18.1.18

Pies elegíacos

Sin dientes, pero con dientes
como sierra y a la noche no cierra
el negro terciopelo que lo entierra
entre el clavel y el clavón crujiente.

Bailados sueños y las jácaras molientes
sacan el vozarrón Santiago de la tierra.
Noctámbulo tizón traza en vuelo ardientes
elipses en Nápoles donde el agua yerra.

Muérdago en semilla hinchado por la brisa
risota en el infierno, el tiburón quemado
escamas sueltas, tonsura yerto.

En el fin de los fines ¿qué es esto?
Roto maíz entuerto en el faisán barniza
y en la horca se salva encaramado.

José Lezama Lima, Retrato de Don Francisco de Quevedo

enemos de Quevedo los retratos de Pacheco y el de algún discípulo de Velázquez. La Fundación Francisco Quevedo en su web muestra una especie de orla con todas las caricaturas y retratos que han recolectado. Tanto en el retrato de Pacheco en el Libro de descripción de verdaderos retratos, ilustres y memorables varones (1599-1637) como el del discípulo de Velázquez Quevedo mira a su derecha y lleva la cruz de Caballero de Santiago, a la que se refiere el soneto de Lezama. Generalmente a Quevedo lo reconocemos por los lentes. La cruz de Santiago y la corona de laurel son atributos en los que no hace falta abundar. El laurel es un atributo que encontramos a lo largo de la historia de Occidente sin prácticamente solución de continuidad. Doy en creer que el hecho de que los dos retratos del poeta miren a la izquierda es para que se vea bien la cruz de la Orden de Santiago, que también obtuvo (no sin dificultades) Velázquez. A todo lo dicho solo quisiera recordar que Velázquez fue discípulo de Pacheco, así que el parecido entre los dos retratos de Quevedo parecería ineludible.
Conocido el duelo de sonetos entre Quevedo y Góngora, ya que el otro día transcribí el de Quevedo sobre la nariz de Góngora, hoy en justa correspondencia, deberíamos referirnos a los andares de Quevedo en versos de Góngora:

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope. 
¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.

Los expertos podrán decirnos si lo elegíaco de los pies de  Queveo venía por la combinación de versos de 5 y 6 pies (pentámetros y hexámetros).
Menos conocida es una aguada de Leonaert Bramer, que ilustra los Sueños de Quevedo y que lo muestra junto con Juan del Encina y el rey Perico (corrupción de "rey Chilperico"). En ella aparece con melena, golilla y capa.
La cojera de Quevedo fue la que permitió identificar por lo menos con muchas probabilidades los restos de su cuerpo en época reciente. Además de la cojera, Quevedo estaba gordo, era corto de vista y tenía los pies deformes, cuestión esta que explica el tercer verso de la primera estrofa. El soneto de Lezama, el neobarroco antillano, tiene mucho de esqueletada o bodegón de postrimerías a lo Valdés Leal pero con ese clavel reventón y gato.
Hay un soneto, el tercero que cito hoy, pero esta vez escrito por el propio Quevedo. Se titula "Amante desesperado del premio y obstinado en amar" y empieza "Qué perezosos pies" (*):

Qué perezosos pies, qué entretenidos
pasos lleva la muerte por mis daños!
El camino me alargan los engaños
y en mí se escandalizan los perdidos. 
Mis ojos no se dan por entendidos;
y por descaminar mis desengaños,
me disimulan la verdad los años
y les guardan el sueño a los sentidos. 
Del vientre a la prisión vine en naciendo;
de la prisión iré al sepulcro amando,
y siempre en el sepulcro estaré ardiendo. 
Cuantos plazos la muerte me va dando
prolijidades son, que va creciendo,
porque no acabe de morir penando.

El cuarto soneto, también de Quevedo, es el que ilustra el post de hoy.

Viñeta de R. Rodríguez (clicar para aumentar) - Torre de Juan Abad

El Quevedo de Francisco Pacheco

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