30.11.19

El bastidor

n las Impresiones del puerto viejo de Marsella (László Moholy-Nagy, 1929) los ciudadanos que transitan por La Canebière y las calles que rodean el puerto nos dejan la impresión de que todo va muy rápido. En las películas que traigo hoy al Álbum, la de Marsella de 1929 pero también las de Nápoles de los hermanos Lumière (1898) y la de Ricardo de Baños titulada Barcelona en tranvía (1908), las figuras pierden muchas veces su personalidad y quedan indefinidas bajo un sombrero o la forma de vestir o la ropa del oficio. Moholy-Nagy se acerca más a los individuos por su expresionismo y el grano es más vigoroso y definido, aunque nos deja también la sensación de la fugacidad. Esto de la fugacidad me falta muchas veces en las películas españolas actuales rebuscadamente lentas. Estoy pensando en el thriller que le he visto a Óliver Laxe sobre Lo que arde, quien por perseguir lo telúrico se hunde en algo pesado, mórbido, impostadamente sólido. Fugacidad no quiere decir rapidez, aunque en las películas mudas primitivas hay un paso mas rápido que el natural.
La impermanencia es un concepto redundante en el budismo y creo que es por eso por lo que no falta día que alguien lo traiga a colación incluso en cuestiones tan aparentemente alejadas como la pérdida de derechos laborales. Perder derechos laborales no tiene que ver con la impermanencia ni con la levedad sino con el NOM (nuevo orden mundial) y el abuso. Que me perdonen los budistas o los que estudian el budismo, pero no podemos confundir la velocidad con el tocino.
Recientemente CaixaBank me ha informado de que si deseo hacer alguna gestión en caja tendré que hacerlo antes de las 11 de la mañana, que es el horario que se me debe haber asignado de acuerdo con el tipo de cuenta que tengo, que es de gasto cero. Poco voy a CaixaBank, lo inexcusable, pero vengo padeciendo como todo el mundo las restricciones que se han ido imponiendo en la atención al público y la nueva "filosofía" que además adopta nombres anglófonos (stores y demás). Con docilidad o por cansancio vamos aceptando esas novedades que, al ir acompañadas de la matraca tecnológica, parecen infundir hasta admiración. Si el personal de las cajas antes pretendían infundir confianza y proximidad, lo que ahora muestran es inasible, como esos arduos y efímeros másters que todos ellos parecen haber terminado hace un par de meses. El pantalón de corte clásico con algún detalle moderno ha pasado declaradamente al pitillo tobillero de talle bajo y la americana algo estrecha de la tendencia ya demodé puesto que lo que está realmente de moda al parecer es el oversize. En cualquier caso todo el escenario es un poco confuso y el lenguaje que pasa de la ventanilla blindada al biombo bajo y ahora a las mesitas bajas redondas no acaba de trasmitir esa idea futurista que reclama. Al final será verdad que nos harán pagar por guardarnos el dinero.
Al lado de mi fastidio porque se confunda la pérdida de derechos laborales con la impermanencia colocaría también mi desconcierto ante actitudes tan frecuentadas como la de sentir aversión por las riquezas de El Vaticano y no cuestionarse ese espacio All in one que ha abierto CaixaBank en la plaza Francesc Macià, tan interactivo tecnológicamente y que cuenta hasta con un restaurante regido por los hermanos Torres. Ya nos hemos acostumbrado ver salir a la gente de CaixaBank con una televisión plana o que te ofrezcan un café que inspira muy poco interés y apetito. Pensando en el arte italiano que tanto apreciamos quien más quien menos (aún a sabiendas que estaba pagado por quienes querían legitimar un poder bastante ilegítimo) esos equilibrios de la Comunicación y la Imagen que nos brinda el mundo de las financiación y el ahorrito son como baratijas, bambalinas.

Marsella, 1929

Nápoles, 1898

Barcelona, 1909

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