16.9.18

Nosotros y los animales que somos

al vez he olvidado el nombre de algunas personas, aunque esforzándome es posible que volviera a hacer memoria, y sin embargo nunca olvidaré una tarde que pasé con un perro. El perro era de una familia de mi barrio original, pero solo lo vi una tarde y no lo volví a ver nunca más. No eran los niños y las niñas de aquella familia numerosa tan callejeros como otros lo fuimos. El perro me entregó su amistad como creo que nadie lo ha hecho, desde el primer momento. Mi parte de perro, que es mucha porque soy patológicamente leal, enseguida le devolvió mi amistad. Era un perrillo pequeño, negro con alguna mancha y sin ningún signo en especial, sin raza. En mi niñez era frecuente ver perros callejeros abandonados, que pronto se agrupaban en torno a un líder, hasta que la Perrera hacía su servicio. Creo que los cautivaban por la noche, porque nunca vimos que actuaran de día. Comían lo que encontraban, que no era mucho, y hacían una caca blanca. Los perros con amo también hacían la caca blanca y cuando la pisabas se deshacía como un polvorón seco. En el presente es mejor no pisar una caca porque están todos con dietas que nada tienen que ver.
Miré ayer gran parte de la película Una amistad inolvidable (Luc Jacquet, 2007), del mismo director que Le marche de l'empereur. La película en francés se titula Le renard et l'enfant y a diferencia de la película sobre los pingüinos de l'Antártida es una ficción rodada en Ain, en la Auvernia. Debo decir que no la he llegado  ver hasta el final. El que lea este puede saltar al siguiente párrafo su lectura para no recibir ninguna pista sobre el final. La niña consigue domesticar a la zorra, Titou, pero cuando está dentro de su habitación salta por la ventana circular, los cristales le hieren y cae muerta.
Al parecer hay muchas personas que están consiguiendo domesticar a los zorros, como de alguna manera nos sugiere en Le pétit prince Antoine de Saint-Éxupéry. El zorro es una animal que no falta en las fábulas antiguas y medievales, por su astucia. Los aficionados al chamanismo lo consideran un animal que reúne las cualidades del gato y del perro, pero que es más salvaje, y lo que más lo significa es su capacidad lo mismo para vivir en un bosque, en el Ártico o en un desierto. Su astucia es blanda, como la que se le asimila a las serpientes ("Sed astutos como serpientes y sencillos como palomas"). Otra condición que hay que añadir a los zorros es su hermosura. Aunque no hay un solo zorro, tal vez los más perseguidos por la peletería son los zorros polares más que los zorros rojos. Yo siempre he pensado que los zorros codiciados por los peleteros eran animales que viven en cautividad y en granjas, para que sus pieles no las dañaran los enemigos naturales de los zorros. Solo la idea de "granja de zorros" inspira desesperación.
Creo que de vez en cuando nos podemos permitir no acabar un libro o no acabar de ver una película, puesto que tampoco nuestra vida es infinita. Podemos elegir en qué lugar dejamos la lectura o el visionado. No condeno el final que le da Luc Jacquet a Titou, puesto que es bastante verosímil aunque sea duro. También nos recuerda en La marcha del emperador que muchos pingüinos son atacados por las focas y aquellos pájaros que aparecen al final de la película cuando ya han nacido las crías.  Es normal que un zorro se ponga a correr dentro de una casa extraña y que salte despavorido saltando por la ventana. Lo que nos muestra el director a continuación es a la niña llevando a la zorra ante sus cachorros, en la boca de la madriguera. Y hasta ahí llegué yo, aunque faltaban unos 15 minutos de película. Sea previsible o no, en el fondo tal vez ayer yo tenía un día impresionable o tal vez me resultó fácil imaginar y evitar el desarrollo de cómo la niña ayuda a los cachorros y los guarda de los cazadores.
Me parece que no es accidental que la niña sea pelirroja como lo es Titou, porque en la amistad siempre se da una identidad entre los amigos. Los animales-guía dicen que nos acompañan y nos conceden parte de sus cualidad, concepto que siempre me ha interesado porque ─en la medida de mis posibilidades─ siempre he observado a los otros animales que no somos para aprender de ellos, especialmente los pájaros: el gorrión que se detiene en una rama por un momento en un fácil equilibrio, el cantor que mide con su canto el espacio que en realidad ocupa más allá de su cuerpo, la paloma que se retira a nuestro paso.
Sin caer en algunas ideas descabelladas de los animalistas, lamento el maltrato que reciben en general todos nuestros animales, tanto los animales domesticados como los salvajes. La verdad es que mi rechazo a los insultos como "cerdo", "burro", "animal" y otros es instantáneo. En cuanto alguien dice que una persona es un "cerdo" para indicar que es sucio, me sabe pero que muy mal. 
Aquello que se nos presenta como una carencia, la casi total ausencia de lenguaje en los animales, para mí es una cualidad. En la película de Jacquet, el lenguaje está presente cuando la niña habla o llama, y lo que es sumamente bonito es que lo emplea como todos deberíamos emplear, lo justo y necesario.

Le renard et l'enfant (Luc Jacquet, 2007)

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