12.11.17

La poeta lavandera

When bright Orion glitters in the skies 
In winter nights, then early we must rise; 
The weather ne’er so bad, wind, rain or snow, 
Our work appointed, we must rise and go, 
While you on easy beds may lie and sleep, 
Till light does through your chamber-windows peep. 
When to the house we come where we should go, 
How to get in, alas! we do not know: 
The maid quite tired with work the day before, 
O’ercome with sleep; we standing at the door, 
Oppressed with cold, and often call in vain, 
Ere to our work we can admittance gain. 
But when from wind and weather we get in, 
Briskly with courage we our work begin; 
Heaps of fine linen we before us view, 
Whereon to lay our strength and patience too; 
Cambrics and muslins, which our ladies wear, 
Laces and edgings, costly, fine and rare, 
Which must be washed with utmost skill and care; 
With holland shirts, ruffles and fringes too, 
Fashions which our forefathers never knew. 
For several hours here we work and slave, 
Before we can one glimpse of daylight have; 
We labor hard before the morning’s past, 
Because we fear the time runs on too fast. 

At length bright Sol illuminates the skies, 
And summons drowsy mortals to arise; 
Then comes our mistress to us without fail, 
And in her hand, perhaps, a mug of ale 
To cheer our hearts, and also to inform 
Herself what work is done that very morn; 
Lays her commands upon us, that we mind 
Her linen well, nor leave the dirt behind. 
Not this alone, but also to take care 
We don’t her cambrics nor her ruffles tear; 
And these most strictly does of us require, 
To save her soap and sparing be of fire; 
Tells us her charge is great, nay furthermore, 
Her clothes are fewer than the time before. 
Now we drive on, resolved our strength to try, 
And what we can we do most willingly; 
Until with heat and work, ’tis often known, 
Not only sweat but blood runs trickling down 
Our wrists and fingers: still our work demands 
The constant action of our laboring hands. 

Now night comes on, from whence you have relief, 
But that, alas! does not increase our grief. 
With heavy hearts we often view the sun, 
Fearing he’ll set before our work is done; 
For, either in the morning or at night, 
We piece the summer’s day with candlelight. 
Though we all day with care our work attend, 
Such is our fate, we know not when ’twill end. 
When evening’s come, you homeward take your way; 
We, till our work is done, are forced to stay, 
And, after all our toil and labor past, 
Sixpence or eightpence pays us off at last; 
For all our pains no prospect can we see 
Attend us, but old age and poverty. 

Mary Collier, The Washerwoman (*)

ltimamente no acabo de entender algunas columnas, Los que antes eran en general irónicos ahora son agrios y retan la comprensión lectora más probada. Que un intelectual como Fernando Savater escriba una columna como "Diván" nos habla de muchas cosas, entre las cuales domina la oportunidad desperdiciada y la desidia, aunque en una capa profunda tal vez podríamos interpretar que sus 295 palabras (1434 caracteres) encierran una crítica contra otro columnista o una clase de columnistas difusos. Sabe el profesor que a los intelectuales lo que les caracteriza es su capacidad para analizar. A ellos me referí en un post reciente (Acervo y acerbo popular): "En mi opinión, el intelectual debe conocer el pasado, hablar del presente y tener responsabilidad."  Deliberadamente descarto el futuro porque pienso que escasean los visionarios de verdad. También porque me acuerdo de las palabras de un señor con quien a veces coincidía en la línea roja de Feixa Llarga a casa: "Adivinar el futuro es tirar el dinero, si uno mira su situación ya se da cuenta de lo que viene". Pero analizar correctamente la situación no es tan sencillo, eso lo sabemos todos.
El filósofo se refiere a Montaigne y a Unamuno, dos autores recurrentes en todo columnista que se precie, aunque últimamente se podría hablar de la incorporación de Bauman. El apego a la marca Montaigne o a la marca Unamuno ya cansa. La primera vez que leí los Ensayos, a los que llegué desde Josep Pla, estaba toda llena de ilusión. Pero pronto me di cuenta de que me gustaba mucho más la enciclopedia de San Isidoro, una almazuela con todo el saber del siglo VI. La misantropía de Montaigne no me impresionó. La misantropía solo me impresiona cuando es precoz, y nunca cuando es procaz.
El memorialismo y ya no digamos las autobiografías inspiran mucha desconfianza o rechazo porque la mayor parte de las veces lo que revelan es vanidad, buscando un reconocimiento o justificando toda una vida, con sus tiempos muertos y todo. Y cuando no revelan vanidad nos trasladan unas confidencias incómodas o ridículas. Pero cuando alguna vez como bibliotecaria me han consultado qué libro debía leer alguien que estaba enfermo o desolado, siempre he aconsejado que les invitaran a leer alguna biografía o autobiografía. No sé al diván de qué columnistas se refiere Fernando Savater, lo prometo. No veo nada de bueno pero tampoco de malo en que alguien hable de sí. Se puede hablar de nuestros semejantes, o de quienes dirigen el mundo, o de quienes lo padecen, todo tiene su interés.
Cuando con la extensión del fenómeno de las redes sociales todos nos hemos dado cuenta de lo que piensan nuestros congéneres, también nos hemos dado cuenta de que antes vivíamos en la ignorancia y de que tanto esfuerzo en la universalización de la educación no ha dado los resultados buscados. La escasa comprensión lectora se une a la falta de criterio para saber distinguir los bulos. Y me he encontrado con personas que tienen incluso una carrera universitaria que son incapaces de darse cuenta de que muchos archivos con información maliciosa, muy atractivos pero sin fuentes ni autoría, son falsos. Por atroz que sea la opinión de una persona que ha descuidado su formación y su información, siempre la preferiré a uno de esos artefactos que tanto prosperan en Facebook.
Naturalmente no creo que mi opinión sea especialmente interesante. Si acaso siempre he pensado que podría servir como testimonio de lo que somos una parte de la gente común o corriente. ¿No le interesaría saber a Fernando Savater qué pensaba mi bisabuela Carmen? A mí si. O cualquier hijo de vecino. Lo que pensaron los historiadores o los escritores que llegaron a ver publicados sus libros no me interesa más.
*
No encuentro una traducción del poema de Mary Collier (1688-1762), la lavandera poeta o la poeta lavandera, por lo que me atrevo a proponer aquí una versión para salir del paso y ofrecerla a los que aún saben menos inglés que yo. En el catálogo colectivo de las universidades catalanas solo hay un libro de Mary Collier, en inglés. Sí encuentro en internet reproducida la edición al parecer de 1730 de The Woman's Labour, por 6 peniques. 6 peniques como el jornal de lavandera.
La fotografía de hoy es de Ruth Matilda Anderson y la incluyo porque claramente se documenta como las mujeres en La Coruña de los años 30 cargaban y descargaban con los hombres y los bueyes.

