19.5.20

No no

o sabe una muy bien a qué hora salir en la fase 0 avanzada. No ya porque no haya quedado claro en las comunicaciones del Gobierno, y eso que  con tanta información es difícil aclararse. Es porque si me apetece pasear no es después de las ocho, por ejemplo. O resulta que preferiría no encontrarme con demasiados runners si bien es verdad que mi mejor hora para pasear es de buena mañana. Como me acerco a casa de mi madre para ver que sigue bien lo hago a una hora que coincide con la que ella puede salir y podemos comprar. En cierto modo  ayer me empezaba a añorar un poco del confinamiento vamos a decir más severo que hubo días atrás. Y además fue el primer día que cesaron los aplausos. Ya anteayer se oyeron menos y el primero sonó solo un par de segundos o cuatro, no sé decir, pero resultaron dilatados. Ayer, como si los vecinos lo hubieran acordado, ni siquiera salieron a los balcones y la vida siguió. Ese silencio se me clavó en el pecho pero no porque hubiera que prolongar esa manifestación polémica en el tiempo, sino porque me recordó nuestra levedad.
A veces me acuerdo de un jefe que tuve que falleció en agosto pasado. Con él podría decirse que compartiría la obsesión con no perder el tiempo. A veces se trata de poder rentabilizarlo, idea que casi ─pero no totalmente─ he abandonado, de manera que mi "productividad" ha bajado mucho con respecto a otras épocas de mi vida. Otras veces se trata de cargarlo de propósitos más inmateriales y de avanzar en lo que se llama "crecimiento personal" y que en mi caso es una especie de disminución personal. Es todo tontería, el tiempo se acaba inexorablemente. Es una guerra perdida.
Mucho se hablará del antes y el después del confinamiento y del antes y el después del coronavirus. Para mí ha sido el espaldarazo definitivo que me reveló lo lejos que estoy de muchos modelos de vida que ocupan el espacio público. Ayer veía en un vídeo que rodaba por Twitter el panorama que había cerca de la Barceloneta, con gente joven practicando deporte al aire libre en un espacio no muy grande y acribillado además de ciclistas y patinadores. Nada más lejos de mi idea del ejercicio físico y del disfrute, pero me imagino que ese cuadro hay que interpretarlo en que toda la franja playera o casi toda es un lugar de flirteo en cuanto empieza el llamado buen tiempo. En el vídeo que enlazo llama la atención un muchacho que se desplaza por el suelo casi como un reptil, lo que me inspiró su naturaleza involutiva y que el desarrollo muscular no siempre va en relación con el desarrollo cerebral. Rapidez, fuerza y me figuro que música a todo decibelio, es algo que situaríamos en el extremo totalmente opuesto a mi idea de la salud, el progreso y el gozo.
Particularmente las chicas que hacen sentaditas y saltos me recordaron alguna distopía literaria (una mezcla entre la de Robert Graves y la de George Orwell), donde siempre prevalecen los jóvenes y un gregarismo que me gustaría decir que tiene una estirpe tribal. Que estos días de confinamiento se ha practicado más deporte o de más mala manera lo declaran las cifras de lesiones por sobrecarga. 
Mi atavismo fue dibujar una mano o la silueta de mi mano, tendría que decirse, como las de las Cueva de las Manos patagónica, que se suele decir que están estarcidas. Se dice que el arte rupestre de esta parte del mundo discurre entre los 9300 y los 1300 años anteriores a Cristo y esa extensión en el tiempo nos habla de un espacio sagrado y permanente. Y lo más parecido al estarcido de manos es, en otro ámbito, la huella de Buda o buddhapada, aunque la huella preconiza el arte tipográfico y el estarcido no. Yo no sé si podemos hablar de estarcido indistintamente cuando lo que coloreamos es el hueco o el contorno, como ocurre con la técnica del grabado, que lo hay cuando el dibujo resalta de lo hundido o de lo que sobresale.
Cuando yo era pequeña hacían un programa que se llamaba Las manos mágicas, donde las manos de Leo Behnke demostraban trucos de magia. En un fondo oscuro destacaban las manos y los elementos usuales en la magia: cordones, naipes, etcétera. Pocos elementos. Y lo gracioso es q, ue las manos además de obrar el truco hacían algún gesto de advertencia, o señalaban o mostraban. La sintonía era muy pegadiza y decía algo así como "Las manos mágicas le dirán la forma de aprender con muchos trucos que magia son, el resto depende de usted". Es muy curioso que ese modelo de emisión no se volvió a ver hasta algún programa con manos de pantomima o teatro negro que no recuerdo bien.
Se suele decir que la única vez que el mimo Marcel Marceau habló fue para decir "No". Fue en la película muda de Mel Brooks (Silent movie, 1976),precisamente cuando se le pide su participación. Pues eso, que no.

