Que a la escritora A. Grandes y el catedrático L. García, que tantas veces se han reunido en Rota con sus amigos Joaquín Sabina y Miguel Ríos, les haya salido la hija falangista no tiene nada de particular. No hace mucho también se habló un día (no más) de una joven catalana de padres muy independentistas que estaba harta de la matraca que diariamente durante años había vivido en su casa. No son casos aislados. Lo que desconozco es si en la mayoría de los casos esa tensión sirve para suavizar posturas.
Muchas veces la tirantez entre padres e hijos se ve ablandada con la intervención de abuelos o tíos, que son figuras que, si están bien integradas en la familia, aportan un punto de vista cómplice y más desprendido de los intereses y las angustias que acucian a los padres. Pero esas intervenciones son breves y esporádicas y además creo que solo aparecen durante la adolescencia o ni eso. Cuanto más estéticamente definida está la identidad ideológica de los padres, supongo que más previsible es la reacción o el desapego de los hijos. Almudena Grandes y Luis García encarnan una ideología de izquierdas muy bien definida por lo menos a través de un ideario manido, de un lenguaje característico y de unas declaraciones que nos distribuyen en los medios en los que participan. Conozco menos a Luis García, pero a Almudena Grandes la escuché bastante tiempo cuando escuchaba el programa de Julia Otero, su tertulia. Me parece recordar que a veces Manuel Delgado se metía con ella, cosa que animaba el cotarro, y como en los programas de Telecinco, las disputas entre los participantes de las tertulias acaban cobrando el protagonismo por encima incluso de los temas y ya no digamos de los argumentos.
Como suele ocurrir en todos los órdenes de la vida, los enemigos dialécticos de Almudena Grandes facilitaron que simpatizara con ella en parte. De hecho hasta llegué a pedir en la biblioteca del barrio una novela suya en préstamo. Sin negar que escribe con oficio, debo añadir (aunque no tenga el menor interés mi opinión), que la temática escapa a mi curiosidad. Y con los años me cansé de Julia Otero y de su gabinete, de todos ellos. Ahora, alguna vez que coincide con un día festivo, sintonizo el programa y veo que hay gente nueva, pero más o menos por el estilo de la que hubo. En realidad me doy cuenta de que en general siempre se elige gente que tiene una posición política, una postura que deja poco espacio a nuestra imaginación. Las intervenciones suelen ser muy previsibles y hay poco que aprender aunque ─siempre en comparación con Telecinco─ los participantes exponen sus ideas con bastante más altura de lo que suele ser habitual.
Ignoro si pasados los años esas dinámicas coloquiales mueven del sitio del que partían a cada cual. No lo sé. Pocas veces he percibido que en caliente, durante una tertulia, alguien desviara un ápice su tendencia discursiva al verse sorprendido por un buen argumento. ¿Es eso posible?