28.9.19

"À mon seul désir"

e pregunta @furiabelga en Twitter: ¿Por qué pueden Lluís Llach y Antonio Baños circular libremente por el Palau como si de una estación de metro se tratara si no tienen cargo público ninguno? Y está clara la razón, lo que se señala es que ocurra algo así inadvertidamente, como si se nos diera por tontos. El titular de La Vanguardia también se las trae: La Generalitat cuelga una nueva pancarta en el balcón con la frase "Llibertat d'opinió i d'expressió". Si viviera @cchurruca no dejaría de decir que la Generalitat no cuelga nada y que hay demasiada prosopopeya en la prensa.
Naturalmente todo esto de Llach y Baños, el "diplomado en Periodismo", está hecho para la foto. No faltaba la camiseta con mensaje ("Rebrotem"). Las manifestaciones de ayer en paralelo con la campaña mediática de Greta Thunberg, también son prosopopeyez y mucha imagen a chorro. Que en el Festival de Cine de San Sebastián Penélope Cruz habla más de ambientalismo y de feminismo que de cine ya lo dice todo.
Estos días preparo un viaje a Roma para volver a ver la Villa Borghese y conocer el jardín del Palazzo Colonna y los jardines de la Villa d'Este y la Villa Adriana en Tívoli.  Leo el libro Jardinosofía de Santiago Beruete, una delicia. La lectura me obliga a repasar mis imágenes de los jardines que conozco y es el lenguaje el que aclara el valor de las eutopías y me sitúa ante los modelos medieval, renacentista y barroco, pero también sobre el significado del jardín hispanoárabe, el francés y el inglés. El lenguaje consigue ir más allá de la imagen, por rica que sea en estos casos, no porque condense lo que es evidente, sino porque le da una nueva dimensión a lo que ya parecía agotado en su magnificencia y en su misterio. Los jardines aúnan arte, ciencia y naturaleza, pero van más allá porque encierran el misterio de la vida y las imágenes del poder.
Sé que más adelante en la lectura tiene que aparecer el concepto de la ostentación, algo que también está presente en muchos jardines. El jardín era tanto en Roma como en la casa tradicional japonesa la parte más íntima y recóndita de la casa. En otros modelos culturales es la entrada, y por eso enmarca la propiedad y marca la perspectiva.
*
En un post reciente me referí a lo que yo creí que podía ser el convento de las salesas visitandinas de Horta. Me acerqué el día siguiente con la intención de hacer las fotos que no había encontrado en internet y debo decir que fue imposible obtener una sola imagen que pueda dar una idea de lo que la cerca que rodea el perímetro del convento encierra. Hice  6 capturas rodeando la propiedad y todo lo más que se puede advertir, desde el paso que salva la Ronda de Dalt hacia la carretera de Horta a Cerdanyola (BV-1415) es la torre del edificio central. Más que un hortus conclusus la sensación es de espesura, de ocultación y de encerramiento. Aunque es convento de clausura comparten alguna hora litúrgica y creo que hacen más actividades, pero la puerta es tan disuasoria como el resto del cercado formado por material de construcción, alambradas y mucha vegetación umbría y embrollada detrás de una barrera de cañizo y tuya. Es insalvable a todos los sentidos. 
Durante la Semana Trágica y en años posteriores hubo diversos ataques en las comunidades religiosas de Horta (si no me equivoco excepto los Combonianos y los Salesianos todos los conventos que hay son femeninos). Además del incendio del convento de las Dominicas y de la Iglesia de San Juan, en la Guerra Civil, está bien documentado el martirio de 9 mujeres (ocho de ellas monjas) en el convento de las Mínimas en julio de 1936, a manos de milicianos anticlericales. Digo manos pero creo que emplearon también los pies y otras partes de su cuerpo.
El Convento de las Mínimas está reconstruido y tiene la presencia típica de austeridad y orden de todas las construcciones de comunidades religiosas y militares, pero la puerta exterior está casi siempre abierta y se puede ver la entrada. Con todo y con eso yo creo que puede quedar más que un sentimiento traumático de los hechos de la Semana Trágica y de la Guerra Civil. Así que la explicación para la cerca inextricable de las visitandinas salesianas tiene que ser otra.
El deseo de ser visto, de imponer una estética o de hacer ostentación es algo tan presente en nuestra sociedad y en la civilización mediterránea que ya no nos vemos con claridad. Ya algo de eso había dicho San Agustín, de que todo cuanto puede ser visto con los ojos puede ser "obra del diablo". O algo así.
La imagen de hoy es la de un portón en el Pueblo Nuevo, en la calle Taulat tocando el cementerio. Está pintado con un trampantojo que muestra una puerta más pequeña y otra aún más pequeña que representa que es para los ratones de la casa. Esa puertecita tiene su caminito y su farola y hasta su letrero con el número 37. 

Calle Taulat, 37 (Poble Nou, Barcelona)

Detalle del trampantojo. Puerta para el ratón.

(c)SafeCreative *1909282037898 (2022: 2212172887275)

22.9.19

Post 1701: Las cuentas del pasado

Allò que és, ja va ser; i allò que ha de ser, ja és.
Déu demana comptes del passat.
(Biblia de Montserrat)

Lo que es, ya antes fue; lo que será, ya es.
Y Dios restaura lo pasado.
(Biblia de Jerusalén)

