2.1.22

Orgía-Porfía

 



veces los comentarios de las noticias nos advierten de unos puntos de vista  que jamás se nos hubieran ocurrido. En la noticia que dio ayer El Mundo sobre una orgía en Lliçà d'Amunt la noche de San Silvestre concurrían varias palabras que por sí solas ya excitan los excesos verbales que suele verse en la participación de los lectores (prostitutas, americanos, medidas sanitarias). Algunos de ellos seguramente no pasaron de leer el titular porque cargaron contra la frase "orgía ilegal" como si se tratara de un epíteto, cuando el cronista lo que señalaba era el cúmulo de incumplimientos de las medidas sanitarias acordadas por la Generalitat. Es decir, el cronista no dice que una orgia sea ilegal, sino que esa orgía era ilegal.
Estas fiestas y las llamadas chem-sex son frecuentes en nuestra comunidad autónoma, e incluso las hubo al principio del confinamiento más severo. Para cualquier persona a mi entender normal convergen por lo menos dos infracciones contra la salud publica, si no más. Uno de los comentarios que yo subscribiria en su integridad es el número 81 (CargasPublicasDeGener-adas):

"Qué asco... y luego España gastándose el dinero de las pensiones en pagarle a estos retrovirales y tratamientos de ETS. Y de viejos, sI es que llegan (la mayoría no pasará de los 65), encima, ni uno tendrá un par de hijos o tres que se ocupen de cuidarlos y ocuparán las plazas de las residencias públicas pagadas del bolsillo de las personas con costumbres ordenadas y sanas, que no podrán acceder a ellas y tendrán que rascar 2.500 euros al mes de sus ahorros para pagarse una privada. Ojalá el corona haga un poco de selección natural y nos quedemos con mos [los] más inteligentes y aptos."

Se me perdonará que descienda a mi caso personal: precisamente ayer no empecé muy bien el año porque más o menos desde las dos de la mañana hasta las 6 y pico se celebraba una fiesta en el terrado del bloque que queda enfrente del mío. Como el terrado es un espacio comunitario, si no hay un acuerdo explícito por la comunidad de propietarios, me temo que no hay nada que impida usarlo aunque sea mal. Tal vez el ruido, pero no había música, solo gritos, bronca y saltos. Por la neblina de la madrugada y la escasa iluminación del terrado yo podía ver desde mi ventana las sombras de unos jóvenes vociferantes que brincaban proyectadas y magnificadas en las paredes como fantasmagorías en una caverna llena de orcos. Distinguí al joven que vive justo en el piso que hay bajo el terrado con sus padres. El primer verano en que lo habitaron el desgraciado jugaba de noche en el ordenador contra otro jugador remoto y emitía alaridos, golpes y exhalaciones que llegaban altas y claras en el eco del patio. Una calamidad de ni-ni. Cuando despunta el alba baja su persiana de un tirón y duerme como solo lo haría un vampiro.

El atractivo de las fiestas masivas, saturnales y estruendosas, en las que se ingiere alcohol de forma monstruosa, escapa a mis posibilidades. Me inspiran una gran repugnancia, la verdad.

Lo de la noche pasada no me hubiera causado tanto malestar si no hubiera sido porque acabo de salir de una intervención quirúrgica y las heridas molestan, por no decir que además se me ha añadido una gripe intestinal y que, porque no puedo realizar mis estiramientos habituales, tengo unos calambres cuando estoy en cama. En mi caso personal concurre el hecho de que a mi madre, que está en una de esas residencias del comentarista (las de pago), le han cerrado su centro a cal y canto porque ha habido un caso de COVID. La Generalitat dio orden ayer de cancelar todas las visitas y salidas. No la podemos ir a ver por tiempo de momento indefinido.

Obviamente, nuestro Govern, con haber declarado el toque de queda y con dar órdenes estrictas de aislamiento en los centros donde tiene mano, que es en todos, ya podría decirse que ha cumplido con su deber. Pero una vez más los ciudadanos nos encontramos con que parece estar más protegida la libertad de los transgresores que la buena conducta de quienes siguen las normas.

Ayer por la madrugada, cuando veía las sombras de los orcos en su follón, me acordaba de Montserrat Tura, cuando fue consellera de Interior (2003-2006) siendo president Pasqual Maragall. Resulta también ahora delirante recordar que no hace tanto Maragall estaba gobernando y que ahora está totalmente fuera de juego, víctima de la enfermedad de Alzheimer. También Margaret Thatcher, aunque opuesta ideológicamente, perdió en los últimos años de su vida su aguda inteligencia, y fue víctima de numerosos accidentes cerebrovasculares y la demencia senil. Montserrat Tura hizo unas declaraciones en TV durante su mandato, después de unas fiestas de Gracia muy salidas de madre asegurando que nunca vería bien la intervención de la fuerza. Yo me pregunté qué hacía pues como consellera de Interior, si no justificaba el uso de las fuerzas de seguridad ante casos en que se usaba la violencia, el desorden público y se ponía en peligro la propiedad privada y la seguridad en las calles.  

Es inevitable comparar odiosamente el desenfreno de algunos jóvenes descerebrados con las medidas tan estrictas en los centros residenciales de ancianos. El botellón y las macrofiestas ya estaban antes de la pandemia, es cierto, pero ahora han adquirido para algunos el halo de la rebeldía y la liberación. 

Estas noticias lo tendrían que ser no cuando se originan, sino cuando se dicta la sentencia ¿Qué tipo de pena se aplicará a los organizadores?

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