Mano II (Marta Domínguez Senra (c)SafeCreative *2005194047167

Manos estarcidas en la Cueva de las Manos (Perito Moreno, Argentina)

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8.5.20

Globos



iza Donnelly hizo el trabajo que incluyo hoy en el Álbum para The New Yorker y está dibujado a plumilla, cosa que da a los trazos un vigor especial. Como el material de dibujo cada vez es más prodigioso no es tema menor que un instrumento de escritura antiguo alcance tanta expresividad. Lo que tiene su misterio es que las burbujas o los globos o bocadillos sean exactamente igual, idénticos, como si se hubieran reproducido con ordenador. Siendo como es la viñeta tan sencilla, ese particular extrae complejidad al dibujo. Pero no por fácil sino para que no nos perdamos en detalles que no cuentan. Lo que cuenta es que los tres globos son idénticos. El pez piensa, tal vez con temor, en un gato o en el gato. El perro piensa, tal vez con fastidio, en el gato. Y el gato piensa en sí mismo. Y cuando digo "piensa" naturalmente pienso en una forma muy elemental de pensamiento, con más o menos recorrido.
Este dibujo además de relatar muy bien la preocupación de cada familia animal a mí me recuerda el problema de la propiocepción pero no de la física, la que nos permite movernos con solvencia. Me refiero a quienes tienen de sí una percepción distorsionada, sea por defecto o por exceso. Cuesta creer la de currículos que muestran datos exagerados o directamente falsos. Hay algún caso que simplemente se arroga logros de difícil valoración pero que por apelar a estancias en alguna universidad o empresa por ejemplo de Estados Unidos, adquieren una relevancia enorme. Otros casos, a mi entender más graves, añaden categoría a una experiencia laboral, o incorporan su nombre a un artículo donde nunca contribuyeron, o dan por adquirido un título que nunca acabaron de culminar. He conocido de cerca algún caso claramente patológico donde el entorno familiar no es un detalle menor. Supongo que por la misma razón por la que mi familia nunca me ha apoyado, hay familias que se movilizan para aupar a uno de sus descendientes o a todos sea económicamente o con un respaldo emocional desmedido. La condición patológica queda disfrazada con el buenismo y el wishfulthinking marketiniano. Pero una mentira es una mentira.
Hablando de mentiras o, mejor dicho, de las mentiras estadísticas, el ejemplo más directo sería el de las cifras de fallecidos por la COVID-19. Ayer ante una pregunta que se le hizo a Fernando Simón en una de las ruedas de prensa habituales ya, el hombre contestó sobre la diferencia de 5000 muertos entre la cifra del ISCIII y el Gobierno: "Lo cierto es que todos esos incrementos son incrementos estadísticos que se tienen luego que asociar a una causa, y no podemos decir a qué se deben esos incrementos. No sabemos si se deben a un accidente de tráfico enorme, no sabemos si se debe a un aumento de la mortalidad por infarto, no sabemos si se debe a un aumento de la mortalidad por coronavirus o por cualquier otra enfermedad". Sí que se sabe de qué se muere la gente, y él como epidemiólogo no lo ignora que ese dato no hay que buscarlo, que todos los muertos por accidente de tráfico más o menos quedan declarados, se mueran en el acto o después del accidente. Cuesta creer que un hombre con la trayectoria de este señor acabe tan mal. Y lo único que se nos ocurre a los que no pintamos nada es que se debe a una adhesión inquebrantable al Gobierno, al cual parece que no le acaba de interesar revelar la cifra de muertos, especialmente la de las residencias geriátricas. No sabría decir si Fernando Simón se comporta como un pez temeroso o como un perro secuaz. Sí puedo decir que Yolanda Fuentes, directora general de Salud Pública de la Comunidad de Madrid, al dimitir se ha comportado como quien quiso ser. Obviamente no es menor la maniobra que ha hecho el Gobierno de Pedro Sánchez para transferir el peso de la responsabilidad a las Comunidades Autónomas.
Que los datos son manejables y que depende mucho en qué forma se adquieren y en qué forma se presentan, lo sabe cualquiera. Pero en estos días el asunto, como otros, mostraba una gran falta de claridad.
Me da mucha pena la gran mortandad de ancianos que hemos tenido y tal vez tendremos. En mi entorno, de hecho, todas las muertes de que he tenido noticia eran de mayores de 75 años que vivían en residencias geriátricas. Si esto sirve para que las residencias geriátricas cumplan mejor, será lo único bueno que habremos sacado. Nos quedará un mundo feliz con apenas viejos, muy orwelliano todo, y con menos votantes para la derecha seguramente. Que los jóvenes y los niños no tengan una noción de que existe la vejez, con la decadencia del cuerpo inevitable, les expone a la gran mentira de la eterna juventud.