Ec. 3: 15

i bien los 20 años en Bellvitge transcurrieron despacio, los años en Vall d'Hebron transcurrieron rápidamente. El proceso de mis oposiciones empezó el 2003 y tomé posesión de mi plaza en abril de 2005. Empezamos tres mil quinientos y llegamos 85, con lo que hasta sobraron plazas, que quedaron desiertas, pero eso fue por la dificultad de las pruebas no porque se muriera nadie. Luego reprodujeron otra convocatoria para los de promoción interna que habían suspendido pero en vez de con 52 temas, con 20, y en vez de con 2 exámenes hicieron uno tipo test. Así que hay gente que tiene plaza de administrativo por un proceso que solo superaron 85 personas y gente que tiene plaza de administrativo por un concurso de méritos encubierto. A la vista de quienes suelen insultarnos con la palabra "funcionario" todos somos iguales, incluso los que son nombrados a dedo, a los que no les vamos a poner una estrella amarilla en el pecho para distinguirlos de los demás, claro está.
De mis años en el Hospital Vall d'Hebron poca cosa buena puedo decir, y eso con mucho esfuerzo. Creo que ahora se hace llamar Vall d'Hebron Campus, que parece inglés, de la misma manera que vemos en las escasas tiendas que quedan por las calles (Nails, Style, yo que sé). Aunque pensé que me destinarían a Documentación Clínica o su nombre equivalente, puesto que había adquirido los rudimentos para defenderme en la codificación de la lista de espera quirúrgica y de algunas plantas (cosa que no es nada fácil), me destinaron a la Dirección del Institut de Recerca. Obviamente no como directora porque la plaza que yo había sacado era de administrativa. 
Ya hemos dicho que es indistinguible el funcionario con plaza conseguida en un procedimiento público competitivo de un funcionario que coloca su tía o alguna de las viejas glorias de un hospital o un allegado de alguna ONG subvencionada por la Administración. Pues también es indistinguible un administrativo de un auxiliar administrativo. En el fondo no porque al auxiliar administrativo lo den por más de lo que es sino porque a todos nos consideran la misma chusma, dicho sea sin resquemor. Es así.
En la Dirección del VHIR estuve pocos días. Cuando se incorporó la segunda administrativa creo que un 8 de abril, Natàlia Tibau, ella se quedó allí y a mí me destinaron al Laboratori de Cardiologia Experimental, donde estuve hasta el año 2008 bajo las órdenes del Dr. David García-Dorado. Natàlia falleció hace 3 años, el Dr. García-Dorado falleció el pasado 17 o 18 de agosto cuando apenas se había jubilado. Durante esos años pude conocer al jefe de del Servicio de Cardiología, Jordi Soler Soler, porque aún estuvo dos años como emérito. Pero la jefatura salió bastante después a una convocatoria que el Dr. García-Dorado ganó supongo que por la afinidad del gerente, José Luis de Sancho.  Naturalmente la valía de mi jefe facilitaba su nombramiento, aunque yo siempre digo que mejor le hubiera ido como Director del VHIR que como Director del Área del Corazón, que es el cargo que ganó. 
Fueron años de mucho estrés, alternado con episodios de aburrimiento, que no sabe una que es peor. Fue conmigo todo lo bueno que él era capaz de ser (que no era poco) y yo trabajé para él todo cuanto soy capaz de trabajar. La única amargura es que a pesar de que yo lo veía prosperar a él y tal vez a otras personas, yo siempre seguía igual y todo lo más se me ofrecía alguna minuta, pero no está en mi manera de ser apreciar todo lo bien que tal vez se podría creer esos gestos. Lo que yo quería era una promoción interna por la circular 9/90 y así lo planteé. Creo que no lo tomó muy en serio porque hasta con el tiempo pude comprobar que se le había olvidado. Así que cuando me surgió la oportunidad me fui a trabajar a la Biblioteca, que al lado del Laboratorio era como un balneario.
Para mi sorpresa las bibliotecas médicas hospitalarias tal y como yo las había conocido en los noventa estaban en su decadencia, por lo menos a mis ojos. Estaba sola en el turno de tarde y aunque me mantuvieron la categoría de administrativa hacía alguna función de documentalista, sobre todo cuando el caso lo merecía o era necesario. Es decir que si quería podía hacer de menos o de más.  Como a mi exjefe, mejor me hubiera ido en el VHIR, por mi perfil para las bases de datos y el trabajo de gestión. Y porque no encontré en la biblioteca ni el personal ni los jefes adecuados para valorarme bien. En cuanto pude me pedí el traslado, no sin tener que pasar por un via crucis que sólo es concebible en una organización así, con una plantilla de 8000 o más. Para mi sorpresa hasta el departamentito de Riesgos Laborales tenía en sus funciones la perversión que lamentablemente siempre tenemos que lamentar en las unidades que dependen de los gerentes. En vez de ayudar contribuyen con los vicios del sistema. 
El Hospital no me gustaba nada, cada vez menos. Bajaba las 10 plantas que me separaban del pie de calle andando para infundirme la tranquilidad de que yo podía irme, no como los que allí tenían que pasar la noche. Los enfermos. Pedí cambio al Parc Rovira Virgili (Cirugía ambulatoria) como primera opción o al Programa Especial de Salud Internacional y Enfermedades Transmisibles, en el Raval, como segunda opción. En febrero del año pasado me fui al Raval y estoy feliz de estar allí, aunque acabe la jornada más que cansada. Son prácticamente unas Urgencias, como me previno la Dra. María Jesús Barberá, que es la coordinadora de la unidad de Enfermedades de transmisión sexual. Casualmente nos habíamos conocido en Bellvitge porque ella había hecho allí su MIR a finales de los ochenta. 
Los viernes llego tan cansada que ni puedo dormir. No olvidemos que soy una cincuentañera. Mi trabajo es prácticamente de atención al público en admisiones excepto algún día en que estoy al teléfono, en una línea que recibe casi tantas llamadas como todo el Hospital al que pertenecemos. La afluencia del público no solo es intensa sino que además es muy variada: niños y adultos, viajeros, emigrantes, trabajadores sexuales, gente sin hogar, personas que llevan una vida sexual muy variada, algunos casos truculentos también. Las personas que atendemos al público atendemos indistintamente a toda "la tropa" (por la famosa polivalencia de nuestro tiempo) y son perfiles muy distintos, como es fácil hacerse a la idea. Además hay que ir hablando en nuestros idiomas oficiales más el francés y el inglés. Por suerte tenemos mediadores culturales ya que hay que decir que ─por extraño que pudiera parecer─ hay emigrantes que llevan en Barcelona cinco años o más que no dicen ni "ola" ni "gracias" ni "adiós". La barrera idiomática muchas veces es insalvable y recibimos muchas personas indocumentadas, con problemas de salud mental severos o toxicomanías. 
Que mi trabajo no sea fácil me ayuda a hacérmelo más llevadero y espero resistir hasta mi jubilación sin más tropiezos.
El tiempo me ha dado la perspectiva para ver las trayectorias de muchos profesionales desde mi lado. El relevo generacional ha coincidido con la resaca del socialismo en el sector sanitario. Hace unos años la Sanidad era un bastión del Partit del Socialistes de Catalunya, pero en la actualidad el sector se diría que está más bien dominado por Esquerra Republicana (que previamente se había hecho fuerte en la Enseñanza) o repartido entre Esquerra Republicana y Junts per Catalunya. 
También habría que añadir que yo viví de lleno el advenimiento de las nuevas tecnologías mientras que hoy en día lo que hay es mucha Comunicación y marketing. No me extrañaría que por haber hubieran hasta bibliotecarias activistas. Mi desafección es absoluta, aunque cumplo lo que se espera de mí y por suerte encuentro la motivación en la satisfacción de los usuarios. Otra cosa no se me pide ni la tengo.


Mi primer usuario en la biblioteca del Hospital de Bellvitge fue el Dr. Antoni Martínez Amenós, nefrólogo. La última persona que atendí en la biblioteca del Hospital de la Vall d'Hebron fueron Antonio Macías, un médico colombiano que acababa su especialidad en Infecciosas y Eva, una técnica de Laboratorio que preparaba oposiciones. 

Cuando acabé la Primaria empecé a oír la palabra "Bellvitge" y para mí tenía una especial resonancia. Curiosamente fui a dar allí. Y aquellos años a veces miraba por la ventana y veía en la lejanía el Tibidabo, donde dicen que reside un volcán inactivo. El horizonte me calmaba. Los años que estuve en la biblioteca del Hospital Vall d'Hebron a la puesta de sol me asomaba a la terraza donde luce el letrero luminoso de la General. Y allí el sol erizaba con su último fulgor la cresta de la sierra. Si la tarde quedaba clara la luna podía reflejarse en el mar tras el hervidero de la ciudad. "Arde lo que será", es el verso de Aragon que asimiló el título de la novela de Juana Salabert, y me lo inspira el Eclesiastés.
He vuelto en el Raval al horario matinal intensivo, que me obliga a levantarme una hora antes de lo que me pide el cuerpo. Al salir me cruzo si voy por al Carrer Nou de la Rambla (antes Conde del Asalto) hacia la Plaça Sant Jaume con toda la turistada. Si voy hacia el Paral·lel me cruzo con los que allí viven o malviven: una mezcolanza de prostitutas, jóvenes tatuados y perforados, gente de Pakistán, del Magreb, africanos subsaharianos, filipinos, argentinos, MENAS aspirando cola, rumanas carteristas, toxicómanos y perroflautas y algún turista descarriado. Al final del día solo anhelo sentarme un ratito en mi terraza y tomar un poco el aire. 
Miro el macizo Vinson, una de las siete cumbres mundiales y me engaña el efecto ilusorio de que las nubes se deslizan en ese cielo azul, azul como el de mi infancia perdida.
El macizo Vinson (Antártida)

(c)SafeCreative *1909221986720 (2022: 2212172887275)

El post es continuación de Por no echar la soga tras el caldero (Primera parte), La jaula (Segunda parte) y El jardín de los senderos que se bifurcan (Tercera parte)., Tres manos (Cuarta parte).

