezas. Pensar en que algún día Scarborough Fair fue bailable es como recordar que el "Cant dels ocells" es un villancico. No deja de causarme extrañeza cuando nos la ponen en los sepelios. Durante una buena temporada se puso de moda un himno escocés que se introdujo con el Escoltisme en los años 60, "L'hora dels adéus" (Auld Lang Syne), ahora creo que suena más el solo de violonchelo de Pau Casals cargado de un patetismo que originalmente no debía (de) tener.
Al final, por lírica que sea la cadena de exageraciones (hipérboles) que en la canción inglesa nos hablan del amor perdido y de la traición, lo que más resonancia parece tener es el estribillo de las hierbas curativas.
*
Aunque el cuadro de "La mulata" (o el mulato) tiene dos versiones, la que se encuentra en Dublín y la de Chicago, parece que la de Dublín es la primera. Fue restaurada en los años trenta del siglo pasado y reveló un pentimento, una escena de Emaús que nos recordaba al cuadro de "Cristo en casa de Marta y María". También Marta aparece en la cocina, como la mulata, pero está enfadada y avergonzada porque ella está haciendo las tareas más bajas mientras María y Lázaro hablan con Jesús de Nazaret. La versión de Chicago es la que me gusta más. El humilde esportillo colgado en la pared, algo sucio, el craquelado de la jarra con las marcas del torno, el brillo apagado del almirez y el perol estañado a martillo son elementos que tienen vida. Y belleza. Propiamente ya no solo no es un bodegón a lo divino sino que incluso como bodegón sólo muestra como elemento de la naturaleza una cabeza de ajo. No hay frutos, como pasa en el bodegón con cacharros de Zurbarán. No hay opulencia, como si Velázquez buscara los mismos motivos que dijo Plinio que buscó Peiraikos. No hay una lección de vanitas o de memento mori, con alimentos en descomposición o insectos o calaveras. Más bien sería la mirada sobre quien baja los ojos.

"La mulata" (Diego de Velázquez, s.a.). The Art Institute of Chicago

"La mulata" (Diego de Velázquez, ¿1618-1622? National Gallery de Dublín

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