Liza Donnelli


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5.5.20

Post 1719: Plein air

l confinamiento es una palabra sobre la que ya nos ha prevenido la Real Academia de la Lengua, cuando ya está instalada y hasta versionada (confitamiento, atocinamiento). Si la tomamos por la limitación de movimientos, hay que darla por buena. La palabra, digo. En mi caso el confinamiento se ha visto matizado por la necesidad de tener atendida a mi madre, a la que no veo más que de lejos desde el 10 de marzo pasado, y también porque voy a trabajar semana sí, semana no, aunque no a mí lugar de trabajo habitual sino al Hospital Vall d'Hebron. Este ritmo viene determinado porque la actividad asistencial estuvo reducida al COVID-19 prácticamente hasta hace una semana, y por razones de seguridad, no tenernos a muchas personas a la vez en un mismo espacio de trabajo (tanto pacientes o usuarios como trabajadores). Sé que hay personas que ven este particular como un privilegio y son pocos los que ven que hay un sacrificio. Hay que seguir adelante con todo ello.
El confinamiento lo he tenido aderezado con dos desperfectos en la casa. Son dos consecuencias de la dureza del agua de Barcelona y en otra ocasión se habían producido no a la vez sino cada cual en momentos diferentes. Hace dos meses que la cisterna de un wáter no llena bien y va soltando agua,  porque la válvula se corroyó. Pueden dar las dos de la mañana y se oye cómo carga de repente, cuando nadie usó el baño. Y el otro día me quedé con el mando del grifo de la cocina en la mano. Aunque la anterior ocasión hice por conseguir un recambio de esa parte, en esta ocasión cambiaré todo el grifo. Como en Barcelona no quedaba ni un solo grifo de Roca, que es el que mi lampista cree que hay que reponer, tuvo que ir a buscar ayer uno a Sabadell. Hemos estado tanto tiempo sin logística que los almacenes, de por sí ya muy exiguos, están tiesos. Y sé que puedo estar contenta.
Que en mis semanas de "descanso" compartiera el ruido de la cisterna con el de algunos vecinos que subían a correr al terrado, es algo que irrita bastante, pero he preferido no decir nada y sufrirlo en silencio para no tener un disgusto. En mis escasos contactos sociales, en los supermercados que todos conocemos, he observado que a excepción de Mercadona, tanto Lidl como Condis como Caprabo no seguían tan perfectamente las medidas de seguridad. En los tres últimos todas las precauciones para mantener a los clientes distanciados se quiebran cuando los reúnen en el espacio después de la caja, en donde no hay mucho más de 50 cm entre el cliente que está acabando de recoger la compra y el cliente que empieza a recogerla. Aunque yo hago por detenerme en el paso previo, las cajeras de Lidl y Caprabo prácticamente obligan a ir pasando. A diferencia de Lidl, Condis y Caprabo, en Mercadona hacen esperar a que el cliente anterior haya recogido su compra para que pueda pasar el siguiente. Además de todo, eso guarda coherencia con los pasos previos, que se hacen por tramos y de cara a que se mantengan los dos metros de seguridad.