21.9.19

Tres manos

l Director médico del Hospital de Bellvitge, que entonces aún era el Hospital Prínceps d'Espanya, me entrevistó la última semana de junio de 1985 y me incorporé de inmediato, el día siguiente. Estuve trabajando allí hasta marzo de 2005, cosa que suma unos 20 años que debo decir  transcurrieron despacio. Muy despacio.
Supe de la vacante en la Biblioteca porque en una reunión de la Coordinadora de Documentació Biomèdica de Catalunya (CDBC) se comentó la ausencia de Àngels Jubert, de la Biblioteca del Hospital de Bellvitge, y que la había cesado el director por desaveniencias. Para la tranquilidad de todos diré que para cuando yo me incorporé ella ya estaba trabajando en la Biblioteca del Ateneu Barcelonès y que interpuso denuncia por despido improcedente y la ganó. A mí se me citó en la Biblioteca, donde tenían que estar Teresa Pagès ─que estaba de prueba (no a prueba) pero que tenía plaza en una biblioteca de la Diputació de Barcelona─ y el Dr. Francesc Badrinas, que era internista y el secretario de la Comisión de Biblioteca. Cuando llegué aún no había llegado el Dr. Badrinas y Teresa me explicó que había estado trabajando aquel mes a puerta cerrada porque durante algunos meses la biblioteca había estado a cargo del celador, el cual guardaba las revistas consultadas donde había un hueco. Por aquel tiempo fácilmente se movían doscientos o trescientos números. Una colección de 300 títulos que el 1974 había empezado con 700, durante cosa de 5 meses o tal vez más se había usado lo normal pero se había "barajado" como para echar una inmensa mano del tute sin mirar ni título ni año ni nada. No hará falta decir que las colecciones de publicaciones periódicas se suelen guardar por orden alfabético y a su vez por orden cronológico. Aquello era un berenjenal.
Lo que  había hecho desistir a T.P. del puesto era que había recibido la visita del entonces jefe del Servicio de Nefrología, Jeroni Alsina, quien exigió usar la Biblioteca aunque estaba oficialmente cerrada al público. Ganó él y esto disuadió a T.P. de seguir allí, donde su criterio no era considerado y prevalecían cuestiones de poder. Y creo que hizo muy bien. La volví a ver al cabo de unos años en un congreso y estaba estupendamente. Como bibliotecaria en la Diputación contaba con jefes bibliotecarios más predispuestos a entenderla y apoyarla, y el trabajo en Bellvitge era de una gran soledad, como el del cura de Els sots feréstecs (Raimon Casellas, 1901), alguien dispuesto a darlo todo por adecentar y racionalizar algo en lo que nadie va a ayudarlo.
Cuando llegó el Dr. Badrinas para acompañarme ante el despacho del Director, en camino me puso al caso del fuerte temperamento del Dr. Capdevila, aunque yo ya iba prevenida de la reunión de la CDBC. De nuestra entrevista lo único que recuerdo es que me preguntó literalmente "Quants metges es toreja?" (¿Cuántos medicos se torea?). No me pareció que estuviera aludiendo al color de mi conjunto, que era rojo, porque eso hubiera sido intolerable. Me pareció que se refería al altercado de T.P. con Jeroni Alsina. Mi respuesta le gustó. Le dije "No sabía que venía aquí a torear", frase que tanto pasaba por ingenua, como por audaz, como por modesta. Como todo el mundo que conoció al Dr. Capdevila sabría, me estaba probando, estaba jugando a valorar mi firmeza y mi asertividad. Eso le divertía.
El año 1989 el Dr. Josep Mª Capdevila se vio envuelto en el caso de la contaminación por VIH y tuvo que dejar el cargo, pero siguió como Jefe de Servicio de Angiología y Cirugía Vascular. Cuando se jubiló preparó un libro sobre el Hospital, que era algo a medio camino entre la memoria corporativa, la comunicación y un producto que de lejos se podría contemplar como algo remotamente parecido a una cosa que tuviera algo que ver con la historia de una institución. Fue como un "Hola", en el mejor de los casos, de una organización que es mucho más compleja de lo que parece. Ese libro, Anatomía de un hospital (2009) y el de los 25 años del Hospital de Bellvitge (1997) hiperilustrado por Toni Soriano, creo que es lo único que hay para documentar la vida de la institución (además del archivo administrativo si existe). En ellos encontramos algún material aprovechable, pero ni siquiera podemos decir en su favor que el foco esté sesgado. Lamento tener que afirmar que lo que se ha hecho es sobre todo injusto y espero que no fuera al menos un despilfarro.
En la época en que Toni Soriano colaboró muchísimo con nuestro Hospital, creo que cuando se abrió el Hospital Oncológico, o cuando se produjo su salto a la excelencia en algunos cuidados, yo estaba interesada por los oficios y profesiones. Es decir, de la misma manera que había habido baldosas que representaban de forma muy convencional y gremial los oficios tradicionales, yo veía la necesidad de levantar acta de los diversos oficios que se reúnen en un hospital. Por aquel entonces había un tapicero (que entre otras cosas ayudaba a los ortopedistas), peluqueros, costureras, lavanderas, pinches de cocina, cocineros y hasta una servidora además de un capellan. Con el tiempo se invirtió la pirámide y fue aumentando la cúspide y desmoronándose la base. A través de la externalización famosa, por ejemplo.
Los cuatro años que trabajé bajo la dirección del Dr. Capdevila no fueron mal, e incluso me confió el servicio de teledocumentación, algo que precedió la web 2.0 a través del servicio X25 y X28 de Telefónica y que apenas se ofrecía en unas diez bibliotecas barcelonesas. Aunque en su libro ignoró totalmente la Biblioteca y "mi persona" (como diría nuestro presidente del Gobierno de España), yo puedo decir a su favor que para el mal llevar que tenía hizo cosas buenas para el Hospital y entre las que yo recuerdo no es la menor el haber creado un servicio de Informática que fue el embrión del que luego asumió el Institut Català de la Salut. El año 1986 solo había 3 o 4 ordenadores en el Hospital.
El año 1990, en coincidencia con mi debacle personal propia, se firmó un acuerdo con la Universidad de Barcelona que si seguimos la prensa del momento fue algo pero que si dijéramos otras personas cómo fue sería otra cosa. Yo iba también en este paso prevenida porque por aquel entonces merendaba en la Orxateria Valenciana, cuando aún estaba en Aribau con Gran Via. Es decir, que se sentaron a mi lado dos gerifaltes de la cercana Universidad de Barcelona (UB) y se pusieron a hablar libremente en la barra de como iba el desembarco. 
Me vinieron a ver consecutivamente durante aquel proceso los dos subdirectores de Docencia y me explicaban sopars de duro (trolas), a medias palabras más que a palabras y media, pero que me asquearon bastante. Naturalmente no sabían que yo sabía algo que ellos no sabían y que yo sabía que no lo sabían. Al sentir de algunos médicos aquello solo sirvió para conseguir cinco cátedras y algunas plazas de profesor asociado, pero el trato fue muy desigual por decirlo de una forma políticamente correcta. Por aquel entonces era rector de la UB Josep Mª Bricall y yo tenía en mi mesa un pitufo romano con un letrero que le añadí en la lanza donde se leía "Bricalliarium adete domum" o algo así. El Prof. Isidre Ferrer Abizanda no solo lo vio, por pequeño que era, sino que lo tuvo en las manos y se lo pasaba de una a otra mientras yo lo escuchaba como bien podía un día que me vino a ver.
A mí se me ofreció un interinaje para la "nueva biblioteca", por surrogar el que ya disfrutaba. Guardo en casa la oferta que rechacé por la sencilla razón de que conocía al personal y a la jefatura de bibliotecas de la UB y me parecía peor que la soledad de que hablé antes.
La Biblioteca fue traspasada a la UB y mi celador (Francisco Fernández Cruz) se jubiló mientras que yo pasé en febrero de 1991 a otra fase de mi vida laboral: tras pasar un breve período de tiempo con el equipo del Dr. Xavier Pintó y aún menos con el de la Dra. Concepció Fiol, fui a dar al Arxiu y el año 2000 me promocionaron a la sección de Documentació Mèdica.
El año 1991 había tenido pues una segunda oportunidad para caer en una universidad, con lo que representaba de posibilidades de escalar en la "jerarquía" bibliotecaria y con todos los recursos con los que cuentan, cosa inconcebible en el medio hospitalario. La docencia universitaria de grado y de postgrado afecta en la ahora Ciudad Sanitaria a unos 4000 alumnos. Al jefe de bibliotecas de Ciencias de la Salud de aquel entonces (Josep Casals Net), cuando rechacé el interinaje que me ofrecían, lo confinaron pasado el trance del desembarco de la UB en la Reserva del edificio histórico, el de la Plaza Universidad. Era bibliotecario y licenciado en Medicina, pero sin habilidades sociales. Creo que ahora trabaja en la Sección de Manuscritos de la Biblioteca de Cataluña y que ese puesto es más adecuado para él.
Podría explicar muchas cosas, es decir que podría explicar pocas cosas. De mi parte solo diré que por aquellos años los bibliotecarios nos reuníamos fuera del horario laboral, muchas veces a las 7 de la tarde. Para poder usar el servicio X28 mencionado y acceder a las bases de datos bibliográficas médicas a través de Dialog y DIMDI era necesario aprender sus lenguajes de interrogación. No habían menús y ventanitas, sino que habían órdenes rígidas y una sintaxis poco intuitiva generalmente en inglés y muy poco amigable. Excuso decir que los manuales del host estadounidense (Dialog) y el alemán (DIMDI) eran en inglés. Los de DIMDI ocupaban metro y medio lineal.
Me interesa más rellenar este episodio de la cuarta entrega de las memorias de una mujer trabajadora a Enric Gispert y Francisco Fernández Cruz, los celadores que trabajaron conmigo entre 1985 y 1991.
La jornada de Enric se desarrollaba básicamente haciendo fotocopias, porque en aquel tiempo los médicos tenían que obtenerlas si querían leer fuera de la sala de lectura las revistas. Les costaba 5 pesetas cada fotocopia. Se pagaban por adelantado. Enric se ocupaba de cobrarlas, hacerlas y contabilizar. El dinero se entregaba a nuestro Administrador, Antoni Martín, que luego lo usaba como "maniobras". Enric estaba muy orgulloso de que su trabajo se convirtiera, vamos a decir, en dinero. A veces con una mirada nos poníamos de acuerdo para adelantar un trabajo, en menos ocasiones nos mirábamos para atrasarlo. Pero es digno de señalar lo bien compenetrados que estábamos. 
La fotocopiadora estaba en un anexo pequeño que tenía un mostrador y sobre el mostrador una puerta de guillotina. Infinidad de veces habíamos pedido que aseguraran el mecanismo de fijación cuando la subíamos, porque pesaba mucho y eran dos pasadores pequeños. Si pesaría que yo no era capaz de levantarla, porque era de conglomerado de madera. Un día Enric pegó un golpe sobre el mostrador para grapar y la puerta le cayó sobre la cabeza. No se hirió aparentemente pero a partir de de aquel día, cuando apareció un hematoma subdural y al mismo tiempo que desapareció su historia clínica, las cosas empezaron a cambiar para mí. Vinieron a arreglar la puerta de guillotina, Enric cayó en una depresión, cogió la baja, lo suplió un celador alcohólico que robaba el dinero, etcétera. Cuando Enric regresó, por poco tiempo porque ya se jubilaba, ya teníamos una máquina que no requería contabilizar nada. La fotocopiadora funcionaba con monedas o un cartucho nuestro, pero él seguía haciendo las fotocopias para quienes no querían el autoservicio. Al poco tiempo de jubilarse falleció.
Estuve unos meses sin celador hasta que se incorporó Francisco. Me telefoneó mi jefe para avisarme de que se incorporaba y de que tenía un pequeño defecto. Mi jefe era cojo de una pierna, y el jefecillo de la otra, de esas cojeras con zapato adaptado para salvar un desnivel grande. Así que cuando mi dijo que le faltaba una mano fui pronta a responderle que era mejor que le faltara una mano a que tuviera una de más.
Cuando Francisco entró por la puerta con el segundo jefe vi que la mano que le faltaba era la derecha. Cuando nos quedamos solos le pregunté qué podía hacer y me dijo que todo. Había trabajado en la Cocina. Tenía ya casi 60 años y había perdido la mano siendo auxiliar de Farmacia a los 45, pero había aprendido a hacer todo. Excepto cortarse las uñas de la mano izquierda, todo lo hacía solo. Y era cierto. De hecho, por inadvertencia mía cuando fui a darle las llaves del reino le entregué por separado el aro y Francisco con ayuda de su muñón las colocó en un periquete. Muy buena persona y muy trabajador. Era fácil apreciarlo. 
Tengo muy buenos recuerdos de Bellvitge, sobre todo porque al final solo quedan los buenos recuerdos y nunca los disgustos. Cuando saqué mis oposiciones podía haberme quedado allí pero ya todo el mundo que yo había tratado más se jubilaba y los nuevos se quedaban poco tiempo, sin permitir que hubiera una red humana interesante (no tanto interesada).
Como el Lazarillo de Tormes, tuve muchos jefes. No conozco a nadie que haya tenido tantos. De todos aprendí y agradezco haber podido moverme en diferentes ámbitos para tener la visión poliédrica que da conocer la docencia, la investigación, la asistencia y la gestión, y la oportunidad de tratar con los profesionales de las infraestructuras, la limpieza y la seguridad. Bien es verdad que el hospital como organización compleja a veces la hacemos más compleja de lo que debería ser, sea por la grasa o por la política mal entendida, pero  yo no podría (después de Bellvitge) haber ido a parar a una organización más pequeña. De hecho me fui al Hospital Vall d'Hebron, que es más grande.

