28.11.22

Los buenos manantiales

Arroz con chícharos, patacas novas, repolo de Betanzos e máis cebola…

Tradicional


uando estuvo de moda Cien años de soledad uno de los detalles que más renovaron la atmósfera de la ficción fue el lío de Aurelianos y Buendías, puesto que iba apareciendo de tanto en cuanto alguno pero sin ser exactamente el mismo, sino de otra generación o, como se diría ahora, transversal.

No soy muy ducha en el tema de las constelaciones familiares y, aunque estoy segura de que funcionan, prefiero hacerme consciente de la posición de cada cual sin necesidad de forzarlo, por pura reflexión. Se me disculpará la arrogancia pero más bien es un cincuenta por ciento de pudor y un cincuenta por ciento de mi aversión a los terapeutas formados en la Gestalt, que es en donde parece que más se ha desarrollado este trabajo psíquico.

Ya he escrito antes que tuve diez tías y un tío. Actualmente me queda solo una, que es la que nació la última y cuando ya nadie la hubiera esperado, porque nació el año en que mi abuela fue por última vez madre y por primera vez abuela. Mi trato con cada una de las tías fue muy desigual porque algunas ni siquiera estaban en Barcelona, por la afinidad, por infinidad de factores. Y por mi forma de ser, creo que mi predisposición a la figura familiar de tías y tíos, primos, es porque mi interés por los prójimos es casi siempre  por los que consideraríamos nuestros "iguales". Los tíos y las tías manifiestan generalmente mejor "rollo" que el que no tienen más remedio que asumir the mamas and the papas, que por causa de su rol supongo que se ven obligados a no mostrar complicidad alguna. Los primos quedan más lejos pero nos permiten apreciar la reproducción de rasgos genéticos sueltos o aislados cuyo efecto sobre mi atención es hipnótico como un fractal.

Mi tía Raquel Domínguez era la hermana pequeña de mi padre y murió el año 1982 por un tumor cerebral, como su hermana mayor Nieves Domínguez. Según dijera su ginecólogo nunca había visto dos mujeres tan parecidas. Normal. A mi tía Nieves casi no la conocí porque se murió cuando yo tenía 3 años y solo puedo decir que tenía una presencia contundente, unos grandes ojos que el tumor cegó, pero que seguían teniendo una fuerza que solo pudo extinguir la muerte. Mi parecido con ellas de momento no ha surgido en lo que yo creo que no deja de ser una malformación arteriovenosa congénita cerebral y apenas he heredado la belleza que tuvo cualquiera de las dos, pero sí un lunar en la mejilla izquierda idéntico al que tuvo de nacimiento Raquel.

Mi tía Raquel además de ser la hermana pequeña de mi padre era mi padrina, me sostuvo en sus brazos cuando me bautizaron al tercer día de haber nacido, a turnos con mi padrino, que fue mi abuelo paterno. Como del registro civil se ocupó mi padre se ve que dijo que me llamaría Marta Raquel Magdalena (se confundió con los nombres de pila) y, en resumen, cuando a la mayoría de edad me fui a hacer el D.N.I. resulta que en vez de llamarme Marta me llamaba Marta Raquel. Aunque hay algunas personas que han hecho de esa duplicidad motivo de guasa, a mí no me disgusta y la he mantenido. Uso como nombre Marta, tout court, y mantengo el de mi padrina en su recuerdo. Además, creo que lo de cambiarse el nombre es de alguna manera una canallada.

Mi tía Raquel no pudo tener hijos, como le pasó a la Raquel bíblica, y pensamos que fue porque el marido no era fértil, cosa que nunca se comprobó. Ella fue al médico pero él no quiso. Cuando llevaban unos 15 años escasos casados se separaron y mi tía no se volvió a casar. Sin embargo quizás era de mis diez tías la que más hubiera deseado ser madre. O, mejor dicho, tener hijos, que no es lo mismo. Muchas veces yo pasaba un día con su noche en su casa y sentía su afecto y cómo me introducía en los placeres sencillos, y cómo llenaba algo que no había cubierto su propia vida. En estos tiempos esa carencia no hubiera sido un problema, pero en aquel entonces solo lo estaba empezando a dejar de ser. Se me tiene que disculpar que yo era una niña que sin ser huraña evitaba las muestras de afecto a no ser que no fueran de mi elección y eso llevó a mis padres a alguna situación embarazosa, pero ese es otro tema.

La complicidad que se suele dar con los tíos en el caso de mi tía Raquel estaba modificado por lo que he explicado, que no tuvo hijos, pero la mayor parte del tiempo era muy divertida. Nos llevaba a mi hermano y a mí a su apartamento en Castelldefels y a partes iguales iba lanzando improperios a los que cometían infracciones o simplemente se le cruzaban y cantaba canciones de las que se inventaba la letra. Mantenía la música pero la letra la improvisaba. Cuando se le declaró el tumor cerebral perdió la vista del ojo izquierdo por lo que acabaron por impedirle que condujera, cosa que había sido de las cosas que más le gustaban, aparte de comer cocido, las anchoas, el güisqui y el yoga. 

De alguna manera, además del lunar malar heredé lo del cocido, las anchoas, el güisqui y el yoga. Sí, ella ya practicaba yoga a finales de los años setenta y en el barrio, en su barrio de Horta. Güísqui no tomo casi nunca porque el que me gusta es el Lagavulin de 16 años o el de la misma edad Yamazaki, que suelen costar lo que un frasquito de Chanel 5, que es el único perfume que consigue elevar el ánimo. Ella tomaba Johnny Walker. 

Mi tía Raquel era, como se suele decir, una disfrutona. Se tomaba un güisqui los domingos por la tarde y se fumaba un Winston. Después, el resto de los días, trabajaba con gusto en una tienda que tuvo y que le fue bastante bien yo creo que porque el gen domínguez es dado a hacer buenos negocios y porque transmitía ilusión, cosa que es muy importante en los buenos vendedores. Sin ilusión es difícil vender.

Murió como aquel que dice de un día para otro, unos ocho años después de que le extirparan el tumor. Un día estaba trabajando y al día siguiente la tuvimos que acompañar a L'Aliança, donde murió sin prácticamente recibir asistencia médica alguna (porque no la requirió) y en silencio. Se fue al otro mundo sin decir esta boca es mía. Ojalá yo la pueda imitar también en esa buena muerte, por la que su madre Consuelo rezó toda la vida y con éxito. A veces en su homenaje me hago una tortilla con pedacitos de chorizo y guisantes, muy betanzeira, y hay que reconocer que hay pocas cosas tan sencillas y sabrosas.

Mi tía Raquel el día de mi bautizo en la Clínica de Lourdes, regentada por las Siervas de la Pasión

Mi tía Raquel (izquierda) y mi madre en el apartamento de Castelldefels

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