15.5.22

La población flotante

"El abuelo se cansó muy pronto de los autos y dijo que quería volver a lo antiguo. Que como disfrutaba él era con una tartana y un buen caballo, como toda la vida de Dios. Así, los domingos y días de fiesta podríamos salir de campo al río, al monte, a la huerta de Matamoros o a la Virutas y asar chuletas con la lentista y hacer pipirranas, freír carne con tomate, o conejo o pisto, a la sombra de un buen árbol." F. García Pavón, El jamón


i hay algo que molesta de internet es la publicidad emergente intrusiva.  Seguro que los publicistas lo saben pero si ese modelo de acoso continúa vigente será porque les funciona. Interfiere cuando quieres desplegar una noticia o abrir un vídeo y en las aplicaciones gratuitas de móvil acude a cada nivel que se sube (o habría que decir "desciende"). Hace años me apunté a la lista Robinson y creo que de algo ha servido porque veo que otras personas reciben más llamadas comerciales que yo. Por lo demás soporto las embestidas con resignación, como muchos venimos soportando tantas cosas.

La única manera de evitar los asaltos de las ventanitas emergentes no es instalar una aplicación ─que luego habrá que desactivar para poder acceder a las ventanitas emergentes que no son publicidad─, tampoco es pagar por el uso de productos o medios. La manera es no conectarse, la pipirrana, todo aquello.

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Como se dijo ya semanas atrás en la prensa, la bandera de la Barceloneta coincide con la de Ucranía por casualidad. La Barceloneta es un barrio con mucha personalidad, aunque apenas lo conozco. Su construcción se debió a la destrucción de las casas de La Ribera tras la Guerra de Sucesión, porque sobre sus ruinas se construyó la Ciudadela. Cuando yo era joven aún vivían de la pesca muchos barcelonetenses. Y en la periferia de este barrio se encuentra el Somorrostro, antiguamente con chabolas de gitanos, donde nació Carmen Amaya. 

Cuando yo era pequeña a veces nuestros padres nos llevaban por lo que ahora es el Paseo Juan de Borbón. Había unos tinglados y no era posible acceder, como sí se puede ahora, a ese lado del puerto. De los tinglados poco queda ahora, pero para hacerse una idea sirve el edificio del Museu d'Historia de Catalunya. También recuerdo El Rey de la Gamba, y poco más. El Mercado de la Barceloneta se renovó, y con los Juegos Olímpicos de 1992 y las reformas urbanistas bajo la alcaldía de Pasqual Maragall, las playas que van desde la Barceloneta hasta Sant Adrià fueron adecentadas y se abrió un paseo marítimo realmente atractivo.

Durante la pandemia se instalaron en las playas de la Mar Bella, Bogatell y Nova Icària infinidad de campos de vóley-playa. Esos campos, provistos de redes, unas cintas que enmarcan el campo de juego y algunos equipos de música portátiles con gravaciones atroces de mamporreo acústico. Un día del año pasado fuí a dar un paseo por allí y además de los ciclistas y corredores que transitaban por el paseo, en las playas estaban los jugadores de vóley-playa. Tomé una fotografía donde se veía una panorámica que deliberadamente tomé con una perspectiva en la que se veía una vista más acribillada y se podía apreciar que había más de 50 pistas. No he vuelto. No localizo mi foto; podría ser que la hubiera eliminado.

Parece que dicen que el Ayuntamiento de Barcelona pretende fomentar ese tipo de actividades y que por lo tanto el uso de la playa para relajarse, descansar, oír las olas y dejarse refrescar por la brisa marina, queda descartado. Puede que esa idea, que va de la mano de otras que ya está padeciendo la ciudad, sea una copia de lo que ví en Hamburgo hace unos años. Allí el agua es omnipresente: el mar, el puerto, los lagos artificiales y los ríos. Tienen el puerto más grande de Europa ( y si no es el más grande, no será mucho más pequeño que el de Róterdam). El gran número de solteros en Hamburgo, y de población vamos a decir flotante, eso de por sí fomenta una sociedad lúdica y hasta deportiva, con un culto al cuerpo nada secundario. Incluso una zona en que tradicionalmente se situaban las mansiones nada ostentosas de los más ricos, cuyos jardines limitaban con uno de los lagos, fue popularizada de manera que la ribera del lago se hizo pública y por lo tanto se acortaron y cerraron los jardines particulares.

En Hamburgo sea un día corriente o un día festivo se ve a muchos hombres y mujeres practicando deportes al aire libre, por todas partes. Por eso pienso que ese modelo se ha querido adoptar para Barcelona. Las playas ya se han visto invadidas los últimos años por algunas actividades de las fiestas de la Mercè (los fuegos artificiales, p.e.) y ya no digamos por las hogueras y botellones de San Juan. El estado en que quedan es lamentable y como modelo de diversión a muchas personas nos parece pésimo y aberrante.

Si las playas se convierten en un lugar de recreo para las masas, si Collserola ya está más que lleno de ciclistas ─que incluso discurren y a gran velocidad por las torrenteras─ no nos queda mucho espacio para los ciudadanos que queremos dar un paseo tranquilo. El permisivismo que se ha instaurado no ya solo en materia de patines, maratones, bicicletadas, borracheras, micción, pintadas, terrazas arrimadas a los muros, mascotas, es tal que parece imposible volver al orden y esponjamiento que buscó el consistorio en tiempos de Maragall.

El panorama cívico al lado de la escasa oferta cultural que ahora mismo tenemos, al menos en mi opinión, es bien triste. Me refería a la Barceloneta del siglo XVIII, pero la calle Unión, que también se construyó el siglo XVIII y que discurre en paralelo al Carrer Nou de la Rambla, dan pena por el sinnúmero de pintadas sin ningún valor artístico y pretendidamente subversivas. Le llaman activismo.

Desde que se produjo el movimiento 15M con las hordas de activistas propios y venidos de Argentina, cambió la "estética" subversiva y no dudo de que en la introducción del vóley-playa también tienen algo que ver.

Barcelona desde El Coll. Foto: Marta-R. Domínguez

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