Foto de David Airob
El post es continuación de Por no echar la soga tras el caldero (Primera parte), La jaula (Segunda parte) y El jardín de los senderos que se bifurcan (Tercera parte). Sigue en Las cuentas del pasado (Quinta parte).

(c)SafeCreative *1909211979299 (2022: 2212172887275)

20.9.19

Mi norte


on trabajo soy capaz de interpretar un mapa, con trabajo y no con la facilidad que tienen muchas personas para situarse en él y saber por donde ir. Puedo decir en mi favor que si me dejo llevar y sigo mi instinto en cualquier ciudad casi siempre acabo encontrando el barrio rojo o de más animación de comercio sexual. Supongo que no tiene ningún mérito y que más allá del urbanismo las ciudades viejas guardan una lógica vamos a decir "natural", de la misma manera que los ríos siguen su curso y no llueve hacia arriba. En Barcelona me oriento por el Tibidabo, que es visible desde muchos sitios, o por costumbre. En otras ciudades fijo unos puntos imaginarios y me muevo por esas referencias, de la misma manera que tengo entendido que se basa la robótica quirúrgica, aunque más sofisticadamente que la mía. Por lo demás, ahorro más explicaciones si digo que aunque no soy dada a la limosna ni a llevar el peso de nadie (bastante me cuesta cargar con los míos), siempre estoy dispuesta a dar las señas y a, si conviene, acompañar a quien no encuentra su camino.
Hace unos días encontré un mapa de Roma precioso. Casualmente días atrás pensaba en lo mucho que me gustaría conseguir un mapa de Roma de la época tipográfica precedente a esto de ahora. Y lo encontré en el transbordo del metro de Sagrada Familia, en un puesto de Llibre Solidari. Iba dentro de una guía de Bonechi Editore  que costó 1 euro. Aunque la guía es del año 1971 (a pesar de que consulto la Wikipedia italiana hoy y se dice que la editorial se fundó el 1973), el mapa es de 1957. 
La grafía del mapa me recordó la del historietista Marino Benejam, del TBO, que además de una etapa de Los inventos, también es el autor de las tiras sobre la familia Ulises. El trazado tiene como se puede ver en la imagen que he tomado un efecto tridimensional, que no sé si se consigue por la perspectiva del dibujo o por los dibujos de algunos de los edificios principales de Roma. Se dirá que la Piazza Essedra es actualmente la Piazza della Repubblica, porque también Roma ha sucumbido a la tontería redenominadora municipal. El nombre original remite a la exedra, un tipo de elemento arquitectónico no exento de encanto y tradición. Pero está claro que Roma, como capital de Italia, tenía que tener un símbolo de su gobierno.
El mapa que tanto me gusta no digo que no tenga sus fallos o debilidades, pero comparado con otros mapas más modernos, lo prefiero. ¿Porqué? Porque es más claro a mis ojos, me sitúo en un momento aunque no sepa decir la razón.  El mapa que tengo de Roma actual (de una guía de la colección que suelo usar para todas las ciudades por lo manejable que es), está para mi desconcierto al revés. La ciudad queda a la izquierda del Tíber, cuando en la mayoría de los mapas que he visionado en internet, el Tíber queda a la izquierda. Estoy muy desconcertada porque en realidad con el Tíber a la izquierda (si se me permite esta expresión de candidez geográfica), el norte queda donde tiene que quedar, mientras que en otros mapas que tienen el Tiber a la derecha (porque están invertidos) los puntos cardinales están al revés. 
En París, la última vez que fui, tuve problemas por el GPS porque veía la ciudad como a través de un espejo. Hasta que me di cuenta de que ese era el problema, cosa que me llevó poco tiempo pero mucho trastorno, estuve en un estado de confusión insoportable. No fue menor mi sensación de desasosiego cuando supe que el Tibidabo es un volcán inactivo.
Tengo la sensación de que de volver a Roma, que seguro que volveré si puedo, iré o sin mapa o con el mapa florentino de 1957. Lo que importa es situarse un poco.

Fragmento de mapa de Roma de Bonechi Editore (Florencia, 1957)

Un mapa equivalente moderno con el norte opuesto al del mapa anterior

Historieta de Benajam en el TBO (clicar para magnificar)

(c)SafeCreative *1909201974914 (2022: 2212172887275)

15.9.19

El jardín de los senderos que se bifurcan

Esa noche visitamos la Biblioteca Nacional. En vano
fatigamos atlas, catálogos, anuarios de sociedades 
geográficas,
memorias de viajeros e historiadores: nadie
había estado nunca
 en Uqbar. El
índice general de la enciclopediaç
 de Bioy tampoco
registraba ese nombre. Al día siguiente, Carlos Mastronardi
 (a quien yo había referido
 el asunto) advirtió en una librería
 de Corrientes y Talcahuano
 los negros y dorados lomos de la Angloamerican Encyclopaedia...
Entro e interrogó el
   volumen XXVI.
Naturalmente, no dio con el menor indicio de Uqbar.

