5.5.18

Barbies vivientes y otros temas

oco se habla del síndrome de la mujer Barbie. Barbie es la muñeca de Mattel que tiene múltiples avatares pero que en general tiene un patron estilizado y con unos rasgos que se asocian a la feminidad y a una imagen muy determinada de ella: cintura estrecha (casi imposible en comparación con los pechos), piernas largas, ojos desproporcionadamente grandes, cabellera rubia. Como la cirugía plástica cada vez tiene más adeptas y el negocio está más crecido es fácil ver cada día más mujeres con el síndrome Barbie: dicho de un tirón parecen muñecas vivientes. Van muy maquilladas, tienen algún trastorno alimentario, se suelen poner implantes mamarios y hasta extraer costillas, usan constantemente filtros para los selfies que no paran de hacerse (para agrandar sus ojos hasta lo inverosímil), advertimos en ellas rasgos de inmadurez o infantilismo y todo ello advierte cuando menos de una cierta inseguridad.
El patrón que encarnan las barbies vivientes se ve favorecido por la moda y porque seguramente algunos hombres ─vamos a llamarles así─ sienten una gran atracción por la sexualidad con seres de naturaleza inerte. Ya no me refiere propiamente a la agalmatofilia sino a que es fácil que una mujer que reúna unas características tan estereotipadas tal vez hace más manejables las emociones y puede suplantar un modelo ideal. Pero que un hombre pueda desarrollar una parafilia con una muñeca o prefiera a las mujeres muy maquilladas y teñidas como transexuales, ese es otro tema. El tema es que una pobre chica huya de su verdadera naturaleza para adquirir las formas de un modelo inerte.
Se suele decir que el rostro humano tiene unos rasgos determinados por tres condiciones: la condición estructural, la dinámica y la artificial. La estructural sería la que tenemos congénitamente, la dinámica es la que se va forjando a consecuencia del paso de los años y nuestra conducta (por ejemplo las arrugas que dejan determinadas emociones), y la artificial sería rizarse el pelo, cambiarse las gafas y cosas así.
Me parece que muchas veces nos dedicamos a cuidar la parte artificial de nuestro semblante y de nuestra apariencia, pero no cuidamos la parte dinámica, que se puede alterar por la alimentación desordenada, una conducta errónea, una exposición al sol excesiva, etcétera. A veces vemos mujeres que le dedican mucho tiempo a poner en orden su pelo y lo tiñen de colores imposibles que en el mejor de los casos no contrasta de forma dramática con el cutis de la cara y el cuello. Son melenas estáticas que recuerdan a una peluca cargada de un halo patético y afantochado.
En un corto viaje que hice por Centroeuropa recuerdo que una mujer que conocí, Begoña, me explicó que tras años de peluquerías y más peluquerías, se había conseguido dar cuenta que el mejor peinado que había era el de su pelo natural. Que ni rizarlo ni creparlo ni teñirlo había alcanzado a lograr el resultado óptimo que había conseguido con la simple decisión de dejarlo estar tal como era. Además, las canas iban bien con las arrugas, porque las arrugas si las acompañas de un pelo teñido de un color opaco caoba o negro o lo que sea aún se marcan más. También se notaba que Begoña estaba en paz consigo misma.
En Asia muchas jovencitas de los países que en la última década experimentaron un gran desarrollo industrial se hacen practicar cantoplastias para corregir la oblicuidad de sus párpados y para que parezca que tienen los ojos más grandes. En este caso se trata de una condición racial y la cantoplastia parece más nociva que la obsesión de algunas mujeres negras en alisar su pelo. También más lucrativa.
**
Mi necesidad de silencio se ha acusado porque mi trabajo ahora se desarrolla en un entorno ruidoso, con mucho público y llamadas telefónicas durante casi toda la jornada. Mi lenguaje aún se ha hecho más preciso y parco, sin regodeos, porque yo misma debo hablar más de lo habitual y eso me molesta hasta físicamente cuando a última hora del día ya tengo que forzar la voz. La comunicación con mi madre, a quien visito siempre, hay que pensar que no es fácil porque está bastante sorda y muchas veces hay que repetirle las frases. 
Naturalmente la fatiga verbal la agudiza la constatación muchas veces de que el lenguaje no es eficaz o no sirve para su propósito.
En uno de los últimos posts reflexionaba sobre la parábola de los erizos de Shopenhauer y de cómo acudía al modismo inglés ("Keep your distance") con el que se avisa a quien se toma confianzas de que se mantenga a una distancia más respetuosa. Es obvio que quien se acerca sin respeto no ganará nunca nuestra confianza. Primero va el respeto y después viene la confianza o la amistad. Las familiaridades en el ámbito del trabajo o en el ámbito público son algo que tiene pretensiones de modernidad y de campechanía, como si se tratara de algo sano hablar de cosas privadas en el trabajo, cosa que por lo regular va complementada con la mala costumbre o taladro de hablar de trabajo en la vida privada.
*


(c)SafeCreative *1903080198027 (2022: 2212172887435)