12.1.18

El perro Dick

ace años que no veo a mi amiga R.C.S., porque su salud no le permite salir de casa sin ayuda. Las últimas veces que nos vimos fue en la mía, pero ya le costaba mucho trabajo acercarse hasta aquí a pesar de que apenas nos separa un quilómetro. Sé que en cuanto se encuentre algo bien, me telefoneará o me enviará un mensaje a mi correo-e. Si me llama lo hará haciéndolo coincidir con mi santo o las Navidades, como para no convertir su llamada en un sobresalto o en algo que no vaya respaldado por lo que no se aparta de lo convencional.
Nunca ha tenido el mal gusto de trasladarme el detalle de sus dolencias ni de los penosos episodios asistenciales entre los que transcurre su vejez, los propios y los de sus dos hijas. En realidad, si alguna vez he merecido su amistad creo que ha sido por no abusar de su confianza con las confidencias ni sus enojosos pormenores.
La conocí el año 1980 o 1981, cuando hice mis prácticas en su biblioteca, la biblioteca médica del Hospital de Sant Pau, ya desaparecida. Aunque no es muy habladora, su conversación era y es animada. R., a quien yo puse el sobrenombre de Pantacruells, en parte por su apellido y en parte por asimilarla al gigante de Rabelais, el hijo de Gargantúa, es una mujer alta, grande, y en algún momento tuvo sobrepeso. Llevaba su corpulencia con gran discreción. Es decir, que tenía el mérito de desplazar su enormidad como si fuera tan pesada como una mariposa. En un momento dado podía ser muy cómica, simplemente adoptando la mímica adecuada para centrar una anécdota graciosa, aunque siempre sin quese  descompusiera gran cosa ni en el gesto ni en el semblante.
Debido a lo mucho que congeniábamos o conmalgeniábamos, y debido a la diferencia de edad (de unos 25 años más o menos, yo siempre he escuchado sus palabras como el oráculo de Delfos. Y sea por eso, sea porque se expresa con claridad y utilidad, no me es difícil recordar muchas de sus palabras. El mérito no es mío en caso alguno; mi memoria para recordar conversaciones es muy débil.
Me acuerdo por ejemplo de una vez que la telefoneé porque había leído algo en El País sobre su padre, Manuel Cruells i Pifarré. Los políticos de los años 90 (Manuel Cruells murió el año 1988) de alguna manera revolvieron la memoria a su muerte y me temo que pretendían imponer una versión histórica que no era cierta o que no era completa o que por lo menos llevaba intenciones secundarias. Cuando leí el reportaje de El País me figuré el disgusto de mi amiga. En vez de correr a llamarla esperé unos días. Cuando la telefoneé deslicé el tema como un fastidio que hay que sobrellevar, como sobrellevamos a los mosquitos y a los niños pesados. Se apresuró a quitarle importancia diciéndome que le importaba más su viejo perro Dick que todo ese montaje periodístico. Lo de "montaje periodístico" lo digo yo. Verdaderamente era así. R. no le concedió valor a algo que yo interpreté como una campaña de desprestigio más que como una chapuza de desinformación. Tal vez -creí yo tácitamente- los inspiradores temían que a la muerte de Manuel Cruells empezaran a circular documentos comprometedores. Tampoco creo que hubieran muchos documentos, ya que durante el franquismo muchos excombatientes vivían con el temor de ser represaliados o de que irrumpieran en sus casas para detectar actividades clandestinas. En cualquier caso lo que le importaba más era su perro Dick, que a su lado aún parecía más pequeño de lo que era.
Otra frase para el mármol era una que decía poco más o menos: "Les dones tenim dues ocasions de fer el ridícul: una quan ens enamorem i l'altra quan som mares". No hace falta traducir ni ampliar.
Hay más frases, como la que me prevenía de pretender hacer mejoras: "Quan més vols millorar les coses, pitjor". He constatado esta opinión  cada vez que alguien con su comprensible orgullo me ha mostrado por ejemplo los resultados de una reforma doméstica. Primero porque el jaleo que se organiza no siempre se ve compensado por lo que se consigue. Segundo, porque en caso de compensarnos siempre pondrá en evidencia otros defectos. R. no hacía la reflexión desde el pesimismo, la hacía desde un planteamiento pragmático, experimentado, y algo confucionista o ruraloide. De hecho, se crió en Olot, una ciudad rural de La Garrotxa, al norte de Cataluña, muy cerca de Francia. Me advertía de lo decepcionantes e innecesarios (además de molestos) que son algunos cambios.
La cuarta frase de Pantacruells la he recordado muchas veces pero hasta hace bien poco no me ha revelado su pleno significado y razón: "A ningú li importa el que ens passa". Me sabe mal no recordar la frase literalmente. No se refería a su familia o a nosotras, que también, era un plural afectivo inclusivo de aquellos que engloban a todo el mundo. Como en sus otras frases, no me dejó un indicio de drama ni de melodrama, ni del credo de la Cofradía del Santo Reproche. Esa frase no era una queja amarga ni un comentario desdeñoso, era la pura verdad.

Gerhard Glück
Peter Steiner
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