Jorge Luis Borges, Ficciones

e doy cuenta de que todos vamos muy condicionados por los oficios y las profesiones e incluso nos da una cierta seguridad, pero que todo es una entelequia. Como el mundo del trabajo está regulado y hay puestos que requieren una formación y una habilitación, lo de la seguridad a veces se convierte en inseguridad, otras decoro, otras en vanidad, otras en corporativismo y a veces hasta en monopolio, etc. Siguiendo con las memorias de una mujer trabajadora, diría que además de la vocación-aptitud y lo de la seguridad lo tercero que determina el desarrollo de cada cual es tener claro si se puede trabajar por cuenta ajena y si se sirve para mandar o para que a uno le manden. Sin embargo las posibilidades son tantas que la única realidad que me parece al final inaceptable es la que no admite cambios o la que impide cualquier movimiento. En general aconsejo que nadie se meta de donde no se pueda salir. 
Se suele decir que la satisfacción de las personas depende de ver colmado su deseo de ser útiles, pero no es menos cierto que es imposible el bienestar en un empleo en el que no hay una pequeña parte de creatividad, un resquicio de libertad, algo de criterio. Las relaciones laborales sabemos que funcionan bien o mal, más o menos, entre categorías, dentro de la misma categoría y en la comunicación con los "clientes" internos y externos. Hay gente que se lleva más o menos bien con todo el mundo, otra que sólo se lleva bien con los jefes, otra con los clientes, etc. Aunque todos podemos evolucionar y rectificar es útil saber cómo es cada cual.
Cuando me decidí por el oficio de bibliotecaria-documentalista no sabía que se ejercía sobre todo por cuenta ajena y en el sector público. La emprendeduría solo se empezó a desarrollar con las asesorías y peritajes, los servicios de difusión de información selectiva o después con la reputación digital. Los que se dedican a la docencia y a la formación continuada y quienes se dedican a la investigación o a los negocios (tanto de productos como de servicios) yo creo que son una pequeña parte de la tropa. Merecería atención aparte el exbibliotecario que lo mismo te hace una asesoría que una clase que un tuit o un artículo y se mueve entre el sector público y el privado con total libertad, pero en mis memorias nada más hablo de mí.
Tampoco sabía cuando elegí mi oficio que la mayor parte de mis colegas prefieren el trabajo llamado interno y que dejan para los auxiliares el trato con el público. Esa segregación se hizo más deseada con el advenimiento de las nuevas tecnologías, que en nuestro ámbito se produjo en los ochenta y con pantallas de fósforo. Yo había leído en algún artículo que en Estados Unidos recomendaban alternar por ejemplo la catalogación y el mostrador para que los catalogadores no se despegaran tanto de la realidad ni se apegaran tanto a sus normas, y para que los referencistas se empaparan de la forma de ver las cosas por parte de los indexadores. Ese intercambio de roles es muy refrescante y pienso que previene de los vicios de la costumbre. Sin embargo, en nuestro país ponemos a los que están menos preparados cara al público y parece que estar detrás de una puerta en el típico despacho con la mesita redonda y la rectangular imprime prestigio y categoría.
Si alguna vez disfruté como documentalista fue gracias al trato con el público, incluso al teléfono, medio que exige paciencia y perspicacia. Sin saberlo mi posición era de apomediaria, más que de intermediaria. Es decir, además de que me gustaba el trato con el público yo me sentaba del mismo lado que el público que atendía. Codo con codo. 
Al acabar los estudios de Biblioteconomía y Documentación estuve haciendo una beca en la Biblioteca Cambó del Hospital de Sant Pau gracias a Carmen Larrucea y Roser Cruells. Había hecho en el biblioteca médica las prácticas de la carrera y aunque Roser estuvo aquel mes en Londres en otra biblioteca, lo poquito que la pude tratar fue el principio de nuestra amistad.  Pocos saben que el hospital tiene su origen el año 1401 pero como el resultado de la fusión de otros hospitales, por lo que su documentación es en gran parte administrativa y mucha desde la Baja Edad Media. Pude simultanear ese trabajito de unas 15 horas a la semana con otro parecido en la Biblioteca del Col·legi Oficial de Odontòlegs i Estomatòlegs. En 1985 hicieron jefa de personal a una secretaria que no tenía mucha simpatía por las bibliotecarias. Una de sus primeras acciones fue proponer que yo hiciera una jornada completa. Intuí que aquella jornada iba a ser algo que ella iba a decidir cómo completar. Les comuniqué que dejaba el trabajo. Por aquel entonces no era difícil encontrar un puesto de lo mío, y providencialmente me enteré la misma semana de que habían cesado a la bibliotecaria del Hospital de Bellvitge por desavenencia con su Director. El mismo día en que fui a entrevistarme con el Dr. Josep Maria Capdevila me telefonearon del Servei de Biblioteques de la Universitat Autònoma de Barcelona para una incorporación inmediata. Tuve que decidir en apenas un par de horas si me iba al Hospital o la Universidad. 
En aquel tiempo era una excursión tanto acercarse a Bellaterra como ir a Bellvitge. No llegaba el metro y yo no tenía carnet de conducir ni intenciones de sacarlo. Tanto Bellaterra como Bellvitge eran un barrizal en cuanto caían unas gotas, eran terrenos apenas urbanizados. Llegar a Bellvitge me suponía cosa de hora y media por lo menos. A veces se podía complicar la vuelta por culpa de las salidas de los colegios y de los trabajos y en vez de hora y media tardaba dos horas y media. Salía de mi casa a las 6 y llegaba a las 8, para que luego digan de los "funcionarios". 
La llegada del final de la línea roja representó una mejora descomunal y hasta pude volver a reemprender mi carrera de Filología. Solo diré que era mejor ir andando media hora hasta la parada de Just Oliveras que atravesar la autovía y coger el autobús de Sant Cosme. La autovía tenía un tramo por túnel muy peligroso (violaciones) y luego había que salvar el último tramo a pelo. A veces encontrabas alguna mujer esperando al pie del túnel para pasarlo acompañada. Cuando llovía se anegaba y sólo podíamos pasarlo porque habían cascotes y basura y a saltos podías cubrir en seco el recorrido. El autobús de Sant Cosme era como los pimientos de Padrón, unas veces paraba y otras no. Era muy desesperante ver caer la noche en la carretera y que no parara. Alguna vez estuve a un tris de pararlo con mi propio cuerpo.
Recuerdo que cuando ya estaba abierto el Hospital Duran y Reynals, que en realidad era en su mayor parte (lo poquito que tenía en funcionamiento) oncológico, presencié un par de atropellos mortales. En el segundo les advertí de que tenían que llevar a la señora a Bellvitge, aunque estaba del otro lado de la autovía, pero como les pareció que el Duran estaba más cerca la llevaron allí perdiendo en realidad un tiempo precioso. En el Duran no había ni hay urgencias.
Cuando la gente se queja porque tiene que coger el metro para ir a trabajar o de que los funcionarios tienen un horario que es la leche me da la risa. Por ir acabando con esta tercera parte concluyo diciendo que lo que me decidió por Bellvitge y me hizo desistir de Bellaterra fue literalmente mi deseo de estar más cerca de la realidad. Me parecía que el mundo académico era un mundo más cerrado, más uniforme, más jerárquico y más estático. No vi la manera de poder probar los dos caminos. Eso es terrrible.
Es curioso porque lo primero que me viene a la memoria cuando me acuerdo del Hospital de Sant Pau (el modernista) es el túnel. Cuando me acuerdo del Col·legi Oficial de Odontòlegs i Estomatòlegs son las campanas de la vecina Catedral. Y de Bellvitge me acuerdo de una imagen que ha desaparecido de internet prácticamente. Casi al final de mi jornada (9:00-17:30) había siempre un rebaño de ovejas paciendo en lo que a partir de las Olimpiadas sería el Poliesportiu Municipal de Bellvitge Sergio Manzano. Desde mi ventana las veía cada tarde. Ya entonces era una estampa insólita. En la foto que he encontrado hoy no sin dificultad advierto que hay ovejas y cabras. Lo que yo recordaba eran ovejas y en rebaño, paciendo como si no hubiera mañana.
Katherine Hepburn en su papel de bibliotecaria referencista (Set desk, 1957)

Kirsten Vangsness en su papel de Penélope García, técnica analista en la serie Criminal Minds (2005-)

El post es continuación de Por no echar la soga tras el caldero (Primera parte) y La jaula (Segunda parte). Continúa como Tres manos (Cuarta Parte) y y Las cuentas del pasado (Quinta y última parte).

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13.9.19

Post 1697: La jaula

Sólo de lo negado canta el hombre,
sólo de lo perdido,
sólo de la añoranza,
siempre de lo mismo.

Cuando cerró para siempre el huerto
la cancela de espinos,
entonces inventó la queja de la lira,
la flauta del suspiro.

Y desde entonces sólo canta
en su torre el cautivo,
a su rueca la esclava,
el desterrado en el navío.

De la jaula aletea y sangra
el pájaro desconocido;
salir quiere y no puede:
su jaula es él mismo.

Y por eso el minero canta,
por un sol de oro limpio;
canta el pobre, la pena canta;
no canta el rico.

