14.4.19

Quejas, excusas, paradojas, sonrisas, lágrimas

"El pensador sin paradoja es como el amante sin pasión"
Søren Kierkegaard

l tema de la lactancia materna/artificial en los años setenta fue paradigmático de lo que preocupa a Teresa Forcades y a tantos. Recuerdo la lluvia de regalos de Nestlé a los pediatras, y cómo promocionaban sus productos en África con el inconveniente de que eran eso, promociones, y que cuando a las madres se les retiraba la leche ya no había tampoco de la que ellos pretendían imponer. Igual que El Pobrecito Hablador (Mariano José de Larra) escribía en el siglo XIX que todo Madrid era un cementerio, ahora se puede decir que todo es una paradoja: la leche que se da y la que se compra, el independentismo en una sociedad donde sólo cuenta la cantidad y las muchedumbres, el Brexit para una potencia que tanto ha hecho por la mundialización de las finanzas.
Se manifestaron hace unos días en Madrid quienes llevaban por delante una pancarta donde se leía "La España vaciada" para referirse a la España rural, la España abandonada, interior, sin turismo ni perro que la ladre. Pero le concedemos más valor a un chip que a una naranja y el éxito se mide por clics. Las ciudades de todo el mundo se van concentrando en los litorales y son lugares ideales para el consumo, para votar y para todo género de experimentos sociales. Se fomenta el individualismo pero a nadie importamos (es un decir) y todo me recuerda un poco a lo que cuentan de la doma del caballo, que contrariamente a lo que se cuenta que hacían los indios norteamericanos, enloquece a las bestias porque se les somete cuando van a escape y se les educa con miedo. Son animales de proverbial nobleza y entran en una contradicción tan áspera que se les deja en un estado de agitación del que cuesta sacarlos.
España ha pasado de estar cerrada a cal y canto durante la dictadura franquista, y a ser país de emigrantes, a ser país (también) de acogida. Claramente no se drena bien la afluencia y es difícil que se integren las diferentes culturas. Ya se ha visto en Francia, donde nos llevan unos 30 años de ventaja y donde la banlieue resentida ha reaccionado a la segunda generación. Creo que muchos de los emigrantes y refugiados que llegan no se quedan, que aspiran ir a Alemania (cosa más que improbable). El español medio ve los contingentes que llegan desde África o, por decir algo, Georgia, como una amenaza al estado del bienestar y a los recursos públicos. Y no parece que nos haga falta mano de obra y menos de forma que no sea temporal y eso por días.
No sé si es leyenda urbana pero se dice que las familias magrebíes nos envían cada una un hijo, de forma parecida vamos a decir a cuando las familias "buenas" consagraban un hijo a la Iglesia. Les llaman, en la jerga sociosanitaria, MENAS (menores no acompañados). Estos adolescentes se reúnen, van a la última moda, salen en pandilla, no se les ocurre nada bueno, a veces realizan asaltos sexuales como hemos visto. Los he visto a muchos de ellos inhalar cola en los aledaños del metro cuando vuelvo a casa. Los institucionalizan para rehabilitarlos y educarlos pero al lado de eso -que cuesta mucho dinero y que a veces no funciona- tenemos el destartalamiento de la Sanidad pública y geriátricos muy justitos o habría que decir injustitos.
Asisto a las paradojas intentando que predomine la ecuanimidad y sin revolverme como que las pasa a los caballos en la doma, con aquel brío de quien quiere librarse de ser sometido bajo tanto desatino. Tampoco quisiera caer en lo que veo que tantos caen: las quejas y las excusas. Nada me parece más reprobable. Qué pesados quienes siempre se están quejando y excusándose.

Agnes Martin, Gratitude, 2001

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