13.9.19

Post 1697: La jaula

Sólo de lo negado canta el hombre,
sólo de lo perdido,
sólo de la añoranza,
siempre de lo mismo.

Cuando cerró para siempre el huerto
la cancela de espinos,
entonces inventó la queja de la lira,
la flauta del suspiro.

Y desde entonces sólo canta
en su torre el cautivo,
a su rueca la esclava,
el desterrado en el navío.

De la jaula aletea y sangra
el pájaro desconocido;
salir quiere y no puede:
su jaula es él mismo.

Y por eso el minero canta,
por un sol de oro limpio;
canta el pobre, la pena canta;
no canta el rico.

Entre las piernas de la amiga,
vida busca el amigo,
y se encuentra con un tesoro,
de verdes ojos fríos.

Y así es como canta el hombre,
por su niño antiguo,
y la boca sin pan y sin besos
y el cielo vacío:

siempre de la añoranza, de lo negado,
de lo perdido;
siempre de lo de otro,
nunca de lo mío.

Agustín García Calvo (Canciones y soliloquios)


o es raro que muchos dichos de Jesús de Nazaret nos lleguen fuera de contexto o incompletos, y así todo el mundo conoce aquello de "Nadie es profeta en su tierra", muy pocos saben que la frase es del Evangelio y menos aún son quienes saben que en realidad lo que dijo el Salvador fue que "Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio". En mi segunda entrega de las memorias de una mujer trabajadora puedo empezar diciendo que pronto empecé a caminar sola y sin el apoyo de nadie. Alguna vez algún profesor durante mis estudios secundarios y en la Universidad apreció mi valía, también algún amigo y alguno de los numerosos jefes que he llegado a tener, pero ese hecho ha sido tan excepcional que he tenido que aprender a andar con paso firme sin contar con la aprobación de los demás.
Con los años (hace poco en realidad) mi madre admitió que aunque estaba contenta con mi progreso en primaria no me decía nada por educarme en la modestia y porque otras madres tenían hijos e hijas más torpes aún que yo que podían molestarse o frustrarse si ella se mostraba orgullosa de mis pequeños logros.
Uno de los castigos con que nos infligían en la escuela primaria era imponernos unas divisiones monstruosas. Cuando mi cerebro entraba en un estado de colapso lamentable ante esa tarea mortificante mi padre se compadecía de mí, porque tenía tan mal genio como buen corazón. Cortaba un gran pedazo de papel de estraza y hacíamos juntos la división sobre el suelo del comedor. El resultado respondía a la prueba del nueve y eso me producía un alivio indecible. Creo que en el fondo ese suplicio absurdo para su portentoso hemisferio derecho era poco menos que un jueguecillo y no vería la manera de eludirlo sin infringir el orden. Los innumerables castigos que recibí entre los años de aprendizaje infantil no consiguieron doblegarme y si es cierto que tampoco me provocaron resentimiento alguno también es verdad que no me convencieron. A cada castigo perdían cada vez más crédito ante mis ojos, hasta que llegó un día que directamente me negué a obedecer y, para mi propia sorpresa, ahí se acabaron los castigos y supongo que mi niñez.
Es inevitable hablar en esta segunda entrega de la vocación. Claro está que la vocación es una entelequia y que más bien habría que hablar de aspiraciones y las aptitudes de cada cual, a veces divergentes y hasta quiméricas. En mi caso he sentido siempre atracción por casi todo. En el deporte era más que buena en atletismo y no tanto en las actividades de equipo, pero sin embargo no me gusta competir ni ganando. Aún hoy cuando soy testigo de los triunfos de Rafael Nadal o Lionel Messi y de la merecida admiración que despiertan, soy consciente del desdén que me inspira esa concepción épica de los certámenes y los campeonatos. Nada me conmueve de lo que se dirime sobre un campo o una pista o una extensión acuática o una montaña altísima, me dejan indiferente las proezas de unos y otros, su sobreesfuerzo, y ya no digamos la babosa conclusión "somos los mejores".
Con apenas cuatro años pedí un piano. Prometo por la salud de mi canario que no tengo la menor idea de donde saqué esa idea disparatada porque aunque en mi familia convivían tres generaciones de amantes de la música, lo más parecido que teníamos a un piano era el pick-up, donde sonaban Adamo, Carlos Gardel, Engelbert Huperdinck, Frank Sinatra, Joan Manuel Serrat, Raphael y Los tres sudamericanos además de los popurrís navideños y poco más. Tampoco he entendido nunca la afición que le teníamos mi hermano José María y yo al taconeo. Nadie se acuerda de "Romero y su tocadiscos flamenco", un programa de radio que se emitía los sábados por la mañana y donde me quedaba fascinada especialmente con los fandangos de Huelva. También tenían un pick-up los vecinos de los bajos, que eran extremeños y muy aficionados a Juanito Valderrama. Y por aquel entonces las mujeres del bloque lavaban a mano y cantaban. Había una que cantaba especialmente bien y yo creo que lavaba para cantar más que cantar para lavar. Por aquel entonces nadie tenía lavadora automática y las mujeres que no retorcían bien la ropa y la escurrían a peso recibían la protesta de las vecinas que vivían más abajo porque les mojaba y hasta teñía la ropa propia. Ahí empecé a aprender insultos muy hirientes tipo "guarra" y "será posible la tía". 
Con la Agrupació Escolta Marie Curie aprendí el consabido repertorio de "cançons de món" (desde Oh Sari Mares o La Vall del Riu Vermell o Falgueres prop del riu, que en realidad era sobre azafranes) y muchos espirituales negros y folk. Las canciones y jitanjáforas que cantábamos en la calle en el juego de gomas o de picar manos o de la comba eran muy variadas dado que las niñas y los niños del barrio procedíamos de todas las partes de España. 
Pronto supe que mi educación estaba orientada a superar los estudios ordinarios y a no salirse de los que la realidad nos imponía en nuestra clase social. Tenía una caja de las fichas del parchís que era de madera y tenía un separador para dividir los cubiletes, fichas y dados. Con esa caja y unas gomas del pollo me hice una guitarra o algo así. No sonaba tan mal. Habrá que aclarar que por aquel entonces los pollos en las tiendas se exponían muertos, decapitados, no refrigerados y recogidos sus cuartos traseros por una goma elástica.
Mi amor por los árboles y por la madera es tan grande que en cuanto tuve ocasión hice por incorporarme a una iniciación de FP (Formación Profesional) a la carpintería. Lo que no me esperaba y supuso un chasco es que me dijeran que era para chicos. Por aquel entonces yo ya sabía que la discriminación de las mujeres era algo con lo que había que vivir, pero esa fue la primera vez que me vi excluida por mi condición femenina y ahora me pregunto la de veces que las mujeres nos habremos autoexcluido incluso cuando la discriminación no se hace explícita o patente.
Pero no hay pena, en mí, como en un pozo sin fondo a lo mejor no había vocación, ni aspiraciones, ni aptitudes, ni el apoyo de la familia, pero siempre hubo una inagotable pasión por la vida y todo lo que se me negaba no hacía más que abrirme puertas a todo cuanto se afirma y se abre camino más allá de lo establecido y de la jaula propia. Por eso la foto de hoy está cargada de herramientas, que no son de un taller de carpintería sino del almacén de materiales Hache. Porque de alguna manera tengo mi tallercito y muchos arreglos de la casa soy capaz de hacerlos.


El post es continuación de Por no echar la soga tras el caldero (Primera parte) y continua en El jardín de los senderos que se bifurcan (Tercera parte), Tres manos (Cuarta parte) y y Las cuentas del pasado (Quinta y última parte).

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