Entre las piernas de la amiga,
vida busca el amigo,
y se encuentra con un tesoro,
de verdes ojos fríos.

Y así es como canta el hombre,
por su niño antiguo,
y la boca sin pan y sin besos
y el cielo vacío:

siempre de la añoranza, de lo negado,
de lo perdido;
siempre de lo de otro,
nunca de lo mío.

Agustín García Calvo (Canciones y soliloquios)


o es raro que muchos dichos de Jesús de Nazaret nos lleguen fuera de contexto o incompletos, y así todo el mundo conoce aquello de "Nadie es profeta en su tierra", muy pocos saben que la frase es del Evangelio y menos aún son quienes saben que en realidad lo que dijo el Salvador fue que "Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio". En mi segunda entrega de las memorias de una mujer trabajadora puedo empezar diciendo que pronto empecé a caminar sola y sin el apoyo de nadie. Alguna vez algún profesor durante mis estudios secundarios y en la Universidad apreció mi valía, también algún amigo y alguno de los numerosos jefes que he llegado a tener, pero ese hecho ha sido tan excepcional que he tenido que aprender a andar con paso firme sin contar con la aprobación de los demás.
Con los años (hace poco en realidad) mi madre admitió que aunque estaba contenta con mi progreso en primaria no me decía nada por educarme en la modestia y porque otras madres tenían hijos e hijas más torpes aún que yo que podían molestarse o frustrarse si ella se mostraba orgullosa de mis pequeños logros.
Uno de los castigos con que nos infligían en la escuela primaria era imponernos unas divisiones monstruosas. Cuando mi cerebro entraba en un estado de colapso lamentable ante esa tarea mortificante mi padre se compadecía de mí, porque tenía tan mal genio como buen corazón. Cortaba un gran pedazo de papel de estraza y hacíamos juntos la división sobre el suelo del comedor. El resultado respondía a la prueba del nueve y eso me producía un alivio indecible. Creo que en el fondo ese suplicio absurdo para su portentoso hemisferio derecho era poco menos que un jueguecillo y no vería la manera de eludirlo sin infringir el orden. Los innumerables castigos que recibí entre los años de aprendizaje infantil no consiguieron doblegarme y si es cierto que tampoco me provocaron resentimiento alguno también es verdad que no me convencieron. A cada castigo perdían cada vez más crédito ante mis ojos, hasta que llegó un día que directamente me negué a obedecer y, para mi propia sorpresa, ahí se acabaron los castigos y supongo que mi niñez.
Es inevitable hablar en esta segunda entrega de la vocación. Claro está que la vocación es una entelequia y que más bien habría que hablar de aspiraciones y las aptitudes de cada cual, a veces divergentes y hasta quiméricas. En mi caso he sentido siempre atracción por casi todo. En el deporte era más que buena en atletismo y no tanto en las actividades de equipo, pero sin embargo no me gusta competir ni ganando. Aún hoy cuando soy testigo de los triunfos de Rafael Nadal o Lionel Messi y de la merecida admiración que despiertan, soy consciente del desdén que me inspira esa concepción épica de los certámenes y los campeonatos. Nada me conmueve de lo que se dirime sobre un campo o una pista o una extensión acuática o una montaña altísima, me dejan indiferente las proezas de unos y otros, su sobreesfuerzo, y ya no digamos la babosa conclusión "somos los mejores".
Con apenas cuatro años pedí un piano. Prometo por la salud de mi canario que no tengo la menor idea de donde saqué esa idea disparatada porque aunque en mi familia convivían tres generaciones de amantes de la música, lo más parecido que teníamos a un piano era el pick-up, donde sonaban Adamo, Carlos Gardel, Engelbert Huperdinck, Frank Sinatra, Joan Manuel Serrat, Raphael y Los tres sudamericanos además de los popurrís navideños y poco más. Tampoco he entendido nunca la afición que le teníamos mi hermano José María y yo al taconeo. Nadie se acuerda de "Romero y su tocadiscos flamenco", un programa de radio que se emitía los sábados por la mañana y donde me quedaba fascinada especialmente con los fandangos de Huelva. También tenían un pick-up los vecinos de los bajos, que eran extremeños y muy aficionados a Juanito Valderrama. Y por aquel entonces las mujeres del bloque lavaban a mano y cantaban. Había una que cantaba especialmente bien y yo creo que lavaba para cantar más que cantar para lavar. Por aquel entonces nadie tenía lavadora automática y las mujeres que no retorcían bien la ropa y la escurrían a peso recibían la protesta de las vecinas que vivían más abajo porque les mojaba y hasta teñía la ropa propia. Ahí empecé a aprender insultos muy hirientes tipo "guarra" y "será posible la tía". 
Con la Agrupació Escolta Marie Curie aprendí el consabido repertorio de "cançons de món" (desde Oh Sari Mares o La Vall del Riu Vermell o Falgueres prop del riu, que en realidad era sobre azafranes) y muchos espirituales negros y folk. Las canciones y jitanjáforas que cantábamos en la calle en el juego de gomas o de picar manos o de la comba eran muy variadas dado que las niñas y los niños del barrio procedíamos de todas las partes de España. 
Pronto supe que mi educación estaba orientada a superar los estudios ordinarios y a no salirse de los que la realidad nos imponía en nuestra clase social. Tenía una caja de las fichas del parchís que era de madera y tenía un separador para dividir los cubiletes, fichas y dados. Con esa caja y unas gomas del pollo me hice una guitarra o algo así. No sonaba tan mal. Habrá que aclarar que por aquel entonces los pollos en las tiendas se exponían muertos, decapitados, no refrigerados y recogidos sus cuartos traseros por una goma elástica.
Mi amor por los árboles y por la madera es tan grande que en cuanto tuve ocasión hice por incorporarme a una iniciación de FP (Formación Profesional) a la carpintería. Lo que no me esperaba y supuso un chasco es que me dijeran que era para chicos. Por aquel entonces yo ya sabía que la discriminación de las mujeres era algo con lo que había que vivir, pero esa fue la primera vez que me vi excluida por mi condición femenina y ahora me pregunto la de veces que las mujeres nos habremos autoexcluido incluso cuando la discriminación no se hace explícita o patente.
Pero no hay pena, en mí, como en un pozo sin fondo a lo mejor no había vocación, ni aspiraciones, ni aptitudes, ni el apoyo de la familia, pero siempre hubo una inagotable pasión por la vida y todo lo que se me negaba no hacía más que abrirme puertas a todo cuanto se afirma y se abre camino más allá de lo establecido y de la jaula propia. Por eso la foto de hoy está cargada de herramientas, que no son de un taller de carpintería sino del almacén de materiales Hache. Porque de alguna manera tengo mi tallercito y muchos arreglos de la casa soy capaz de hacerlos.


El post es continuación de Por no echar la soga tras el caldero (Primera parte) y continua en El jardín de los senderos que se bifurcan (Tercera parte), Tres manos (Cuarta parte) y y Las cuentas del pasado (Quinta y última parte).

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11.9.19

Por no echar la soga tras el caldero

"Por no echar la soga tras el caldero, la triste se
 esforzó y cumplió la sentencia. Y, por evitar peligro y
 quitarse de malas lenguas, se fue a servir
 a los que al presente vivían en el mesón
 de la Solana; y allí, padeciendo mil
 importunidades, se acabó de criar mi hermanico
 hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen
 mozuelo, que iba a los huéspedes 
por vino y candelas y por lo demás que me mandaban."
La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades

