15.9.19

El jardín de los senderos que se bifurcan

Esa noche visitamos la Biblioteca Nacional. En vano
fatigamos atlas, catálogos, anuarios de sociedades 
geográficas,
memorias de viajeros e historiadores: nadie
había estado nunca
 en Uqbar. El
índice general de la enciclopediaç
 de Bioy tampoco
registraba ese nombre. Al día siguiente, Carlos Mastronardi
 (a quien yo había referido
 el asunto) advirtió en una librería
 de Corrientes y Talcahuano
 los negros y dorados lomos de la Angloamerican Encyclopaedia...
Entro e interrogó el
   volumen XXVI.
Naturalmente, no dio con el menor indicio de Uqbar.

Jorge Luis Borges, Ficciones

e doy cuenta de que todos vamos muy condicionados por los oficios y las profesiones e incluso nos da una cierta seguridad, pero que todo es una entelequia. Como el mundo del trabajo está regulado y hay puestos que requieren una formación y una habilitación, lo de la seguridad a veces se convierte en inseguridad, otras decoro, otras en vanidad, otras en corporativismo y a veces hasta en monopolio, etc. Siguiendo con las memorias de una mujer trabajadora, diría que además de la vocación-aptitud y lo de la seguridad lo tercero que determina el desarrollo de cada cual es tener claro si se puede trabajar por cuenta ajena y si se sirve para mandar o para que a uno le manden. Sin embargo las posibilidades son tantas que la única realidad que me parece al final inaceptable es la que no admite cambios o la que impide cualquier movimiento. En general aconsejo que nadie se meta de donde no se pueda salir. 
Se suele decir que la satisfacción de las personas depende de ver colmado su deseo de ser útiles, pero no es menos cierto que es imposible el bienestar en un empleo en el que no hay una pequeña parte de creatividad, un resquicio de libertad, algo de criterio. Las relaciones laborales sabemos que funcionan bien o mal, más o menos, entre categorías, dentro de la misma categoría y en la comunicación con los "clientes" internos y externos. Hay gente que se lleva más o menos bien con todo el mundo, otra que sólo se lleva bien con los jefes, otra con los clientes, etc. Aunque todos podemos evolucionar y rectificar es útil saber cómo es cada cual.
Cuando me decidí por el oficio de bibliotecaria-documentalista no sabía que se ejercía sobre todo por cuenta ajena y en el sector público. La emprendeduría solo se empezó a desarrollar con las asesorías y peritajes, los servicios de difusión de información selectiva o después con la reputación digital. Los que se dedican a la docencia y a la formación continuada y quienes se dedican a la investigación o a los negocios (tanto de productos como de servicios) yo creo que son una pequeña parte de la tropa. Merecería atención aparte el exbibliotecario que lo mismo te hace una asesoría que una clase que un tuit o un artículo y se mueve entre el sector público y el privado con total libertad, pero en mis memorias nada más hablo de mí.
Tampoco sabía cuando elegí mi oficio que la mayor parte de mis colegas prefieren el trabajo llamado interno y que dejan para los auxiliares el trato con el público. Esa segregación se hizo más deseada con el advenimiento de las nuevas tecnologías, que en nuestro ámbito se produjo en los ochenta y con pantallas de fósforo. Yo había leído en algún artículo que en Estados Unidos recomendaban alternar por ejemplo la catalogación y el mostrador para que los catalogadores no se despegaran tanto de la realidad ni se apegaran tanto a sus normas, y para que los referencistas se empaparan de la forma de ver las cosas por parte de los indexadores. Ese intercambio de roles es muy refrescante y pienso que previene de los vicios de la costumbre. Sin embargo, en nuestro país ponemos a los que están menos preparados cara al público y parece que estar detrás de una puerta en el típico despacho con la mesita redonda y la rectangular imprime prestigio y categoría.
Si alguna vez disfruté como documentalista fue gracias al trato con el público, incluso al teléfono, medio que exige paciencia y perspicacia. Sin saberlo mi posición era de apomediaria, más que de intermediaria. Es decir, además de que me gustaba el trato con el público yo me sentaba del mismo lado que el público que atendía. Codo con codo. 
