9.11.17

Todo error tiene su paradoja

"Aún así, ya que considero que nuestro
mundo nació por azar, tampoco tengo
dificultades en admitir que la mayor parte de los
acontecimientos que lo han atormentado en el curso de los
milenios, desde la guerra de Troya hasta nuestros días,
son el resultado del azar o de la coincidencia de
varias estupideces. Por lo tanto, ya sea por naturaleza,
por escepticismo o por prudencia, yo tiendo siempre
a dudar de cualquier conspiración,
porque considero que mis semejantes
son demasiado estúpidos para concebir una a la perfección".
Umberto Eco, "¿Dónde está la Garganta Profunda?, De la estupidez a la locura

ncontré el último libro de Eco en la sección de novelas (N 837 Eco) de una biblioteca pública, pero en realidad es una colección de los artículos que dio a la prensa en sus últimos 15 años de vida. "Dov’è la gola profonda?" se publicó en la sección Bustina de L'Expresso el otoño de 2007. Hay una traducción en El espectador. Es una lástima que el libro no de los datos de la publicación original. A quien no le importen no le habrían estorbado y a quienes nos importan esa ausencia nos deja una mala impresión de libro mal editado. De la misma manera que la democracia no es tener una impresora y imprimir papeletas, o tener dinero no es fabricarlo, editar no es imprimir.
Se dice que por lo menos en mi ciudad, Barcelona, las churrerías irán desapareciendo. Por lo menos las que están como la de mi fotografía en plena calle. Eso es porque los derechos prescriben con cada negocio y se hace casi imposible retomarlos, de manera que ocurrirá que llegará un día en que no quedará ni una sola churrería. Ésta se encuentra en la entrada del parque de La Guineueta, tocando el Paseo Valldaura. La que está más cerca sería la que hay cerca del ambulatorio del Paseo Valldaura, más arriba y ya tocando la Trinitat, en el tortuoso Paseo de Fabra i Puig, que empieza muy derechito en Sant Andreu pero que tiene un final bastante absurdo, como mango de cayado, por componendas burocráticas que no merecen ni mención. En cualquier caso, yo siempre he pensado que de tener que hacer espionaje o de tener que apostarme en la calle para verla, lo haría desde una churrería. Las churrerías suelen estar en lugares ventilados, supongo que para sanear los humos, y con buenas vistas.
Mi amigo Pepe, descanse en paz, tenía una anécdota bastante atroz que la había sacado de algún libro de historia de la Guerra Civil. Explicaba que cerca de Valladolid, donde iban a fusilar a los enemigos, habían montado una churrería para hacer más llevadera esas madrugadas que les dejaban a los verdugos tan mal cuerpo. Pero ese es otro tema.
En el asunto de las conspiraciones a mí me pasa, sin entrar en detalles, como a Umberto Eco en su artículo, que no creo en la inteligencia de ninguna organización para llevar con éxito un complot secreto. La prueba del silencio, a la que también hace referencia el ilustre semiólogo, es contundente. Es casi imposible que un complot se pueda mantener en secreto (de ahí el título de su artículo). Da varios ejemplos, y me gusta cuando concluye con la guinda "solo los masones ingenuos y los adeptos de algún rito templario de pega creen que hay un secreto que permanece inviolado". "Amor, tos, humo y dinero, no se pueden encubrir mucho tiempo", dice el refrán. También podríamos decir lo mismo de las conspiraciones.
Eco nos previene de que reparar en conspiraciones, aunque sea para desestimarlas, encierra también su conspiranoia, cosa que acredita que todo error tiene su paradoja.
Aún hace poco un joven me dijo que creía que el atentado de las Torres Gemelas lo habían perpetrado para luego en el Memorial de la zona cero cobrar entrada. El 9/II Memorial and Museum me cobraría 24 dólares por acceder a su colección, pero tiene varias tarifas. El joven que me comentó su teoría conspiratoria pagaría también 24 dólares. Esa cifra no es muy superior a la que se cobra por entrar a la Sagrada Familia o a Les Punxes. Su teoría se respaldaba en el hecho de que de paso se llevaban por delante al personal en un momento en que las finanzas no necesitaban ni de ellos ni de los dos edificios. En aquel momento me vino a la idea la posibilidad de haber organizado un museo del World Trade Center vacío de recursos humanos, simplemente manteniendo el personal de limpieza, merchandising y conservación, para cobrar la entrada de 24 dólares mencionada a quien quisiera visitar unas oficinas desiertas.
Las teorías conspiratorias no me irritan tanto como las de las socorridas cortinas de humo. La última vez que oí lo de la cortina de humo fue hace unos días en el programa radiofónico del Ciudadano García, en RNE por la tarde. Dijo, poco más o menos, que lo del secesionismo era una cortina de humo del gobierno de España. Normalmente este argumento lo que más expresa es indolencia, la indolencia de no querer saber nada más que lo que se sabe, que suele ser poco. Si el Ciudadano García viviera en Barcelona como yo, vería que lo que tenemos aquí no es una cortina de humo, si acaso es una bandera de humo. En segunda instancia, el argumento de la cortina de humo también suele adoptarse para desprestigiar a quien está a cargo de arreglar una situación compleja, de manera que lo haga bien o lo haga mal sus resultados serán cuestionados. Yo creo que Umberto Eco situaría también el argumento de la cortina de humo en la estupidez y no en la locura. En otro artículo sentencia: "La interpretación recelosa nos absuelve de alguna manera de nuestras responsabilidades porque nos hace pensar que se oculta un secreto detrás de lo que nos preocupa, y que la ocultación de este secreto constituye una conspiración contra nosotros". Y, como diría él, punto redondo.
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También van desapareciendo las minúsculas tiendecitas que se incrustraron en algunas porterías del Ensanche o el Raval, cuando éstas se desalojaron por los sistemas automáticos. Pero se siguen comiendo los deliciosos churros. En el paseo de Fabra i Puig, cuando aún va derecho, hay un establecimiento que sirve chocolate y churros y porras, pero no está en la calle, está en el edificio a ras de calle. Lo veo siempre lleno y hasta con cola, porque también hay la posibilidad de lo que los anglosajones llaman take-away. Por cierto, ya que hablamos del take-away, parece que ayer Ana Pastor (la presidenta del Congreso) reprendió a unos diputados porque habían estado tomando café en el hemiciclo. Me encantó su proceder porque me parece una pésima moda la de ir con los brebajes a cuestas por los lugares públicos. Aparte del peligro cierto de ensuciarlos, es que a muchas personas nos molesta tener que oler a fritangas o a marros agusanados en lugares donde como mucho se espera tomar agua y consultar (pero muy poco) el móvil. Es una costumbre zafia y un negocio de pésimo mal gusto.

Churrería "La Pilarica"

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