o sé si ahora se lee en secundaria, como sí se leía en mi juventud como "lectura obligatoria", el Lazarillo. Es un libro tan admirable que cuesta aceptar que podamos admitir como literarios otros textos que no tienen ni la mitad de la mitad de la mitad de la mitad de su valor. Por lo demás yo vuelvo a este clásico y a otros cuando quiero templar mi español, volver las preposiciones a su régimen y darme un baño de un castellano más puro que el que puedo disfrutar en los medios ("mediocres" se tendrían que llamar) y el que dictan instituciones tan papanatistas y odiosas como Fundéu. Para justificar estas palabras sólo diré, porque no quiero apartarme del tema del post, que es Fundéu quien por ejemplo ha entronizado el uso de "olor de multitudes" por "loor de multitudes" y eso por dar gusto a quien lo tergiversaba desde ya hace años y por confundirlo con el "olor de santidad".
Pero lo que me trae hoy aquí es el recuerdo de mis propios trabajos, que como los del de Tormes no fueron pocos. Lo primero que sabemos de Lázaro al principio de la novela autobiográfica es que nació en el río Tormes y que era hijo de Tomé González y de Antona Pérez. Lejos de remedar otros textos (bíblicos o épicos), esa genealogía nos lo sitúa de una vez en un nacimiento muy humilde, pobrísimo, y consciente de lo mucho que marca la familia que nos trae al mundo. Sigo el ejemplo de Lázaro y digo que soy hija de José Domínguez Fernández (1924-2008) y Corona Senra Marcote (1934), emigrantes gallegos de Betanzos y Fisterra. Mis abuelos eran marineros, el paterno estuvo de estibador en los muelles de Nueva York más de 30 años, casó por poderes e iba y venía cada dos años más o menos. Mi abuelo materno solo salió de Fisterra para ir a la guerra al frente del Ebro en intendencia y poco más. Conocía los caladeros de Fisterra y los que están por aquellos mares pero nunca fue como sí fue algún primo mío al Gran Sol.
Toda la familia de mi padre emigró (San Pablo en Brasil, Madrid, Barcelona) y se trajeron mis abuelos cuando eran ya mayores. Una parte de la familia de mi madre quedó en Fisterra. Otros fueron a Comodoro Rivadavia en Argentina, Hamburgo en Alemania, Barcelona). El primo de Hamburgo en realidad tenía allí piso y residía allí cuando no navegaba, que era gran parte del año. Mis padres se conocieron en el Centro Gallego de Barcelona.
Mi padre hacía venta ambulante y mi madre era la niñera del propietario de Turrones Tardá. La familia Roca-Tardá trató muy bien a mi madre, que lo merecía, y hasta le permitían bañarse en su bañera. Como le vieron posibilidades la apuntaron a la Academia Prats para seguir un curso de adultos y mejorar sus matemáticas y su caligrafía. Mi madre apenas fue dos o tres años al colegio porque prefería llevarle el cesto de sardinas a una jorobada (perdón, discapacitada) de Fisterra y así sacar unas perras. En el colegio tenían un libro. Era El hundimiento del Titanic. Me gustaría mucho encontrar un ejemplar. Luego cuando emigró a La Coruña leyo Las Confesiones de San Agustín, que mira por donde está emparentado literariamente con el Lazarillo.
El Sr. Roca fue quien llevó mi madre al altar. Y antes de la boda se ve que le puso un detective a mi padre para que lo vigilara dos o tres días y ver si era de fiar. Falleció hará cosa de 10 años y espero y deseo que Dios lo tenga en su gloria porque era un buen hombre. 
Mi primer trabajo lo podemos fijar cuando tenía 3-5 años y no es que fuera a "por vino y candelas" sino que iba a por leche y a por hielo. Me enviaban con una lechera o con un cubo. Se entiende que no las dos cosas a la vez. Naturalmente me daban el dinero justo para pagar y aunque el hielo pesaba puesto que era un bloque que cortaban de otro más grande que venía siendo de unos 30 cm, yo lo cargaba con gusto ya que me encantaba ir a por hielo. Lo vendían en un lugar donde luego pusieron un taller mecánico en lo que era la antigua calle Montsant, en el Turó de la Peira, calle que ahora está totalmente renovada. En un plano que levanté hace nueve años y pico en otro post es el punto 18 (Talleres Jesús Díaz).
Los pedazos de hielo estaban en el fondo del local, en la sombra. Y un hombre los manejaba con un gancho largo de hierro y los cortaba para que los pudiéramos usar en las neveras. El bloque se iba derritiendo y entonces se compraba otro. Yo me quedaba en el umbral sorprendida por la frialdad y la blancura del hielo. Ese recuerdo se quedó encallado en mi memoria siempre y además es del más puro blanco y negro.
La lechería era otro decorado, con aquel olor característico algo empalagoso de la leche y la mantequilla de vaca, y los azulejos blancos que solían cubrir las paredes de estos establecimientos, tal y como documentó muy bien el gran fotógrafo Josep Brangulí. Iba a por la leche con una lechera de aluminio ─de las que aún se pueden encontrar en Todo Colección y en Wallapop sin ir más lejos─. Cuando veraneaba en Fisterra veía que las niñas iban a por el agua a la fuente, y asentaban el cubo o la senlla en la cabeza, y chapaleaba con un ruido agradabilísimo y a veces algo salpicaba, pero era difícil porque la acarreaban con mucha gracia. A mí nunca me enviaron a por agua, era toda una invitada. Hacía algún recado de manzanas tabardillas pero poco más.
Recados, muchos recados. Mi tía pequeña me enviaba a por champú de huevo a la Droguería Marzo, que estaba en el chaflán de Aneto con Montsant. Lo vendían en unas cápsulas monodosis de plástico con rebaba. También me enviaban a echar la basura, que tardó años en recogerse en bolsas. La basura se recogía en un cubo y su contenido se echaba directamente donde lo recogía el basurero, cosa que no recuerdo muy bien. Lo que sí recuerdo es una corta etapa en la que la basura sí se dejaba más o menos en bolsas en torno a un árbol, en su alcorque. Esa etapa coincidió con la de que aún había perros callejeros, por lo que era fácil que rasgaran con los dientes las bolsas y saliera la basura y se desparramara por la calle. Aunque se hacía por la noche, con un horario, había transgresiones y con ellas moscas y demás. Aunque el plástico ha sido una calamidad de nuestro estilo de sociedad, es cierto que ha contribuido en gran manera al orden público.
Por no alargarme mucho diré que con la excepción de la fruta, las legumbres secas, la verdura, el pescado y la carne roja, de lo que se encargaba mi madre, todo lo demás lo iba a comprar yo y desde temprana edad. Compraba el pollo en la Señora Conxita (calle Montsant). "Un pollo y hágame de cada cuarto dos partes". Curiosamente la Señora Conxita tenía cara de conejo. La carne de cerdo la compraba en una Tocinería Contijoch que había en el Paseo de Fabra y Puig enfrente de la Panadería Padró, que aún existe. El yerno de los tocineros, que era el más dicharachero, cuando aún tendría la edad que yo tengo ahora cayó en una enfermedad neurodegenerativa y el negocio se fue poco a poco abajo, vamos a decir que por falta de sucesor. "Un cuarto de quilo de carne magra para rebozar, una butifarra negra y una butifarra blanca, doscientos gramos de jamón en dulce." Son frases que de tanto repetirlas de semana en semana se me han quedado grabadas como aquello de "Kiev, Jarkov, Bakú y Gorkij", retahílas de la infancia.
También iba al colmado de Los Maños, que estaba en la esquina de Montsant con Montmajor [13]. El colmado estaba regido por dos hermanos de Zaragoza; el más canijo era el hablador, del otro apenas recuerdo si hablaba o solo hablaba lo justo. Los dos estaban calvos como de toda la vida. Como en su tienda empezaba una de las cuestas importantes del Turó, el establecimiento estaba en un desnivel que se podía apreciar por lo alto del techo, el más alto del barrio. Eso en vez de ser una desventaja ellos lo llevaron a su provecho y había enormes pilas de latas dispuestas como torres perfectamente alineadas y que hacían un bonito efecto porque a mí siempre me gustaron mucho los tonos metálicos en los colores primarios de las latas de atún, de sardinas, de aceitunas y demás conservas. Tomaban las latas con ayuda de una pértiga con pinza. El canijo hacía como que se le caía para causar sorpresa y lo conseguía siempre. Nunca se cayó ninguna pila, ni la pértiga ni una lata.
Como sabe cualquiera que viviera en los años 60, la variedad no era mucha. Había unos productos determinados y algunas veces se veía alguna lata misteriosamente abombada y con herrumbre, pero nadie era tan imbécil de comprarla. A eso ahora le llaman Clostridium botulinum, pero viene siendo lo de toda la vida. Hay que decir en favor de los imbéciles que ahora el patógeno se lo cuelan en los bares cuando les sirven un bocadillo de esas grandes latas que hace días se abrieron y que no siempre se pueden conservar indefinidamente. En Los Maños compraba "un cuarto de kilo de olivas sevillanas, otro cuarto de kilo de olivas de Aragón, doscientos gramos de almendras, doscientos gramos de avellanas" y a veces sardinas en lata. Olivas y frutos secos se compraban a granel.
También iba a por aceite cerca del Mercado de la Merced donde ahora está la Floristería Fortuño. Tenían una bomba de aceite transparente, que funcionaba por émbolo. Teníamos que llevar un recipiente (el nuestro era una garrafa forrada con una funda de plástico verde). Nos lo pesaban y creo recordar que el aceite se vendía a peso. Hubo un momento que desapareció la venta del aceite a granel y de eso tuvo la culpa el caso del aceite tóxico de colza.
También iba a por el pan. Recuerdo que pesaban la barra y si faltaba para el medio kilo o el cuarto te daban la torna. La torna podía ser un bastoncito para mí, o un trocito de coca de panadero o un chusco. Al pan iba cada día, aunque alguna vez fue mi hermano también.
De entre mis trabajos, además de los recados, también me ocupaba de la limpieza de toda la casa. Fregaba de rodillas. La casa tenía solo 65 metros cuadrados pero como fuimos 5 no lucía. El terrado quedaba 5 pisos arriba y subía cosa de 4 veces por semana para tender la ropa. Ese trasiego, para el que ha tendido ropa sabrá que excuso decir que no incluye la vuelta para ir a recoger la ropa seca. También planchaba la colada y la guardaba en su sitio.
Me gustaba mucho subir al terrado porque olía a sol y había una vista insólita o por lo menos diferente a la que teníamos a pie de calle. Entre eso de subir al terrado, lo de fregar de rodillas y lo de cargar arriba y abajo mis compras, como además saltaba a las gomas, y hacía todo corriendo, y hacía excursionismo con la Agrupació Escolta Marie Curie, y baloncesto, gocé de una salud de hierro. Bueno, o no, o no fue por eso. Pero que tenía hasta chocolatina, como se ve en la foto, es algo que no fue cosa de anabolizantes.
Además de las tareas del hogar en las temporadas de más venta y si no tenía que ir al colegio ayudaba a mi madre en su tienda. Mi madre vendió durante cuarenta años ropa de casa y yo con ella en Navidad. Despachaba y cobraba a los clientes como ella y sé lo que pueden llegar a pesar las piernas tras muchas horas de estar derecha y en apenas dos metros de espacio. Acababa tan cansada que apenas podía dormir, pero no había otro remedio. El caso es que mis amigas me envidiaban, porque como ellas pensaban que vender era la leche, como lo era en los juegos, tenía que pasármelo en grande. ¡Cuántas veces habla quien no sabe y el que sabe no habla! Pronto aprendí a callar, aunque fuera de forma imperfecta.
Al volver a pensar en las personas a las que me he referido en esta primera entrega de mis memorias de una mujer trabajadora apenas consigo recordar sus rostros. Como estantiguas sus imágenes se desvanecen. El barrio está renovado, las calles han sido trazadas casi igual pero con otros bloques y cuesta recordarlas tal y como fueron. Cuando acabó la aluminosis y empezó el plan de construcción y reubicación mi padre se adentró en las tinieblas de la enfermedad de Alzheimer. Ese panorama calidoscópico nos introdujo en la disolución por la atemporalidad y la pérdida. Como coincidió con el cambio de la peseta al euro, aún podemos dar gracias de que no hubiera enloquecido más. Descansa en paz.
Papá antes de jubilarse (pero luego también) se levantaba a las 5:30 y mientras se afeitaba cantaba Juanita Banana, la parte del "Caro nome" de Rigoletto verdiano. Nunca me molestó tal cosa. Mejor que el despertador sí era.