El sábado salí a dar un paseo en el tramo horario que me toca y había mucha gente por Virgen de Montserrat, a donde me acerqué para ir a recoger una compra a un locker de Amazon. Pero casi todo el tiempo fui por las calles que no aglomeraban tanta gente. Me extrañó ver circulando ciclistas y patinadores por alguna acera o haciendo delfines por la calzada, como si se hubiera levantado la normativa, que creo que no.
Es decir, en general mi malestar ha venido más por la parte de los fastidiosos desórdenes que por mis sacrificios. Y la rebelión de la fontanería doméstica tampoco ha sido fácil de soportar, aunque cada minuto que pasa estoy más cerca de ver todo como debería estar. El toc-toc del grifo atrae por simpatía el tac-tac tiqui-tic-tac tac-tac de algo que en la cisterna quiere volver a su solvencia, y de vez en cuando produce como un estertor que recuerda el de los agonizantes. 
En mi familia han habido dos fallecimientos y tanto Fina y Antoni como los otros dos fallecimientos que conozco en mi entorno, son personas que estaban institucionalizadas por su avanzada edad y dependencia. La invisibilidad u ocultación de estas personas y la invisibilidad del coronavirus son tan tremendas como el propio mal, y estoy segura que en algún tiempo, no sé en cuanto, tendrá consecuencias en nuestra psique. Y ya sabemos que lo que es invisible es más manipulable.
En mi post previo la idea de que la ovación de las 8 de la tarde permitía sacarnos de la tv y de la invisibilidad y comportarnos como ciudadanos, fue no muy bien recibida entre mis escasos seguidores en Twitter. Tal vez en algunos lugares la ovación tenía una derivada de pitorreo, no es así en mi comunidad. Pero la atmósfera de Twitter es como la que me figuro que se crea para el cultivo celular, muy específica, artificial, y con una carga de competitividad a veces hasta malsana. Dice una amiga mía que hay que saber elegir qué cuentas se siguen. No lo dudo, pero en mi caso decidí vaciar la mía y de momento la dejo abierta pero nada más.
La imagen de hoy es una pintura de Eugène Boudin, precursor del Impresionismo y el pleinairismo, mentor de Monet, conocido como el "rey de los cielos". ¡Cuánto valoro la libertad y el gozo que aportó el Impresionismo! El panorama que el academicismo estaba sofocando y mortificando con su cerrazón se abrió a un mundo con mucha luz natural y colorido, y sin nociones morales. Las flores de Monet o de Renoir, sus seres queridos y no las celebridades, llenan de tierna alegría el atroz panorama del siglo. Monet incluso, en su jardín de Giverny, desarrolló lo que fue su obra viviente.
En mi quehacer sigo dibujando aunque con grafito (sin color) y proyecto viajar a Giverny en cuanto los estados de alarma se levanten en Francia y España y en cuanto sea posible desplazarse al país vecino. Me preparo renovando el francés que bien o mal aprendí en mi niñez. Soporto mejor los sacrificios, como dije, que la incompetencia y el desorden, el egoísmo.

La playa de Villerville (Eugène Boudin, 1864)


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