12.5.18

Una gota de agua

a noción de karma es ahora el eje de una campaña para los usuarios incívicos del metro de Barcelona. Casi todo el mundo, por no decir todo el mundo, tiene una idea de lo que el karma es y sobre todo se conoce la mecánica de la ley de causa y efecto. Quienes se atreven a ir a la fuente del concepto tienen que ir al capítulo 3 del Bhagavad Gita sobre la acción como servicio sin apego. En mis primeros años de la práctica del yoga nuestro profesor nos indicó que el yoga de la acción nos llevaba a discernir el valor del karma a través de las acciones inútiles y las útiles. Yo me acordé del trabajo de mi abuelo materno, que no estaba asalariado sino que dependía de si había pesca o no. También puede ser que un agricultor pierda su cosecha por una granizada. O que toda una colección de abrigos no tenga la fortuna que se esperaba y que se tengan que ofrecer como productos rebajados, de manera que no se obtiene el beneficio previsto.
Más allá de las ideas de éxito y de fracaso, de servicio y de sacrificio, de esfuerzo y desazón, de premio y castigo, persigo la noción más intrínseca del karma, la que nos enfrenta al recto proceder. Conozco muchas o tal vez todas las variantes del trabajo infructuoso, incomprendido y fallido. Algunas veces he experimentado mi incompetencia, otras un entorno adverso u hostil, por no decir nada sobre los micromachismos y macromachismos (a veces el machismo es tan grande que no se ve). Me he enfocado en la paciencia más que en el talento. En los trabajos muchas veces nos enfrentamos a la certeza de que hagamos lo que hagamos estará mal. A veces esto es porque no hay consenso y lo que resulta ideal en la opinión de algunos puede resultar pésimo en la de otros. 
Otras veces debemos actuar contra nuestras creencias o ideas. Pienso por ejemplo en un empleado de una institución bancaria que se da cuenta de que un producto que se ofrece es abusivo o por lo menos engañoso. A veces las desventajas no son pecuniarias. Es el caso de una experiencia que tuve hace poco al acudir a unos servicios sociales y fui totalmente consciente de que la entrevista ─con cita previa─ se alargaba con el único objeto de alcanzar su duración establecida. Para mí resultó ser una pérdida de tiempo, a no ser que consideremos enriquecedor el trato humano en cualquier circunstancia.
En algunos casos a lo largo de mi atropellada vida laboral he tenido que conformarme con poder ofrecer un servicio por el cual la persona o personas que atendía no se fueran con las manos vacías, o se llevaran al menos la impresión de estar un poquitín mejor o más informados de cuando llegaron a mi presencia. A veces no se puede hacer mucho más.

La nevada. Francisco de Goya, 1786

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