Yo en la playa de Castelldefels, año 1966

Yo en el apartamento de mi padrina, en Castelldefels (c. 1971)


Continuación: Post 1697: La jaula (Segunda parte), El jardín de los senderos que se bifurcan (Tercera parte), Tres manos (Cuarta parte) y Las cuentas del pasado (Quinta y última parte).

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8.9.19

Huevos, cerezas, parapentes

e momento los drones no molestan mucho, como sí ocurre con los transportadores personales movidos por batería de iones de litio (patinetes). He visto algunos por El Coll, nada más. El fotógrafo aéreo George Steinmetz creo que usa un PPG (Powered paraglider), esto es un "paramente motorizado". Y ha hecho fotos de desiertos invivibles y también de la Antártida para National Geographic. Una de sus fotos, la de la sombra que arrojan unos camellos sobre la arena, está dando tumbos estos días en Twitter, pero ya lleva tiempo por Whatsapp. En realidad es del año 2004. Illusions of Arabia, la tituló su autor.
Admitiendo que es una ilusión óptica bonita, la fotografía donde el peso de la tecnología es tan evidente no me conmueve gran cosa. En la fotografía para mi gusto no tiene que prevalecer esa parte aparatosa, porque a la ilusión óptica le añade un efecto que nos resulta irreal a los que no vamos por el mundo con PPG. 
Claramente la foto del Álbum hoy es otra fotografía aérea, es decir tomada desde el aire y no desde un punto alto terrestre. A casi todos se nos han olvidado ya los Cojones de Porcioles (*), esos dos depósitos de Catalana de Gas de 100.000 metros cúbicos de capacidad (cada uno). Hay tanta información en los blogs de Barcelona y demás que al final ─lo prometo por la salud de mi canario─ ya no sé si se instalaron en terreno urbanizable o no, pero fue en 1967, tocando Can Papanaps en el lado de la solana de Collserola.
La vinculación de Pasqual Maragall y Ernest Maragall no nos es desconocida, aunque es más abrumadora la masa de información sobre las dos bombonas, que se desarmaron hacia el año 1992, un año antes de la muerte de Josep Maria Porcioles. Porcioles fue alcalde de Barcelona desde 1957 hasta 1973. A caballo entre las regidurías de Joan Clos y Jordi Hereu se montó una cementera al lado de las recién creadas cocheras de TMB, muy cerca del cementerio de Horta. Esa cementera, que no contaba con señalización alguna y que quedaba donde había habido un campo de fútbol en la curva que va desde el cementerio de Horta  al desvío al de Collserola, tal y como apareció luego desapareció no sin arrasar toda la vegetación y cubrir del polvo correspondiente ese lado de la montaña. Estuvo en plena época del ladrillo, de la que poco se ha dicho en comparación con lo mucho que sí se ha hablado del desarrollismo franquista. Este efecto sesgado es parecido al que nos referimos hace un par de posts para quejarnos de la gran cantidad de información y anécdotas que tenemos sobre los desmanes de la Iglesia franquista, mientras que apenas nada se sabe de otros temas no menos importantes.
Como la desaparición de la cementera-hormigonera fue tan sigilosa como la aparición (parecía una quimera óptica) me tomé la molestia de tomar unas fotos e incluso hice que mi madre apareciera en el campo visual para autentificar. Por aquella época íbamos mucha por allí, porque subíamos hasta Montcada i Reixach caminando. De allí bajábamos o por Can Masdeu y la leprosería o bien íbamos hacia Torre Baró y bajábamos por Trinitat Vella. Conservo las fotos imprimidas, porque se hicieron con cámara analógica. Están en otro post de este blog que titulé "Polvo somos". Como se ve, la instalación no era pequeña y estuvo allí metida como digo a caballo entre las alcaldías de Clos y Hereu, del PSC. Recuerda esas fábricas siniestras y clandestinas con trabajadores esclavizados y una cadena de producción manicomial que sólo aparecen en algunas películas estadounidenses.
De la foto que he editado identificando los sitios principales he intentado sacar con Google Maps una imagen equivalente actual. Ello me ha permitido descubrir un monasterio de clausura que no lo tenía identificado y eso a pesar de creer que tenía "controlados" todos los conventos de Horta, que no son pocos. De este monasterio de las Salesas visitandinas no encuentro fotografía alguna. La que las monjas incorporan en la web es una de Google Maps aérea y satélite. Eso me da un aliciente para acercarme a pie y ver si es posible obtener otra imagen más cercana.
El cherry picking o la falacia de evidencia incompleta de toda la vida nos oculta una parte de la realidad o incluso solo nos muestra una parte, la que sirve para argumentar y potenciar un determinado argumento. Que muchos blogueros aún "vean" los Cojones de Porcioles, desaparecidos el año 1992, pero no viesen la cementera-hormigonera a unos cien metros, que estuvo en la década siguiente, es todo un ejemplo de picoteo de cerezas y de discriminación tendenciosa.
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(*) "Coneguts popularment com els collons -o els ous- del Porcioles, aquests dos dipòsits esfèrics de gas natural constitueixen una de les icones més representatives d'una època nefasta a nivell de medi ambient, amb una vergonyosa entrega d'espais al servei del desarrollisme més salvatge, sense cap mena d'atenció ni respecte a qüestions que avui sortosament formen part del catecisme de la sostenibilitat. Així doncs, impacte visual, agressió a un entorn natural o fins i tot perillositat eren ítems poc o gens tinguts en compte en uns anys que els conceptes de progrés tècnic i desenvolupament tenien un altre significat.
Els dipòsits eren en realitat dues grans bombones, construides amb planxes d'acer, amb una capacitat de 100.000 metres cúbics de gas cadascuna, que formàven part de la xarxa de distribució i que constituien una reserva en cas de necessitat. L'amenaça que representàven per als veïns del barri de la Font del Gos - també conegut com de La Virgen del Camino- va generar mobilitzacions populars que van ser sistemàticament desateses per les autoritats i per la direcció de la companyia Catalana de Gas y Electricidad." (Barcelofília)

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