13.2.19

But who can paint like nature?

But who can paint
Like Nature? Can imagination boast,
Amid its gay creation, hues like hers?
Or can it mix them with that matchless skill,
And lose them in each other, as appears
In every bud that blows?

James Thomson, Spring poem

                                                                    
ienso que las pinturas naíf de Séraphine Louis, más conocida como Séraphine de Senlis, están muy cerca de las flores de Georgia O'Keeffe, más conocida por su matrimonio con Alfred Stieglitz, y ya mostraban el germen de la enfermedad mental en la que desafortunadamente pasó el final de sus días. Hay algo obsesivo al lado de la fuerza vital que recorre las apenas 70 pinturas que han sobrevivido repartidas en varios museos franceses. Me pregunto cómo empezó su afición a las flores. Tal vez por haber sido acogida de huérfana como asistenta en la casa de las Hermanas de la Providencia de Clermont, donde no faltarían los arreglos vegetales, los bordados, el huerto y todo aquello que ya conocemos de los trabajos conventuales. Séraphine ha pasado o pasó a la historia del arte como la pintora que fue una limpiadora, una mujer de "hacer faenas", de la misma manera que Mary Collier es la poeta lavandera.
Recientemente a través de Open Culture hemos tenido noticia de la digitalización de las ilustraciones botánicas de Nancy Anne Kingsbury Wollstonecraft, cuyo manuscrito de 1826 se encontraba en la Biblioteca de la Cornell University. Son tres volúmenes manuscritos titulados Specimens of the plants and fruits of the island of Cuba. Kingsbury (Wollstonecraft por su matrimonio con el tío de Mary Shelley) murió en Matanzas a los 46 años sin ver publicadas sus ilustraciones y anotaciones. Entre las páginas con sus explicaciones y acuarelas hay alguna hoja seca. Las acuarelas son de tono bajo pero bastante fieles a lo que sería el color de los especímenes, tomados del natural y con unas flores verdaderamente representadas con gran primor y cuidado. En las hojas no consiguió alcanzar la misma delicada precisión que sí alcanzó con los pétalos y las corolas. Y sin embargo, desde mi modesta opinión, creo que se lo propuso con insistencia. Hay muchas láminas que son admirables.
Tal vez las acuarelistas de Inglaterra o de Estados Unidos ─estoy pensando en Ann Swan─ han llevado la ilustración botánica a un punto tan inalcanzable como apenas mejorable, pero está claro que el propósito de Nancy Anne Kingsbury era además científico y los ejemplares muestran por eso diferentes estadíos y adoptan una presentación algo forzada y no precisamente la más "favorecedora". Aunque Genevieve Estelle Jones, de quien ya recogimos aquí una noticia sobre los huevos azules del petirrojo, es a mi modo de ver superior desde el punto de vista artístico (y eso que murió con apenas 32 años), no deja de parecerme admirables las acuarelas de Kingsbury.
Me puedo figurar el asombro de esta mujer, nacida al nordeste de Estados Unidos (en Rindge, New Hampshire) al llegar a Cuba y conocer un montón de nuevas especies y la naturaleza tan abundante de la isla antillana. Aún, cada vez que veo uno de nuestros potos de las floristerías, me acuerdo de los que vi en La Habana crecer descuidadamente y con unas hojas gigantescas en cualquier alcorque dejado de la mano de Dios. Una maravilla.
El fragmento del poema de James Thomson abre el primer volumen del libro sobre la flora cubana.
Ceiba pentandra, Specimens of the plants and fruits of the island of Cuba (Nancy Anne Kingsbury Wollstonecraft, ¿1826?)

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