Fotografía de Ruth Matilda Anderson de su viaje por Galicia (1923-2930)

_________
(*)
Traducción literal aproximada no rítmica:

Cuando el resplandeciente Orión brilla en los cielos
En las noches de invierno, entonces es cuando temprano nos tenemos que levantar;
Aunque el tiempo no hubiera sido tan malo en viento, lluvia o nieve,
Nuestro trabajo está fijado y debemos levantarnos y acudir,
Mientras que ustedes en blandas camas se acuestan y duermen,
Hasta que la luz penetra a través de las ventanas de sus habitaciones.
Cuando llegamos a la casa donde debemos ir,
No sabemos cómo entrar, ay,
La criada bastante cansada por la faena de la jornada anterior,
Vencida por el sueño; nosotros esperamos en la puerta,
Oprimidos por el frío, a veces llamamos en vano,
Antes de empezar a trabajar debemos ser antes admitidos.
Pero cuando del viento y de la lluvia quedamos a cobijo,
Es cuando empezamos a trabajar con vigor y coraje;
Montones de ropa blanca nos esperan
Y exigen nuestra fuerza y también nuestra paciencia;
Batistas y muselinas, que llevan nuestras señoras,
Lazos y puntillas, costosos, finos y raros,
Que debemos lavar con destreza y cuidado;
Con camisas de holanda, con volantes y flecos,
Novedades que nunca vieron nuestros antepasados.
Por muchos años aquí trabajamos como esclavos.
antes de poder entrever un rayo de sol;
Laboramos duro antes de que acabe el día,
Porque tememos que el tiempo corra demasiado deprisa.

A lo lejos el esplendoroso sol ilumina el cielo,
y llama a los somnolientos mortales para que se levanten;
Entonces viene nuestra señora sin falta,
y en su mano lleva, tal vez, una jarra de cerveza
para alegrar nuestros corazones, y también para informarnos
por ella misma qué faena debe hacerse pronto;
Nos deja sus órdenes, de cuidar bien la ropa blanca,
sin dejar para el final la sucia.
No solo eso, sino que también debemos cuidar
de que ni las batistas ni los volantes se rasguen;
Y lo que más estrictamente nos requiere
es ahorrar su jabón y no malgastar el fuego;
Nos explica que sus gastos son grandes, como nunca,
Aunque tiene menos ropa que en tiempos pasados.
Entonces nos ponemos en la mejor disposición;
Hasta que por el calor y el esfuerzo, como es sabido,
No solo el sudor sino la sangre
Chorrea por nuestras muñecas y dedos: sin embargo nuestra tarea exige
La acción constante de nuestras manos laboriosas.

Ahora llega la noche, de la cual ustedes reciben el consuelo,
Y que, ay, no aumenta nuestra pena.
Con un peso en el corazón a menudo vemos el sol,
Temiendo que no se pondrá hasta que no acabemos nuestra tarea;
Porque sea de noche o de día,
Nosotros calculamos la hora hasta en días de verano por la cera de la vela.
Aunque acudamos con diligencia cada día al trabajo,
Como es nuestro destino, no sabemos cuando acabará.
Cuando llega la noche, ustedes regresan a casa;
Nosotros, aunque hayamos hecho nuestro trabajo, tenemos que permanecer,
Y, tras haber concluido con denuedo nuestra labor.
Al final nos pagáis seis u ocho peniques;
No vemos un horizonte de salida a nuestros pesares,
solo la vejez y la pobreza

Mary Collier, La lavandera [trad. Marta Domínguez Senra]

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