Al acabar los estudios de Biblioteconomía y Documentación estuve haciendo una beca en la Biblioteca Cambó del Hospital de Sant Pau gracias a Carmen Larrucea y Roser Cruells. Había hecho en el biblioteca médica las prácticas de la carrera y aunque Roser estuvo aquel mes en Londres en otra biblioteca, lo poquito que la pude tratar fue el principio de nuestra amistad.  Pocos saben que el hospital tiene su origen el año 1401 pero como el resultado de la fusión de otros hospitales, por lo que su documentación es en gran parte administrativa y mucha desde la Baja Edad Media. Pude simultanear ese trabajito de unas 15 horas a la semana con otro parecido en la Biblioteca del Col·legi Oficial de Odontòlegs i Estomatòlegs. En 1985 hicieron jefa de personal a una secretaria que no tenía mucha simpatía por las bibliotecarias. Una de sus primeras acciones fue proponer que yo hiciera una jornada completa. Intuí que aquella jornada iba a ser algo que ella iba a decidir cómo completar. Les comuniqué que dejaba el trabajo. Por aquel entonces no era difícil encontrar un puesto de lo mío, y providencialmente me enteré la misma semana de que habían cesado a la bibliotecaria del Hospital de Bellvitge por desavenencia con su Director. El mismo día en que fui a entrevistarme con el Dr. Josep Maria Capdevila me telefonearon del Servei de Biblioteques de la Universitat Autònoma de Barcelona para una incorporación inmediata. Tuve que decidir en apenas un par de horas si me iba al Hospital o la Universidad. 
En aquel tiempo era una excursión tanto acercarse a Bellaterra como ir a Bellvitge. No llegaba el metro y yo no tenía carnet de conducir ni intenciones de sacarlo. Tanto Bellaterra como Bellvitge eran un barrizal en cuanto caían unas gotas, eran terrenos apenas urbanizados. Llegar a Bellvitge me suponía cosa de hora y media por lo menos. A veces se podía complicar la vuelta por culpa de las salidas de los colegios y de los trabajos y en vez de hora y media tardaba dos horas y media. Salía de mi casa a las 6 y llegaba a las 8, para que luego digan de los "funcionarios". 
La llegada del final de la línea roja representó una mejora descomunal y hasta pude volver a reemprender mi carrera de Filología. Solo diré que era mejor ir andando media hora hasta la parada de Just Oliveras que atravesar la autovía y coger el autobús de Sant Cosme. La autovía tenía un tramo por túnel muy peligroso (violaciones) y luego había que salvar el último tramo a pelo. A veces encontrabas alguna mujer esperando al pie del túnel para pasarlo acompañada. Cuando llovía se anegaba y sólo podíamos pasarlo porque habían cascotes y basura y a saltos podías cubrir en seco el recorrido. El autobús de Sant Cosme era como los pimientos de Padrón, unas veces paraba y otras no. Era muy desesperante ver caer la noche en la carretera y que no parara. Alguna vez estuve a un tris de pararlo con mi propio cuerpo.
Recuerdo que cuando ya estaba abierto el Hospital Duran y Reynals, que en realidad era en su mayor parte (lo poquito que tenía en funcionamiento) oncológico, presencié un par de atropellos mortales. En el segundo les advertí de que tenían que llevar a la señora a Bellvitge, aunque estaba del otro lado de la autovía, pero como les pareció que el Duran estaba más cerca la llevaron allí perdiendo en realidad un tiempo precioso. En el Duran no había ni hay urgencias.
Cuando la gente se queja porque tiene que coger el metro para ir a trabajar o de que los funcionarios tienen un horario que es la leche me da la risa. Por ir acabando con esta tercera parte concluyo diciendo que lo que me decidió por Bellvitge y me hizo desistir de Bellaterra fue literalmente mi deseo de estar más cerca de la realidad. Me parecía que el mundo académico era un mundo más cerrado, más uniforme, más jerárquico y más estático. No vi la manera de poder probar los dos caminos. Eso es terrrible.
Es curioso porque lo primero que me viene a la memoria cuando me acuerdo del Hospital de Sant Pau (el modernista) es el túnel. Cuando me acuerdo del Col·legi Oficial de Odontòlegs i Estomatòlegs son las campanas de la vecina Catedral. Y de Bellvitge me acuerdo de una imagen que ha desaparecido de internet prácticamente. Casi al final de mi jornada (9:00-17:30) había siempre un rebaño de ovejas paciendo en lo que a partir de las Olimpiadas sería el Poliesportiu Municipal de Bellvitge Sergio Manzano. Desde mi ventana las veía cada tarde. Ya entonces era una estampa insólita. En la foto que he encontrado hoy no sin dificultad advierto que hay ovejas y cabras. Lo que yo recordaba eran ovejas y en rebaño, paciendo como si no hubiera mañana.
Katherine Hepburn en su papel de bibliotecaria referencista (Set desk, 1957)

Kirsten Vangsness en su papel de Penélope García, técnica analista en la serie Criminal Minds (2005-)

El post es continuación de Por no echar la soga tras el caldero (Primera parte) y La jaula (Segunda parte). Continúa como Tres manos (Cuarta Parte) y y Las cuentas del pasado (Quinta y última parte).

(c)SafeCreative *1909151928050 (2022: 2212172887275)