24.1.18

Los lazos rojos

She'd come completely into the room now, and she
paused there, staring at me. I'd never seen her
before not wearing dark glasses,
and it was obvious now that they were prescription
lenses, for without them her eyes had an assessing
squint, like a jeweler's. They were
large eyes, a little blue, a little green,
dotted with bits of brown: vari-colored, like her
hair; and, like her hair, they gave out a lively warm light."
Truman Capote, Breakfast at Tiffany's (*)


l año 2007 Random House publicó un conjunto de ensayos inéditos de Truman Capote titulado Portraits and observations. No puedo asegurar si las semblanzas se corresponden en parte con el libro que editó Anagrama con el título Retratos. Lo encargué hace un rato. En cualquier caso, el estilo breve, de cronista de su tiempo, bien seguro que preside esta recopilación, aunque se trata de celebridades que conocemos en todos los planos hasta el hartazgo (Marlon Brando, Coco Chanel, Montgomery Cliff, Picasso, André Gide, Louis Amstrong, Liz Taylor, Tennessee Williams,  etc.) En ese sentido, en el de la fama, el libro me recuerda al de Luis Antonio de Villena titulado Mitomanías (2010), sobre 37 personajes españoles de todos conocidos.
Se dirá que si tenemos tanto material gráfico y tanta prosopografía sobre los famosos es porque precisamente son interesantes o sus vidas resultan ejemplares o fascinantes. En cualquier caso, a sabiendas de esa gran verdad, yo a lo mío, me desvío  a dos mujeres sin importancia que nacieron a principios del siglo pasado: mi abuela (Pepita Marcote Canosa) y su hermana (Ana Marcote Canosa). Los retratos fotográficos de hoy son de ellas. Mi tía-abuela es la joven de la izquierda y mi abuela es la joven de la derecha. La fotografía de A.M. está fechada por su dorso en febrero de 1935 y un sello seco en la parte inferior permite identificarla con el fotógrafo Caamaño. Ramón Caamaño trabajó por la comarca de Finisterre (La Coruña): Finisterre (Fisterra en gallego), Muxía, Cee y Corcubión. Las hermanas procedían de A Ínsua, una aldea de Fisterra. A.M. pasó parte de su vejez en La Coruña, pero gran parte de su vida estuvo viviendo en Fisterra, como P.M.
La fotografía de A.M. está en perfecto estado —fotográficamente hablando, es decir que el color no se ha degradado— y sin embargo la de mi abuela, en papel de brillo, está arrugada y algo sucia, como si hubiera estado mucho tiempo expuesta al aire.
La mesa camilla de la foto de Caamaño, o su manto, es la misma que la que identifico en otra fotografía que anda en casa de mi madre, donde está ella sentada sobre un cojín encima, con dos años, en el año 1936.
Mi abuela aparece de luto, algo que usó prácticamente toda su vida por unos difuntos o por otros, pero también porque los espacios llamados de "alivio" perdían razón de ser después de unos años vistiendo de negro. Por economía, por decoro, por costumbre. A.M. lleva medio luto y hasta luce unos pendientes, cosa que no se aviene con el duelo que se guardaba por la muerte de un pariente. Tenía mi tía abuela unos ojos azules de aquel azul tan claro que solo puede imitar el agua. Aunque el posado de una y otra es convencional, debo decir que se ajusta bastante a lo que fue la personalidad de cada una. Mi abuela era más contenida, más recogida. 
Imposible saber a qué momento de sus vidas corresponden las imágenes. Seguramente ya estaban casadas pero —no solo por la ropa— puedo creer que es antes de la Guerra Civil, en la que lo pasaron bastante mal y con serios problemas para cubrir las necesidades básicas. Cuando mi abuelo volvió del frente en su primer permiso (estuvo en intendencia en el Ebro) se cruzó con mi madre y no la reconoció porque hacía cosa de un par de años que había tenido que dejar a su familia. Al preguntar a mi abuela por ella, mi abuela le dijo en gallego: "Tuviste que cruzarte con Coronita, lleva unos lacitos rojos en el pelo." Es decir que se habían cruzado padre e hija pero no se habían reconocido.
Mi abuelo perdió el pelo por las sienes aún siendo joven, pero tanto mi abuela como su hermana tenían una cabellera maravillosa. Cuando mi abuelo preparaba los aparejos de pesca, el que se hacía con pelo de caballo él lo hacía con pelo de mi abuela. Cuando yo la conocí aún tenía pocas canas, casi todos los dientes y un cuerpo que no parecía el de una mujer de 70 años que hubiera tenido 6 hijos. Ni estrías, ni piel de naranja ni flacidez.  A pesar de lo mucho que trabajó tenía unas manos preciosas, sin artrosis, bien formadas y blancas.
Oí hace poco que aunque se suele representar en las recreaciones de nuestros antepasados prehistóricos a las mujeres como compañeras de los hombres y más pequeñas, barrigudas y con los pechos colgando, esta imagen es un cliché sin fundamento. Cualquier mujer de la prehistoria podría ahora darle un manotazo, por un decir, a Rafael Nadal y tumbarlo. Sus bíceps eran fortísimos, como sólo podían serlo por tener que realizar las faenas normales del día a día.
Me impresiona mi desconocimiento casi total sobre las existencias de A.M. y P.M., lo que podían sentir ante el futuro que no conocían y que supongo que apenas podía adivinarse. En los años 70 mi abuelo estaba entusiasmado con la TV, mientras que mi abuela todo lo más que estaba dispuesta a escuchar era la radio, y la que más le gustaba era la portuguesa, que además se recibía con claridad, no como otras. La emigración de 4 hijas, la muerte de mi tía Amelia en (Comodoro Ribadavia, Argentina), con 21 años, la sumieron en la tristeza. Mi abuelo pescaba, cuando había pesca, en un mar que ha recibido el nombre de Costa da Morte, con lo que diciendo eso y que mi abuela dormía poco ya lo digo todo. La muerte de mi abuelo en su vejez, por cáncer de pulmón, la ancló a la habitación en la que hicieron gran parte de su vida. Siempre tenía al lado de su cama una moneda preparada para cuando venían a pedirle limosna. Había gente más pobre. Siempre hay gente que es más pobre.
A.M. y P.M. tenían el sobrenombre de "mañonas" por el Mañón. Vengo de una familia en que algunos fueron muy hábiles (mañosos) con sus manos.

Las hermanas Ana y Pepita Marcote Canosa


Detalle de los rostros

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(*) "Ya se había colado del todo en la habitación, y se detuvo un momento para mirarme. Era la primera vez que la veía sin gafas de sol, y en ese momento resultaba obvio que eran, además, gafas de aumento, porque sin ellas sus ojos me escrutaban bizqueando, como los de un joyero. Eran unos ojos grandes, un poco azules, otro poco verdes, salpicados de motas pardas: multicolores, como su pelo; y, como su pelo, proyectaban una luminosidad cálida y viva." [Edición de Anagrama, con traducción "por acuerdo" con Random House]

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